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Parashiot Matot Masei : Aprendiendo nuevos nombres en tiempos de guerra

Radio Jai-Parashiot Matot Masei : Aprendiendo nuevos nombres en tiempos de guerra

Rabino Yerahmiel Barylka

La sidrá de la Torá de esta semana es una parashá doble, Matot-Masei, y con su lectura concluimos el Libro Bemidbar, mientras todavía estamos enfrentando la amenaza en ocho frentes.

Matot, que significa “tribus”, trata de la anulación de los votos, la guerra contra los madianitas y la petición de dos tribus -Rubén y Gad- de establecerse fuera de la tierra de Israel.

Masei, que significa “viajes”, delinea las fronteras de la tierra prometida, describe las ciudades de refugio que los israelitas debían crear como refugios seguros para quienes mataran a alguien involuntariamente, y aclara las leyes de la herencia de tierras a la luz de la súplica de las hijas de Tzelofejad.  Masei también enumera los 42 campamentos en los que habitaron los israelitas durante los 40 años que vagaron por el desierto después de salir de Egipto.

Aunque podría parecer que esta lista es simplemente eso, una lista de nombres y lugares que no tienen mucho significado, la tradición sugiere lo contrario. Lo pudimos aprender en estos meses de guerra interminable cuando en las pantallas aparecían casi a horas fijas determinadas por nuestros enemigos los nombres de poblaciones que nunca antes habíamos oído amenazadas por sus proyectiles y se incorporaron a nuestros corazones sufrientes con el dolor que sufrieron y las pérdidas que nuestros enemigos le ocasionaron.

En el Talmud aprendemos que un nombre secreto de Dios tiene 42 letras, así nos enseña la guemará en Kidushin 71a, “Raba bar bar Jana dice que Rabí Yojanán dijo: Los Sabios transmiten la pronunciación correcta del nombre de cuatro letras de Dios a sus alumnos una vez cada siete años, y algunos dicen que dos veces cada siete años. Rav Najmán bar Yitzjak dice: Es razonable de acuerdo con el que dice que lo transmiten una vez cada siete años, como está escrito: “Este es Mi nombre para siempre [leolam]” (Shemot 3:15), que está escrito de modo que puede leerse lealem, ocultar. Esto indica que el Nombre Divino debe permanecer oculto. La Guemará relata: Rava planeaba exponer y explicar la forma correcta de pronunciar el Nombre en un discurso público. Un anciano le dijo ‘Está escrito de modo que pueda leerse lealem, lo que indica que debe permanecer oculto. Rabí Avina planteó una contradicción: Está escrito: “Este es Mi nombre”, indicando que el nombre tal como está escrito es el de Dios; y está escrito: “Este es Mi recuerdo” (Shemot 3:15), lo que indica que no es el nombre real de Dios, sino simplemente una forma de recordar Su nombre. La explicación es la siguiente: El Santo, Bendito Sea, dijo: No soy pronunciado como soy escrito. Estoy escrito con las letras yod, he, vav, he, mientras que Mi nombre se pronuncia con las letras alef, dalet, nun, yod. Los jajamim enseñaron: Al principio, los Sabios transmitían el nombre de Dios de doce letras a cualquier persona. Cuando aumentaron los desinhibidos que usaban el nombre irrespetuosamente, lo transmitían sólo a miembros discretos del sacerdocio, y los miembros discretos del sacerdocio pronunciaban el nombre durante la Bendición Sacerdotal. Lo ocultarían pronunciándolo durante la dulce melodía de sus hermanos cohanim-sacerdotes, para que no se conociera públicamente. Se enseña en una baraita: Rabí Tarfón, que era cohen, dijo: En una ocasión subí después del hermano de mi madre a la plataforma para dar la Bendición Sacerdotal, e incliné mi oído cerca del Sumo Sacerdote, y le oí ocultar el nombre durante la dulce melodía de sus hermanos sacerdotes. Rav Yehudá dice que Rav dice: El nombre de cuarenta y dos letras de Dios sólo puede ser transmitido a quien es discreto, y humilde, y se mantiene en pie al menos la mitad de su vida, y no se enfada, y no se emborracha, y no insiste en sus derechos sino que está dispuesto a ceder. No hay preocupación de que tal persona pueda revelar el nombre en un arrebato de ira o embriaguez. Y cualquiera que conozca este nombre y sea cuidadoso con él y lo guarde en pureza es amado arriba y atesorado abajo; y el temor a él es arrojado sobre las criaturas; y hereda dos mundos, este mundo y el Mundo Venidero…”

A lo largo de los siglos, la tradición mística judía resaltó este número especial en varias oraciones judías, como Ana BekoajVeahavta y el párrafo inicial de la Amidá, todas las cuales tienen 42 palabras.

De este uso continuado del número 42 podemos entender la presencia eterna de Dios en la historia de nuestro pueblo. Dios no sólo estuvo presente con nuestros antepasados durante sus 42 campamentos en el desierto, sino que sigue estando con nosotros cuando recitamos estas oraciones de 42 palabras en nuestra liturgia. Al igual que la presencia de Dios permaneció con ellos, también permanece con nosotros.

Hoy, los necesitamos más que nunca.

A pesar de los milagros que Dios realizó en favor de los israelitas a lo largo de su viaje por el desierto, éstos corrían el riesgo de olvidarlos si no se empeñaban en recordarlos.

Es habitual que las personas que atraviesan un duelo reflexionen sobre los muchos lugares en los que acamparon con sus seres queridos fallecidos, momentos que quizá no les parecieron especialmente significativos en su momento, pero que adquieren mayor gravedad e importancia en retrospectiva. Literal y metafóricamente, recordamos los lugares que visitamos juntos. A menudo, esto puede ser doloroso y llevarnos a preguntarnos cuándo disminuirá nuestro sufrimiento y si alguna vez llegaremos a la tierra prometida en la que ya no sentiremos nuestro padecimiento tan profundamente. Aunque sea imposible volver a sentirnos completos, el Midrash nos anima a recordar que cada parada en el camino estuvo llena de milagros. Revisando los distintos campamentos en el viaje de nuestra vida como “chispas de Dios”, momentos en los que la Divinidad infundió dones en nuestras vidas, “acampamos” en esos momentos que quizá no notamos en su momento: un abrazo, un beso, una puesta de sol, una risa profunda. Mucho de lo que damos por sentado puede ser visto como milagroso, regalos del Santo de Bendición que han enriquecido nuestras vidas y continúan haciéndolo – si tan sólo nos detuviéramos y nos diéramos cuenta. Del mismo modo que Dios le dijo a Moshé que anotara todos los lugares por los que viajaba Israel, nosotros también podemos contemplar nuestros campamentos compartidos con los que han pasado. Y al hacerlo, ver los milagros que compartimos con ellos.

Este Shabat volveremos a oír esos nombres que tenemos olvidados mientras no por nuestra elección tenemos presente otros. Son los lugares geográficos donde residían nuestros hermanos desalojados de sus espacios naturales que construyeron con sus propias manos para crear una sociedad ideal en su tierra. Son los habitantes asesinados, torturados y heridos. Son los soldados que salieron convocados por los hechos para defender otros espacios y crear las condiciones que los desalojados puedan regresar a su tierra en paz.

Necesitamos recordar su heroísmo y su sacrificio y tener presente en todo momento los 42 nombres que no siempre tenemos derecho a pronunciar porque nuestras acciones no son lo suficientemente nobles con la certeza que vendrán muy pronto mejores días.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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