Parashat Emor, Ni santos, ni perversos-Humanos con Divinidad
Una extraña anécdota, con final trágico, cierra la sección de la Torá de esta semana, parshat Emor. Se trata de un hombre que, en medio de una pelea con otro, menciona el nombre de Dios y maldice; es llevado entonces ante Moshé, quien, siguiendo el mandato que Dios le comunica en ese momento, condena al hombre a muerte.
Muchos suponen que el problema aquí es que el hombre blasfemó y de allí su castigo; pero una lectura más detenida nos lleva a entender que no se trata de blasfemia, sino de que quizás esta persona utilizó el nombre divino para maldecir a su rival. Es decir que tomó el nombre de Dios como arma, como invocando poderes extrahumanos para aniquilar a su prójimo; la pena de muerte es la consecuencia de su intento de asesinato. El contexto nos lo explica: tras la declaración de esta pena la Torá enumera los castigos por el daño físico, ya sea lesión o muerte, infligido a otra persona.
Pero, ¿por qué es tan terrible maldecir? La palabra que la Torá utiliza es «lekalel», que, más literalmente, quiere decir «generar liviandad» en el sentido de reducir el valor y el sentido del otro. Es decir que lo que este hombre hizo es vaciar de sentido el ser de otra persona, anular su existencia espiritual ante su fracaso en anular su existencia física.
Y esa acción, esa anulación del ser, es equivalente en el espíritu humano, a la destrucción.
A lo largo de los capítulos de esta sección de la Torá, (Levítico 21 a 24) resuena una y otra vez la palabra «kadosh», que quiere decir «especial y pleno de sentido». De las 349 veces en que este concepto figura en la Torá en sus diversas formas (p.ej. kodesh, kedushá, lekadesh, etc.), cincuenta aparecen en esta parashá. No se trata de sacralidad o santidad, términos que hablan de algo imposible para el ser humano, de lo perfecto alejado de lo humano, de lo que es absolutamente prístino y de especial virtud. Kadosh trata más bien del valor especial y de la plenitud de sentido que debemos otorgar en cada momento a cada cosa y a cada persona.
La Torá da un ejemplo contundente y trágico de las consecuencias destructivas del comportamiento contrario a la «kedushá», cuando en lugar de otorgar sentido se vacía de contenido y se anula, se tacha, el ser del otro.
La acción de «lekalel» va más allá de decir algo malo sobre otro (maldecir). Se trata, en realidad, de aportar a la desvaloración de nuestro entorno, a su destrucción y, en definitiva, a nuestra propia destrucción espiritual y física.
La Torá nos insta a hacer constantes esfuerzos por dar valor aún a lo más cotidiano y regular, transformando al mundo en nuestro espíritu en algo pleno de sentido. Es un esfuerzo posible para arribar a una meta superior y humana.
De esta forma, iluminamos nuestra alma y crecemos positivamente en nuestros afectos y nuestro espíritu.
Rabino Iosef Kleiner
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