El discutible enfoque por competencias que no se discute
Cada cierto tiempo en el mundo de la educación surgen algunas ideas que prenden entre los académicos que las empiezan a utilizar de modo tan insistente hasta que se convierten en parte de un sentido común que no se cuestiona… hasta que un análisis más riguroso lleva a cuestionar lo incuestionable. Ha pasado recientemente con la pontificación de las pruebas PISA como la súper evidencia internacional sobre la calidad de la educación de los países evaluados y rankeados, con todo tipo de anuncios predictores del éxito económico de los países en función de la inversión que hagan por seguir los mandatos de PISA.
Al cabo de unos años llegan a la conclusión que ese “sentido común” en realidad tiene muchos reparos y poco sustento. Mientras tanto se perdió mucho tiempo y dinero bajo la ilusión de que seguir sus pautas era lo correcto.
Menos conocido pero igualmente instalada entre los pedagogos estaba la idea de que las personas tienen diferentes estilos de aprendizaje, como el visual, auditivo o kinestésico, pese a que la investigación científica no ha respaldado la idea de que las personas tengan un estilo de aprendizaje dominante que determine cómo aprenden mejor. Las personas son capaces de aprender de manera efectiva a través de una variedad de canales sensoriales, y es la combinación de estilos dependiendo de la tarea lo que puede ser más beneficioso.
Otro de esos sentidos comunes que se aceptan como palabra sagrada y que deja mucho lugar para ser cuestionado es el del aprendizaje curricular siguiendo el enfoque por competencias, que se basa en desempeños observables a partir de estándares que señalan las expectativas de aprendizajes. Eso supone que existe un consenso respecto a cuáles son las competencias necesarias para tener éxito y la presunción de que deben ser las mismas para todos y que son medibles, como si las personas hubieran sido fabricadas en serie.
Además, obliga a utilizar rúbricas que nuevamente restringen el entendimiento de los aprendizajes a aquello que esas rúbricas indican.
Sin embargo, esa manera de entender el valor de las habilidades prácticas y técnicas tan usual para el mundo técnico o laboral, no tiene por qué ser lo más relevante para los aprendizajes escolares.
Al menos, no hay evidencias para tal presunción.
La medición de resultados de aprendizajes escolares no es una medida precisa del valor de la educación, y puede ser contraproducente si se utiliza para encumbrar, denigrar o diferenciar a los alumnos, docentes o escuelas, corriendo el riesgo de perpetuar las desigualdades sociales al hacer públicas esas jerarquizaciones. Sobran ejemplos de gente exitosa que sometida a ese tipo de criterios durante su vida escolar aparece en las antípodas de lo que esa teoría hubiera predicho.
Y sobran las quejas de catedráticos universitarios que reciben egresados escolares que vivieron una escolaridad por competencias que parecen no haber adquirido la mayoría de ellas.
Al utilizar este enfoque de rendición de cuentas vía conductas o desempeños observables y medibles se reduce los objetivos de la educación hacia aquello que es observable, examinable y medible, (además, en el corto plazo que dura el evento o período de evaluación), lo que estrecha el universo del ser y saber personal hacia un conjunto de propósitos de un limitado número de materias escolares, descuidando objetivos más amplios como el crecimiento personal, convertirse en un buen ciudadano y desarrollar una amplia gama de habilidades y conocimientos “no medibles”. De paso promociona la competencia y la rivalidad que tanta tensión generan en las aulas.
Al dejar fuera aquello que no es visible y medible en el corto plazo, se opaca la importancia crucial de aspectos de la personalidad, autoestima, seguridad, socialización, empatía, compasión, resiliencia, paciencia, inspiración, liderazgo y conciliación, voluntariado, tolerancia, capacidad de asumir riesgos, habilidades interpersonales, experiencias interculturales, creatividad, curiosidad, explotación de talentos, cuestionamiento de la realidad y comprensión profunda y holística de la cotidianeidad y el mundo que los rodea, que afianzan sus convicciones democráticas y de justicia social, lo cual puede ser mucho más estructural y decisivo para la línea de vida de las personas.
El enfoque de competencias está en la ilusión de muchos educadores y funcionarios ministeriales como la mejor respuesta a una pedagogía de vanguardia. Sin embargo, a la luz de las observaciones empíricas, los asistentes y egresados del sistema educativo peruano no evidencian en sus desempeños ser competentes en esas competencias.
Otra razón para preguntarse si no estamos frente a una reforma que no reforma.
En suma, como todo enfoque, el de competencias puede aportar lo suyo en la pedagogía escolar, si es que se reconocen sus limitaciones. Pero no tiene los méritos y sustentos probatorios para convertirla en la única y dominante fórmula para la comprensión y diseño de los aprendizajes escolares, ni para reportar a los padres y alumnos las condiciones para el éxito que tiene su paso por la escuela.
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