¿El caso Fernando, un fenómeno social?
Por Silvia Chab
Han pasado tres años de un episodio que horrorizó a la sociedad: un joven de 18 años resultó muerto tras una feroz golpiza por una grupo de rugbiers ocurrida en Villa Gesell a la salida de un boliche.
La historia, contada de múltiples maneras y con puntos aún confusos inundó en los últimos días cuanto medio de comunicación existe casi en 24×7. Y como era de esperar el repudio fue generalizado contra el grupo de autores de la golpiza que culminó con la muerte de Fernando Baez Sosa. Los relatos del periodismo, sin importar color político, se alinearon con las presentaciones de la fiscalía y la parte acusatoria. La sociedad en su conjunto se sumó a las mismas. Escasísimas voces, aparte de la defensa, se animaron a esgrimir algunos argumentos disidentes; la querella pedirá en el juicio la prisión perpetua para todos los integrantes del grupo. Abundaron las calificaciones y los insultos contra los ocho acusados, incluyendo debates sobre presuntos diagnósticos psicopatológicos hechos de modo apresurado y descontextuado. ¿Son perversos? ¿Son psicópatas?
En estos días transitan las instancias judiciales que culminarán con una sentencia a fines del presente mes. Con semejante presión popular cabe preguntarse con cuanta libertad cuenta el Tribunal para fallar y qué pasaría si su fallo fuera contradictorio con una corriente de opinión tan definida y amplia. Dicho sea de paso, algunos familiares de los acusados ya han sido víctimas de episodios de repudio y ataques por la conducta de sus hijos.
El fenómeno de la manada
La denominación surgió en la prensa española hace algunos años cuando un grupo autodenominado La Manada cometió un ataque sexual contra una joven; pero se trata de un fenómeno transnacional. Son actos violentos realizados por un grupo de individuos contra una “presa” en los que prima una gran crueldad. En nuestro país registramos ya algunos casos de ataques de esa índole, si bien en la mayoría primaba el componente sexual y por eso fueron tomados por organizaciones feministas como hechos de violencia de género.
El crimen de Fernando -junto con otro caso que mencionaré más adelante- muestra otra faceta. Se encuadraría más bien dentro de los fenómenos de masas descriptos por S. Freud en sus escritos sociales como Psicología de las Masas y análisis del Yo.
En dichos fenómenos una masa humana se rinde ante la figura de un líder, se entrega sin ser forzada a hacerlo siendo el elemento cohesionante entre los miembros de la masa el sometimiento a la influencia sugestiva del líder. Se produce un efecto de contagio entre los miembros de la masa que renuncian a su propio Ideal del Yo para depositarlo en la figura del líder. Esto limita la actividad intelectual, propiedad del Yo. El poder de los líderes así investidos les permite dominar a las masas.
El ejemplo clásico es el del nazismo, aunque no es el único. El fin de destruir al otro-pese a que por lo general se le atribuye el ser diferente- es el de reducir al semejante a una condición de objeto. En el libro de Primo Levi, Si esto es un Hombre, está muy claramente descripta esa operación por la cual los nazis van privando a los condenados de todo aquello que los identifica como seres humanos y semejantes. Dice “imaginaos un hombre al que se le quita todo además de sus personas amadas, su casa, sus costumbres, su ropa, todo lo que posee” (…) ”todo parece un gran montaje para reírse de nosotros y vilipendiarnos, y está claro que luego van a matarnos”. Cuenta Primo Levi que cuando cargaban a los judíos en los trenes los nazis calculaban “son x piezas, o paquetes”.
El fenómeno de manada fue diferenciado de lo que aglutina a un conjunto de animales puesto que en estos últimos están ausentes dichos mecanismos específicamente humanos. Por tal motivo entiendo que tiene más en común con los fenómenos de masa si bien numéricamente pueden ser más restringidos.
Por algún motivo no explicitado en el juicio contra los atacantes de Fernando Baez Sosa, la defensa de los acusados (al parecer sólo tres son rugbiers) decidió defenderlos a todos en masa, sin individualizarlos. El silencio cómplice entre ellos del que siempre se habla, que hace incomprensible la defensa individual a la que cada uno de ellos podría tener derecho, bien podría ser una estrategia de la defensa. O quizás han perdido su propia capacidad de raciocinio en este sometimiento a la masa y al líder. Cuando se los ve sentados pasivamente presenciando sin ninguna muestra de emoción visible los testimonios y las pruebas de su horrendo acto, parece inimaginable que esa imagen sea la misma de los que aparecen chupándose la sangre que les quedó en sus manos luego de la masacre y que se ve en los videos; o de lo que hablan entre si, en las escuchas telefónicas. La mención en ellas de la muerte de Fernando con la expresión “caducó” no puede menos que asociarse con las “piezas” de las que habla Primo Levi.
¿Un fenómeno social?
La primera vez que llegó a mis oídos y a mi vista el fenómeno de las peleas a la salida de los boliches donde asisten adolescentes fue al regreso de la democracia. Yo vivía al lado de un gran boliche muy ruidoso y en las primeras horas de la mañana cuando salían del mismo, grupos de jóvenes se peleaban incluso usando cadenas y dejaban rastros de sangre en la calle. Desde entonces, nunca deje de escuchar situaciones de riña (peleas por alguna chica) dentro y fuera de esos espacios en los cuales nunca se controló del todo el despacho de alcohol y otras sustancias.
Demás está decir que estas riñas se extendieron más allá de lugares bailables y podemos verlos en otras situaciones con algunas modificaciones. El caso al que me refería y que en estos días también llegará a un veredicto en la justicia es el del niño de cinco años Lucio Dupuy. ¿O acaso dos personas que atacan a una víctima indefensa de forma maliciosa hasta provocarle la muerte no constituyen también una manada?
El formar parte de una Manada no exime de responsabilidades individuales -lo cual parece querer evitar el abogado de la defensa de los atacantes de Fernando-. Es necesario reunir ciertas características psicológicas para formar parte de una Manada y someterse a ella hasta perder los propios límites. Pero entiendo que si sólo nos remitimos a las culpas individuales de los autores de estos hechos no habremos aportado nada muy significativo a otros males que rodean a las mismas. En una mirada más inmediata, surge la pregunta ¿nadie vio lo que estaba pasando mientras molían a patadas a Fernando? ¿nadie vio las lesiones que presentaba el pequeño Lucio cada vez que iba al jardín o al hospital con fracturas y quemaduras? Los dueños de los boliches ¿son ajenos a lo que pasa dentro de los mismos o es que piensan que con sacar fuera a los elementos más provocadores se termina el problema?
Conclusión: vivimos en una sociedad violenta en la cual se reproducen cada vez más los fenómenos de anomia y sometimiento a grupos que nocivamente ofrecen identidad (“yo soy chorro” le decía un atacante a una anciana mientras la maltrataba para robarle dentro de su domicilio). En una sociedad en la cual se fomenta el descrédito en las instituciones que rigen la vida en democracia, se podrá condenar a cadena perpetua a las asesinas de Lucio o a los homicidas que acabaron de la peor manera con la vida de Fernando, pero no podrá evitarse que estos fenómenos se reiteren una y mil veces.
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