El Concordato entre la Santa Sede y el Tercer Reich
Por Yehuda Krell
El 20 de julio de 1933 se firmó el Concordato entre la Santa Sede y la Alemania nazi en el que se establecieron las condiciones de la libertad religiosa para la Iglesia católica en la Alemania de Hitler. Los firmantes del tratado fueron el vicecanciller alemán Franz von Papen y el cardenal Eugenio Pacelli, futuro papa Pío XII.
Un concordato es un acuerdo internacional entre la Santa Sede y las autoridades de un estado para regular un acuerdo vinculante que proteja los intereses de la Iglesia, su libertad religiosa u obtener un estatus preferencial. Alemania era un país cuya región norte era predominantemente protestante, pero la región de Baviera y zonas del suroeste, tenían una población predominantemente católica, y en estas áreas la Iglesia católica sufría discriminación.
Con el ascenso del partido nazi al poder la Iglesia tuvo la oportunidad de firmar el Concordato. La mayoría de los líderes prominentes del nazismo provenían del campo católico, incluso el propio Adolf Hitler. Una mayoría de los partidarios del partido simpatizaban con las ideas del catolicismo por lo cual Hitler, inmediatamente después de su arribo al poder, inició las negociaciones para lograr el Concordato y obtener así un reconocimiento internacional de prestigio.
El partido católico Centro Alemán, dirigido por el obispo Ludwig Cass, apoyó fervientemente a Hitler en su acceso al poder, con la promesa del Führer en asegurar la independencia de la Iglesia, de sus instituciones educativas, y de mantener buenas relaciones con el Vaticano.
El 8 de abril de 1933 se iniciaron los contactos oficiales para lograr un Concordato, ya en los preparativos apareció el tema judío. El arzobispo de Munich, Michael von Faulhaber, se oponía a tratar este tema en el acuerdo, el 10 de abril le escribió al cardenal Pacelli, que incluir o defender a los judíos dentro del Concordato sería un error ‘porque convertiría el ataque a los judíos en un ataque a la Iglesia; y porque los judíos eran capaces de cuidarse a sí mismos’. El 26 de abril Hitler se reunió con un representante del Consejo de Obispos de Alemania, el obispo Wilhelm Berning, en el encuentro Hitler expresó:
‘Me atacan por la forma en que manejo la cuestión judía. La Iglesia católica vio a los judíos como malignos durante mil quinientos años, los puso en guetos y cosas por el estilo, porque entendía la verdadera naturaleza de los judíos. En la era del liberalismo ya no se reconocía el peligro. Hoy vuelvo a la época en la que se aplicaba una tradición de mil quinientos años…Reconozco a los representantes de esta raza como un golpe maligno para el estado y la iglesia, y es posible que con este paso que estamos dando se esté haciendo un gran servicio al cristianismo….’. Resulta interesante aclarar que los registros de la reunión no contienen ninguna respuesta por parte del obispo a las afirmaciones de Hitler.
Una vez firmado el Concordato fue ratificado por el Vaticano y el Tercer Reich el 10 de septiembre de 1933. Según las Memorias de von Papen, el papa Pío XI ‘expresó su complacencia por el hecho de que el gobierno alemán ahora estuviese en las manos de un opositor inconciliable del comunismo y del nihilismo ruso en todas sus formas’.
Entre los principales términos del Concordato se fijaron: el derecho a la libertad religiosa de la Iglesia católica, la prohibición de los miembros del clero y de las órdenes religiosas a participar en política, los sacerdotes no debían ser miembros ni activistas de partidos políticos. El Vaticano obtuvo el derecho a mantener correspondencia ininterrumpida con los católicos en Alemania, y la Iglesia el derecho a recaudar impuestos eclesiásticos. Los obispos debían jurar lealtad al gobierno constitucional y obligar al clero a respetarlo, y la Iglesia no podía interferir en asuntos políticos.
Con el Concordato se entendía que la Iglesia católica había dado públicamente su bendición, en Alemania y en el extranjero, a las políticas del partido nazi, incluidas sus opiniones antisemitas. Para Hitler, el tratado significó un paso importante en el reconocimiento internacional de su régimen, y un aumentó significativo de su prestigio en el mundo. Como dijo el cardenal Faulhaber en un sermón de 1937: ‘En un momento en que los jefes de las potencias mundiales se enfrentan a una nueva Alemania, la Iglesia Católica, la fuerza moral más poderosa del mundo, expresa su fe a través del Concordato en el nuevo gobierno alemán’.
El acuerdo tuvo escaso éxito ya que al poco tiempo las persecuciones continuaron, cada vez de forma mas abierta y manifiesta los líderes de la iglesia sufrieron la violencia física del régimen. El 14 de marzo de 1937, Pío XI publicó una dramática encíclica, Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación), sobre la situación de la Iglesia católica en el Reich Alemán, en el cual el papa comenzaba con una exposición de motivos por los que se había firmado el Concordato y una crítica a las violaciones por parte de las autoridades alemanas de los términos del mismo, para continuar con una condena de varios aspectos ideológicos del nazismo, como la divinización del estado y la raza, calificados de idolatría. Pero a pesar de la difícil situación el Concordato siguió vigente.
Las opiniones entre los historiadores sobre la importancia histórica del Concordato están radicalmente divididas. Por un lado, hay quienes consideran que la voluntad de Pacelli de firmar un concordato con Hitler y de evitar la crítica pública al nazismo, era un acto que iba a promover los estrechos intereses de la Iglesia católica con Alemania en su lucha contra el comunismo, a pesar del antisemitismo. Por otro lado, algunos ven la firma del Concordato por el Cardenal Pacelli como un paso calculado del futuro papa diseñado no solo para tratar de proteger a los creyentes católicos en Alemania, sino como una herramienta para salvar a las minorías perseguidas, especialmente los judíos, a aquellos miles de judíos que se convirtieron al catolicismo que fueron protegidos de la persecución gracias a los términos del Concordato.
Donde sí existe un acuerdo general es que el Concordato aumentó significativamente el prestigio del régimen de Hitler en el mundo. Después de su firma, en las actas de la reunión del gabinete del III Reich se registró que el Concordato había creado una atmósfera de seguridad significativa para avanzar en la lucha contra los judíos del mundo. En otras palabras, para los nazis la Iglesia católica había dado públicamente su bendición a Alemania respecto de las políticas y acciones antisemitas del régimen, como se corroboró luego con el silencio que mantuvo el Vaticano durante la Shoá.
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