No existe la sangre judía
Por Rodrigo Varscher*
Siento la necesidad de escribir esto porque en el día de hoy me tocó escuchar algo en una clase universitaria de parte de una compañera que dijo algo y que, aunque no lo haya dicho con mala intención, me corroyó el alma.
Resulta que el profesor estaba abordando algunas líneas del pensamiento de Ferdinand Tönnies, precursor de la sociología moderna, y en particular una de sus mayores obras, “Comunidad y sociedad” (“Gemeinschat und Gesellschaft”), para analizar el surgimiento sucesivo de ambas y las diferencias que presentan entre sí. A tales efectos, el docente instó a los alumnos a que intentaran responder esa cuestión y preguntó qué diferencias había entre una y otra conformación social. Entre las varias intervenciones, una chica, cuyo rostro ni siquiera pude llegar a ver por la distancia física en el salón debido a la inmensa cantidad de estudiantes (probablamente unos trescientos o más), mencionó la “religión judía”, sobre la cual dijo que se podía ser judío y no pertenecer a una comunidad porque la identidad pasa por la “sangre judía”.
Les confieso que ni bien escuché eso, la sangre que tengo, que es igual a la de cualquier otro ser humano, me corroyó todas las venas. Es increíble cómo persiste el prejuicio, el preconcepto o el MAL concepto, debería decir, de que la judeidad es una cuestión biológica, pues es absolutamente todo lo contrario: es una identidad que se inscribe en una relación filiatoria -no consanguínea- y de la cual se deja constancia en alguna institución, por lo general judía, que da fe de que esa persona pertenece a la comunidad. Así que, al parecerme impertinente interrumpir y desviar el tema principal de la clase, a pesar del malestar que me produjo escuchar eso, me convencí de que debía dejar esto en claro, aprovechando la masividad de las redes sociales. Lamento desbaratar la idea que esa chica tiene en relación a la identidad judía, porque aunque una persona esté totalmente alejada de la vida comunitaria judía, sigue siendo judía porque una comunidad la reconoce como tal y porque fue inscripta como tal en ella. No importa cuán observante o creyente sea, si reza o no reza, si come kasher o no come kasher, si cumple con las leyes religiosas del Shabat (sábado) o no, si celebra las fiestas o si se le pasan completamente desaparcibidas; por ahí no pasa el estatus judío de alguien: pasa por el hecho de que fue inscripto, ya sea por sus mayores o por voluntad propia (esto sería la “conversión”) en una comunidad judía.
Me pregunto y les pregunto: ¿qué clase de sangre judía tenían los padres fundadores del pueblo judío, Abraham y Sara, sean históricos o sean míticos? Absolutamente ninguna. Abraham selló su pacto con Dios por medio de la circuncisión (que cabe señalar que en hebreo el rito se llama “Pacto de la palabra” -Brit Milá- y que en hebreo “palabra” y “circuncisión” se dicen igual) e inscribió a sus hijos Isaac e Ismael en la tradición que él fundó realizándoles el mismo rito que se había realizado a sí mismo. Si la judeidad fuera una mera cuestión sanguínea, ¿con qué legitimidad podría decirse que Abraham fue el “primer hebreo”? Y es más, si la judeidad se adquiriera biológicamente, nadie podría “convertirse” al judaísmo, es decir, nadie de familia no judía podría pasar a formar parte de la comunidad, ergo, Abraham no podría arrogarse la fundación de esta tradición.
Tanto es así que para admitir a un supuesto judío como integrante de una comunidad, esta le solicita que presente el acta matrimonial judía de sus padres (ketuvá) o la constancia formal de que se convirtió al judaísmo. No basta con presentar meramente la cédula de identidad ni la partida de nacimiento; EL APELLIDO NO ES LO QUE IMPORTA: lo que importa es que esa pareja decidió casarse bajo el palio nupcial de la tradición judía y que educó e incluyó a sus hijos en esa tradición. Tampoco basta con ser hijo de madre judía: para que el varón pueda ser incorporado formalmente a la comunidad, al menos en términos tradicionales, se lo debe circuncidar. Si no lo está, no puede atravesar formalmente las ceremonias del ciclo de vida judía (Bar Mitzvá, boda) ni puede oficiar de testigo en trámites como el divorcio o el casamiento.
Sé que mis correligionarios laicos pueden cuestionarme la necesariedad de un rito como la circuncisión para formar parte de la comunidad, pero al menos en esta oportunidad permítanme señalar los criterios elementales de cómo se adquiere la judeidad tradicionalmente para acabar con ese maldito pre o mal concepto que de forma tan infame, cínica y desvergonzada difundió el nazismo, creador, vocero y promotor del antisemitismo más furibundo, nefasto y deletéreo.
Así que ténganlo bien claro: uno puede llamarse Juan Pérez y ser cabalmente judío, porque lisa y llanamente no existe la sangre judía.
Rodrigo Vascher egresó en 2018 como docente del Seminario de Educación Judía Fanny Ertag de Lichtenstein en Montevideo, y trabaja en la actualidad en la Escuela Integral.
Es traductor inglés-español de International House, y se ha dedicado principalmente a la traducción de libros judíos. Fue traductor frecuente para Tu Messer portal de la comunidad judía de Uruguay y también ha traducido publicaciones para el Seminario Rabínico de Buenos Aires.
Actualmente, cursa la Licenciatura en Comunicación en UDELAR (Uruguay).
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