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El huevo de la serpiente

Eduardo Kohn

Por Eduardo Kohn

Ahmed Shaheed, nacido en Maldivas, fue designado en 2016 Relator Especial sobre la libertad de religión  por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Es Prof. Emérito del Centro Raoul Wallenberg para los Derechos Humanos en Canadá. Fue Ministro de Asuntos Exteriores de Maldivas desde 2005 a 2007 y desde 2008 a 2010.

En abril del año pasado, apenas comenzada la pandemia, y desde su cargo en Naciones Unidas, Shaheed dijo: “Me preocupa observar que algunos líderes religiosos y políticos se aprovechan de la difícil coyuntura de esta pandemia para propagar el odio contra los judíos y otras minorías. Tenemos que rechazar colectivamente el antisemitismo, la intolerancia y la discriminación.”

Shaheed afirmó ya hace más de un año, que predomina una teoría de “la conspiración” que afirma que los judíos o Israel son los responsables de crear y propagar el COVID-19 para reducir a la población no judía y así controlar el mundo. El antisemitismo amenaza la estabilidad y la seguridad, y los delitos de odio exigen una respuesta inequívoca por parte de los líderes, afirmó el Relator Especial. “Es necesario invertir en medidas de seguridad preventivas además de promulgar una legislación apropiada contra los delitos de odio. También reitero mi llamamiento para que los países aprueben la definición de antisemitismo de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA)para ser usada en cumplimiento con la legislación internacional de derechos humanos.”

Además, Shaheed agregó el odio en redes: “La lucha contra los discursos de odio en línea no tendrá éxito si los medios generales o redes sociales no se toman en serio los informes sobre odio cibernético dirigido contra los judíos y otras minorías. Los medios deben eliminar cualquier publicación que incite al odio o la violencia además de identificar y notificar las noticias falsas.”

No se tomaron muy en serio a Shaheed. No es culpa de él, sino que obviamente todo el andamiaje de Naciones Unidas está siempre bajo sospecha. Shaheed es un funcionario honesto que advirtió una cruda realidad. Pero en la Organización desde la cual emite su advertencia, el Consejo de DDHH hace un festival anual de antisemitismo y la Asamblea General planifica una jornada de destrucción de la decencia cuando en un par de meses “celebre” 20 años de la Conferencia de Durban, la reunión internacional que lanzó una era de odio antijudío que no se veía entonces desde la Segunda Guerra Mundial. Y los dueños de las herramientas en redes no hicieron nada diferente a la ONU. Twitter y Facebook censuran con criterio político pero el antisemitismo más feroz campea con comodidad en esas redes. Desde Congresistas estadounidenses incitando a la violencia mediante agravios, mentiras y diatribas, pasando por el fascismo militante de Roger Waters, cualquier espécimen antijudío tiene espacios en las redes que saltan de lo social a lo cloacal.

Shaheed tenía y tiene razón. 15 meses después de su informe, a mediados de julio, se publicó en Argentina un extenso y profundo estudio hecho por el Laboratorio de Estudios Sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA), en el cual establece que tres de diez argentinos creen que los judíos están vinculados con el origen del coronavirus.

El informe tomó como disparador los discursos que apuntan contra figuras como George Soros y laboratorios de empresarios judíos como los responsables del COVID-19. En ellos se relacionan dos prejuicios de larga data: el de la “avaricia/usura” y el de la “conspiración mundial”. Si bien el 43,8 por ciento de los encuestados mostró algún grado de rechazo hacia estas teorías, el 37% afirmó estar de acuerdo o muy de acuerdo con ellas. Los investigadores señalan que esta investigación “sugiere que las reservas y prejuicios de la sociedad argentina hacia el pueblo judío y su posible responsabilidad sobre una crisis sanitaria y económica a gran escala son de mucho mayor volumen de lo que, a primera vista, se intuye”.

El estudio elaborado por el LEDA fue dirigido por el doctor en Ciencias Sociales Ezequiel Ipar y coordinado por las doctoras en Ciencias Sociales Micaela Cuesta y Lucía Wegelin. Además del tema de prejuicios antisemitas relacionados con la pandemia, el LEDA construyó un análisis de lo que se entiende como discurso de odio: “cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo religioso, étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social”.

El cruce de este índice con las respuestas sobre los prejuicios contra la comunidad judía evidencia una clara correlación: a mayor acuerdo con las ideas antisemitas, mayor es la aprobación de los discursos de odio. Más de tres de cada diez personas que respondieron estar “muy de acuerdo” o “de acuerdo” con estas teorías conspirativas promueve o apoya los discursos de odio.

Por más que un estudio de esta naturaleza hecho en Argentina tenga una importancia muy grande porque ahí está una de las mayores comunidades judías del mundo, la advertencia de Shaheed en 2020 apuntaba a todo el planeta. Y los hechos le han dado la razón. Lo que el LEDA señala para Argentina es proporcionalmente aplicable en Estados Unidos, Europa, el resto de América Latina.

En mayo pasado, Margaritis Schinas, alto jerarca de la Unión Europea señaló: “Estamos profundamente preocupados por los recientes ataques contra comunidades e instalaciones judías en la UE. Son una clara manifestación de antisemitismo que deben ser condenados enérgicamente”. También en mayo, y sobre ataques que tuvieron lugar en Estados Unidos, desde Nueva York hasta Alaska, el Presidente Joseph Biden dijo: “Estos ataques son despreciables, inconcebibles, antiestadounidenses y deben cesar. No podemos permitir que la combinación tóxica de odio, mentiras peligrosas y teorías de conspiración ponga en riesgo a nuestros conciudadanos”.

El huevo de la serpiente es una expresión que se popularizó a finales de los 70 y que aún hoy se utiliza. Proviene del título de una película de Ingmar Bergman de 1977. Uno de los personajes, el Dr. Vergerus, dice: «Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado». La película mostraba la incubación del nazismo, desde adentro de ese huevo del título. Pero el reptil salió y devastó el siglo XX, y hoy sigue crepando. Es muy sano denunciarlo en la ONU, aunque ésta sea casi sorda; es formidable analizarlo y demostrar su peligro latente a través de estudios serios. Pero por ahora, en este siglo, parece que todavía los Chamberlain son más que los Churchill.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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