Parashat Mishpatim
La lectura de la Torá de esta semana nos enseña 53 mandamientos. Entre ellos se encuentra por primera vez la orden de proteger al extraño: “Y al extranjero no maltratarás ni oprimirás, porque forasteros fuisteis en la tierra de Egipto” (Shemot 22:20). En el mismo contexto, la Torá hace mención explícita de los huérfanos y las viudas, y agrega un requisito para tratar guerim [plural de guer] excepcionalmente bien. El término “guer” significa literalmente peregrino, extraño, extranjero, en oposición al ciudadano nativo. Halájicamente, hay dos tipos de guerim: el guer tzedek que es el prosélito que decidió ingresar por medio de la conversión al judaísmo, y el guer toshav, un no judío que vive en Israel (ver Avodá Zara 64b).
Nuestra experiencia de esclavitud y la emoción que nos embarga en la noche del Seder cuando intentamos reconstruir la sumisión a la que nos sometieron en Egipto nos debe enseñar amar la libertad y unirnos afectivamente con los más débiles de la sociedad. Debemos recordar el odio, la persecución y la vergüenza que sufrimos, sea por experiencias individuales o comunitarias del pasado y usarlas como un elemento suficientemente disuasorio. Quizás por ello la prohibición de oprimir al extraño es un concepto que encontramos 36 veces en la Torá, y su insistencia nos obliga a pensar que se trata de un precepto que debemos internalizar pese a que es de difícil cumplimiento.
La Guemará pregunta: ¿Qué es diferente la norma respecto al forastero, con respecto al ultraje verbal, acerca del cual se escriben tres prohibiciones: “No maltratarás ni oprimirás a un forastero (guer)” (Shemot 22:20); “Y cuando un extranjero resida en tu tierra, no lo oprimiréis (Vayikrá 19:33); “Y no engañe ninguno a su prójimo…” (Vayikrá 25:17), ¿Un converso está incluido en la categoría de prójimo? Con respecto a alguien que oprime a un converso, se escriben tres prohibiciones: “Y no maltratarás a un converso, ni lo oprimirás” (Shemot 22:20); “Y no oprimirás a un converso” (Shemot 23: 9); “Y no serás para él como un acreedor” (Shemot 22:24). Esta última prohibición es general, e incluye a los conversos. En consecuencia, no es correcto que alguien que oprime a un converso viole solo dos prohibiciones. Más bien, tanto el que maltrata verbalmente a un converso, como el que lo oprime, viola tres prohibiciones”. (Talmud de Babilonia, Baba Metzia 59b).
Los judíos no solo soportamos cuatrocientos años viviendo esclavizados en Egipto, sino también por siglos excesivamente prolongados, fuimos minoría perseguida, sufriendo el más duro y cruel maltrato de los señores de la tierra a la que nos permitían llegar por un tiempo y muchas veces, cuando nos imaginábamos como parte de esa sociedad, nos expulsaban o nos mataban.
En nuestro tiempo, -citando a Abraham Magendzo Kolstrein-, la radical fragmentación de la sociedad modernizante la que ‘cada grupo ha llegado a hablar un curioso lenguaje privado, cada profesión ha desarrollado su propio código de ideología o modo de hablar particular, y finalmente cada individuo ha llegado a ser una especie de isla lingüística, separada de todas las demás’, la lectura de Mishpatim, debe iluminarnos para estructurar la educación que brindamos a las jóvenes generaciones y repetir a los mayores.
La educación debe enseñar a mirar de frente al Ser del Otro, aunque esa mirada cause sufrimiento, angustia, o impotencia. Instruir a que no se puede dar la espalda y decir: “no es asunto mío” aunque no sea asunto mío; o decir: “¿por qué yo?… que se preocupen otros, los más cercanos”, aunque sea yo el más lejano de los lejanos.
La Torá, nos enseña el profundo sentido ético de la vida. Una educación para la responsabilidad.
El camino por recorrer es largo, porque debemos convertir el texto en una práctica educativa consistente, en especial cuando existe una marcada tendencia hacia la individualización y la competitividad, a veces descarnada. Este es el reto que nos queda por delante: convertir el verbo en acción.
No debemos oprimir al extraño, no solo porque es una mitzvá sino porque ocupamos el lugar de víctimas, y estamos obligados a recordar nuestro dolor y evitar asociarnos a los victimarios de las minorías que abundan tanto en nuestro tiempo, racionalizando sus acciones, tal como los antiguos egipcios racionalizaron su despotismo, su arbitrariedad y su dominación.
Nuestra elección nos debe conducir al sentido ético de la vida.
Alfred Adler en su libro El sentido de la vida escribió: “¿qué ha pasado con aquellos hombres que no han contribuido nada al bienestar de los mortales?… nada ha quedado de ellos… Aquí tropezamos con una ley secreta, como si el cosmos, siempre inquisitivo, nos ordenara: ¡desapareced! ¡no habéis comprendido el sentido de la vida y no hay para vosotros porvenir!”. Pero, la Torá nos enseña a preferir la vida.
Rabino Yerahmiel Barylka
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