El islamismo le ha declarado la guerra a Francia
Por Luciano Mondino
El islam le ha declarado la guerra a Europa con un ataque de, hasta el momento, noches enteras sobre distintas ciudades en Francia. El reino que ha derrotado a la expansión musulmana en el siglo VIII, hoy ha perdido la batalla contra la inmigración ilegal y los extremistas islámicos que desprecian vivir en un país laico, pero tampoco quieren irse.
Las protestas en Francia están encendiendo una mecha en todo Europa bajo una crisis que conjuga la inmigración ilegal, las civilizaciones que no pueden asimilarse y parte de una generación joven en el viejo continente que descree del orden frente a la anarquía del resto del mundo. El asalto y la violencia en las noches francesas están formateando a uno de los epicentros históricos de la civilización occidental que siempre ha sido grecorromana y judeocristiana.
Las principales ciudades europeas, al menos en el oeste, se están consolidando en la proyección que afirma que para el 2050 habrá en el continente un 14% de la población que será musulmana y eso se traducirá en unos 75 millones de habitantes. A esto, por supuesto, debe aclararse que cualquier estadística, fundamentalmente en un país como Francia que es laico, está fuertemente emparejada a deducciones extraídas muchas veces de las nacionalidades de las que provienen las corrientes migratorias.
Las identidades disparan noches de terror en Francia
La última (de las recurrentes) convulsiones francesas tuvieron como detonante la muerte de Nahel, un joven de 17 años que tenía cargos por delitos y escapaba de un control policial en un auto deportivo. El modelo de un país receptor y atravesado por lo multicultural se ha hecho trizas desde el momento en que la demografía se altera, la calma social se rompe y los elementos franceses son defenestrados por olas de asaltantes armados.
Resulta también sorprendente que estas noches de terror surjan en el país que el 10 de octubre de 732, en la Batalla de Poitiers, derrotara al ejército musulmán y terminando con el Valí Al-Ghafiqi, uno de los líderes expansionistas musulmanes más fuertes desde que conquistaron Hispania. Francia, el país que evitó la islamización de Europa en el siglo XVIII, ha perdido la batalla contra los islamistas y hoy comienza a conocer sus consecuencias.
Francia es hoy la puerta que abre una peligrosa caja de sorpresas que puede inflamar a países cercanos: hay ciudades españolas como Granada, Barcelona o Valencia donde el delito y el vandalismo originado por la inmigración ilegal comienza a crecer de forma exponencial llegando a situaciones casi diarias como las de Baleares. Para el caso de Barcelona hay una frecuencia cada vez mayor que incluye, además, los antecedentes del ataque a la sinagoga durante los primeros días de marzo. La población ilegal en territorio español, de origen magrebí (argelino-marroquí), está fuertemente conectada entre sí a través de redes sociales y cualquier percepción de ofensa puede replicar las imágenes de Francia en las ciudades españolas. Lo mismo puede verse en Italia, Alemania, Holanda o Bélgica.
Desde hace casi medio siglo hay una cristalización de la hostilidad hacia el otro por parte de dos mundos que conviven de forma forzosa solamente porque alguien quiere imponer un imposible, algo idílico, en el mundo de hoy. Periódicamente esta hostilidad resurge en la ofensiva de las identidades contra las fuerzas de seguridad y los detonantes han sido bastante similares: desde el aumento de la ilegalidad por parte de inmigrantes hasta la prohibición del burkini en las piscinas públicas. Siempre hay un motivo para alzarse en contra de la forma de vida occidental.
A esto se debe sumar la temeraria lista de atentados terroristas que se han perpetrado en Francia desde la década de los ochenta hasta hoy y siendo Charlie Hebdo uno de las más recientes y escabrosas imágenes. El germen que ha ingresado en Europa puede asesinar con silenciador mediático y muchas veces con la falta de respuesta por parte de los gobiernos.
En la ofensiva de las identidades, es decir de los inmigrantes franceses de segunda o tercera generación que no se sienten franceses, los símbolos que están bajo el ataque de las hordas violentas son los símbolos del estado: escuelas, sedes gubernamentales y dependencias policiales. Sobre las 20:30 del lunes 3 de julio, una librería y tienda católica ha sido destrozada luego de ser señalada como una “tienda fascista”.
Hay también testimonios de civiles franceses cuyas propiedades fueron destruidas y que hoy ya están afrontando un pedido de auxilio por redes sociales para poder recaudar dinero y soportar los gastos del desastre. Se estima que hay una primera evaluación de daños valuada en más de 20 millones de euros solamente en el transporte público de Ile de France. Las pérdidas serán millonarias cuando se computen los daños en todo el país una vez que el país intente retomar una tensa vuelta a la normalidad.
Si la agresión no fuera contra la identidad francesa entonces el ataque incendiario contra la Biblioteca del Alcázar de Marsella, la más grande de Francia y que contenía más de un millón de documentos históricos, es incomprensible. Además, tanto la argumentación del racismo como la de la desigualdad social se comprueban erróneas cuando se conoce que Francia posee unos de los mejores índices de Gini, medidor de la desigualdad económica, en todo Europa ostentando un 0,29.
Aunque sean minorías dentro de una civilización que afronta la paz y también la misericordia, también es verdad que pertenecen a una civilización que no es asimilable con la civilización ni la cultura occidental europea que, al menos, conocimos hasta hoy. La ebullición tan recurrente en Francia es un problema de construcción de las identidades (que pueden ser objetos de manipulación política y religiosa) impartiendo flujos de yihadistas dispuestos a llevar la guerra santa contra occidente al propio corazón europeo. Sugiero ver en redes sociales los infinitos llamamientos por parte de líderes islámicos a la guerra contra occidente, en general, pero Francia en particular.
Es también racismo cuando una banda de magrebíes toma por asalto a un joven francés y lo muele a patadas en el suelo mientras los presentes se ríen a carcajadas. Es espeluznante también cuando un magrebí arrastra por el suelo a una madre y su hija cuando ingresaban a su domicilio. En esta Francia de las últimas noches es todo verdaderamente espeluznante.
Esta imposibilidad de asimilación se fundamenta también en la respetable imposición de los países islámicos a los turistas a subordinarse a las reglas del estado, pero también de la civilización musulmana. Quien haya en algún momento viajado al norte de África o al Medio Oriente habrá visto que sus reglas son sus reglas y hay que respetarlas. Entonces, ¿por qué no en Francia?
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