La obsesión en Polonia de negar la historia
Por Eduardo Kohn
No es entendible el presente si no acudimos al pasado histórico, no tan lejano. El 10 de julio de 1941, los habitantes polacos cristianos de Jedwabne, pueblo cercano a Byalistok, persiguieron, atacaron y mataron a sus vecinos judíos. A los sobrevivientes (hombre, mujeres, ancianos y niños) los encerraron en un granero y los quemaron vivos. Las cifras oficiales hablan de unos 400 judíos asesinados, aunque extraoficialmente se calculan más de 1500. La matanza comenzó apenas despuntó el sol, pero se venía preparando hacía días en una creciente ola de humillaciones, asesinatos y rumores de asesinatos en pueblos vecinos. Alemania había invadido la Unión Soviética el 22 de junio. Jedwabne, incorporado a la Unión Soviética en 1939 cambió a manos alemanas el día 23. En la plaza, una cadena de brazos no dejaba escapar a centenares de hombres, mujeres y niños judíos reunidos a empujones y amenazas bajo el sol del verano, apaleados e insultados por sus propios vecinos polacos. Con el alcalde y la gendarmería alemana a la cabeza, armados con hachas, palos con clavos y barras de hierro, sacaron a sus vecinos judíos de sus casas, y persiguieron y asesinaron a quienes intentaban escapar.
Al final del día, quienes todavía quedaban vivos fueron obligados a marchar con el rabino al frente hasta un granero cerca del cementerio judío, obligados a llevar una estatua de Lenin, obligados a cantar que la guerra era su culpa. El establo se roció con combustible, y más de mil hombres, mujeres y niños fueron quemados vivos. Los gritos y el olor a carne quemada se convirtieron en un recuerdo fantasmal entre los habitantes de Jedwabne y sus descendientes que ocuparon las propiedades de los muertos.
Hasta el año 2001 se culpó a los nazis por esta barbarie, e incluso existía una placa conmemorativa en el lugar de la matanza que culpaba directamente al pueblo alemán: “Sitio de martirologio del pueblo judío. La Gestapo y la gendarmería quemaron 1600 personas vivas el 10 de julio de 1941”. Pero en ese mismo año 2001, el profesor Jan Gross demostró que fueron los propios polacos quienes cometieron la masacre, posiblemente con la complacencia de los nazis. Gross, sociólogo e investigador de origen judío-polaco, profesor de historia en la universidad de Princeton, publicó el resultado de una extensa investigación, en un libro titulado “Vecinos”. En él reconstruyó el exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, generando un amplio debate en Polonia respecto a la actuación de su ciudadanía durante el nazismo. El profesor Gross consiguió demostrar que, aunque los alemanes fueron testigos y simpatizantes de los hechos, fueron los propios polacos los que se encargaron de ejecutar la masacre. El Instituto para la Memoria Nacional inició una investigación judicial en Jedwabne que concluyó en 2004 y apoyó parcialmente las conclusiones de Gross sobre la participación polaca, aunque “no pudo establecer” la cantidad de muertos y el grado de participación de las SS el día de la matanza. El 10 de julio de 2001, con motivo de la conmemoración del 60 aniversario de la masacre, el entonces presidente polaco Aleksander Kwansiewski pidió perdón públicamente a las víctimas y sus familiares en nombre del pueblo polaco La frase de la placa del monumento fue cambiada por: “Aquí fueron quemados vivos los 1600 judíos de Jedwabne”.
Ni esta fue la única matanza perpetrada por el pueblo polaco contra los judíos ni tampoco dejaron de cometer matanzas una vez terminada la guerra, y ya hemos comentado en esta columna que la participación activa de polacos entregando judíos a los nazis fueron hechos totalmente comprobados y documentados. También hemos comentado, y no hace tanto, que no dejamos de reconocer el odio de los nazis a los polacos, la invasión nazi que borró a Polonia como tal del mapa y las vejaciones que sufrió la población en cuanto país ocupado y esclavizado.
Pero una cosa no borra la otra, y esta semana se ha vuelto a generar una confrontación que ratifica la obsesión polaca por cambiar la historia, lo cual es inadmisible y a esta altura del siglo XXI, insoportable.
Polonia fue uno de los 47 países que firmó en 2009 la Declaración de Terezin por la cual los Estados firmantes se comprometían a hacer todo lo posible para restituir los bienes a las víctimas judías y, en caso de que fuese imposible, a compensarles.
Polonia no tiene una ley de restitución. Las propiedades y bienes de las víctimas del Holocausto fueron primero confiscadas por los nazis. Después de la guerra, el nuevo Estado nacionalizó esos bienes en vez de devolverlos a sus legítimos propietarios. En muchos casos, además, familias enteras habían sido asesinadas y sus propiedades fueron ocupadas por otros ciudadanos. Todo eso ha provocado numerosas demandas.
El Tribunal Constitucional polaco dictaminó en 2015 que el Gobierno debía poner un límite temporal a las reclamaciones y la Cámara baja lo fijó la semana pasada en un máximo de 30 años hacia atrás en el tiempo. Es decir, solo afectaría a los bienes que fueron nacionalizados a partir del final de la etapa comunista, lo que reduce al mínimo los bienes afectados. De ratificarse la ley por el Senado y por el presidente, Andrzej Duda, la inmensa mayoría de las reclamaciones de las familias de víctimas de la Shoah no llegarían a ningún lado porque para continuar el proceso se verían obligadas a demandar al Estado, lo que es costoso, difícil y muy largo.
La indignación que ha provocado la ley en Israel y entre organizaciones judías va más allá de un problema económico: sostienen que el Gobierno polaco pretende reinterpretar la historia de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, al equiparar la persecución de judíos y polacos católicos y borrar cualquier signo de antisemitismo polaco. Hace tres años y como miembro de la Knesset, Yair Lapid decía: “Soy hijo de un sobreviviente de la Shoah. Mi abuela fue asesinada en Polonia por alemanes y polacos. Sufrimos las consecuencias cada día en nuestra memoria colectiva”. Ahora, como Ministro de RREE de Israel, Lapid dijo esta semana: “Ninguna norma jurídica puede cambiar la historia. Esta ley inmoral es una infamia, y va a perjudicar seriamente a las relaciones entre ambos países”.
El choque diplomático entre Israel y Polonia no tardó. El embajador polaco en Tel Aviv, Marek Magierowski, fue convocado el pasado domingo a la sede del Ministerio de Exteriores para recibir una queja formal por la aprobación de la nueva norma.
El Gobierno de Varsovia protestó en paralelo ante la encargada de negocios israelí, Tal Ben-Ari Yaalon, por las declaraciones del ministro Lapid. El primer ministro Mateusz Morawiecki declaró que los polacos no pagarán ni un céntimo y que si alguien quiere una restitución, puede acudir a los alemanes.
De nuevo: no es un tema económico. Lejos de eso. Se trata de asumir Jedwabne y todos los Jedwabnes cometidos.
Se trata que asimilen de una buena vez que nadie va a negar lo que les hicieron los nazis a los polacos, pero no por ello se va a poner en el olvido como dijo Lapid lo que sucedió con su abuela y millones de judíos polacos más. El nacionalismo que gobierna Polonia tendrá que decidir si se sigue sintiendo cerca de Jedwabne, o se hace cargo del pasado y del presente.
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