Individualismo y comunidad
En un tiempo de prevalencia de individualismos y de la elección como valores deseables y superiores, qué rol juegan y qué significado adquieren la comunidad y la vida comunitaria.
Es difícil aventurar el futuro; por más data que tengamos, por más que entendamos los procesos históricos (porque la historia tiende a repetirse, que no es lo mismo que afirmar que se repite), en definitiva predecir tiene algo de ruleta.
Sin embargo, los valores que nutren cualquier conversación, sea concreta o especulativa, se hallan siempre en las experiencias ya vividas. La rutina muchas veces no da oportunidad o a veces no encuentra lugar para experiencias con cierta connotación de epifanía, esos instantes donde ciertas ideas, sentimientos, o valores se nos revelan y apelan a nuestra sensibilidad. Para que esto suceda se precisan dos condiciones: que el hecho en sí suceda y que haya por lo menos uno a quien lo conmueva.
Muchas veces el rol de un líder comunitario, agobiado en el día a día, es compartir estos momentos tan significativos en los cuales el sentido de lo comunitario queda encapsulado. La paradoja es que individualismo y comunidad no son opuestos sino que, por pura semántica, son dos expresiones de lo mismo. El judaísmo se hace cargo de esta paradoja desde su concepción: es la idea de un individuo, la construcción de una familia devenida comunidad, y la regulación de los vínculos comunitarios la que habilitó, por generaciones, la experiencia como colectivo que, a su vez, se nutre de y alimenta al individuo.
La historia no se repite pero se parece. Cada tanto, los ciclos se cierran. Porque mi tradición me respalda puedo afirmar que estos momentos trascienden lo individual y que no se desvanecen en el fatalismo y la predeterminación. Por el contrario, se perpetúan, si no todos los días, ni todas las semanas, seguramente alguna vez en el año: nuestro calendario hebreo nos da muchas oportunidades.
Tengo una sensación muy fuerte de fragmentación del mundo judío. Como si la vorágine de los tiempos pos modernos, el vértigo de la comunicación, la oferta de ideas y propuestas, y precisamente ese culto al individualismo y la libertad de elegirlo todo actuarán en contra de nuestro afán de perpetuar el judaísmo. Tal vez el error sea el concepto de “perpetuar”, porque nada es perpetuo. Tal vez la opción esté en convertirse en una alternativa, una elección posible (independientemente de haber nacido judíos o no), dentro de esta avalancha de elecciones identitarias. Lo judío no quita lo individual; por el contrario, lo enaltece y significa. Sobre todo, el judaísmo en su expresión comunitaria no nos deja solos. Nunca.
Ianai Silberstein
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