La Briskización de la Cultura o el retorno de los brujos
Por Silvia Chab*
Norman Briski es sin duda un gran actor.
Y también, sin duda, es coherente con una ideología centenaria cuya praxis demostró una y otra vez ser fallida en el mejor de los casos.
Y aunque pueda sorprender no opino que reniegue de sus orígenes como judío; es más, de acuerdo a sus propios dichos, se reconoce como heredero de valores ancestrales de un pueblo en lucha por su libertad.
Ni que decir que como todo judío que se precie, carga con una culpa universal como la que año tras año se busca expiar en el Día del Perdón.
Pero de lo que no puede sustraerse Norman Briski es de ser uno más de la serie de quienes conforman este fantasma de época que nos retrotrae a tiempos que creíamos superados.
No pretendo hacer una revisión histórica completa en este reducido espacio. Ni tampoco debatir sobre política o ideologías.
Solo trazaré una línea que va desde los motivos por los cuales fue creado el estado judío en el sitio elegido y lo que fue aconteciendo desde el año 1948 hasta la fecha. Sobre lo primero sólo diré que existió un consenso en Naciones Unidas sobre la necesidad de dar una respuesta al así llamado “problema judío” -no abundaré en las causas inmediatamente anteriores a esa fecha, es decir, la Shoah y sus consecuencias-, y no obstante la conflictividad ya existente en el territorio elegido entre árabes y judíos durante el mandato británico, el mismo fue elegido bajo determinadas condiciones -una partición- no aceptadas por la población árabe local ni de países vecinos.
Esa fue la primera guerra entre judíos y árabes y que concluyó con la creación del Estado de Israel.
Pero la tensión nunca se resolvió. Y cada determinados períodos de tiempo -nunca del todo pacíficos- se desarrollaba una guerra con distintas denominaciones.
No obstante haber existido intentos de acuerdos de paz, por razones esgrimidas por uno y otro contrincante, la ilusión de crearse un estado palestino al lado del estado de Israel nunca pudo llevarse a cabo.
Como ya dije no aspiro a hacer un análisis político o geopolítico de las complejidades que impidieron que esa ilusión fuera realidad. Lo cierto es que el conflicto fue tomando distintas aristas y alimentando la creación de las nuevas formas de monstruosidad contemporánea: las organizaciones terroristas de bases religiosas fundamentalistas y nacionalistas con Hamas y Hezbolla a la cabeza. Sus objetivos no son la pacífica creación de un estado palestino al lado del estado de Israel, sino la supresión de este y la instalación del primero. No queda claro de qué modo lo harían. Pero eso quiere significar la consigna Desde el Rio hasta el Mar.
La masacre del 7 de octubre y después
En medio de esta complicada situación acontece el sangriento episodio sólo comparable con los pogroms sufridos por los judíos en la Rusia zarista, pero con varias vueltas más de tuerca, para expresarlo cínicamente.
No reiteraré los ominosos hechos producidos por esa manada de terroristas, dado que ellos mismos se encargaron de dejar constancia de cada uno de ellos al videograbarlos y difundirlos en las redes.
El 7 de octubre puso de manifiesto de qué manera se puede montar un escenario donde reina la maldad absoluta, la falta total de límites morales y humanos y la subrogación de principios racionales a las más primitivas tendencias destructivas y mortíferas. Un descenso hacia los infiernos.
Pero tampoco es mi intención analizar lo que pudo estar en la cabeza de los terroristas y sus acompañantes en el siniestro ataque. Ni encontrar razones a la parte de la población gazatí que recibía a los terroristas con sus masacradas victimas con aplausos y expresiones festivas.
En este caso, y para retomar el título de esta columna, mi intención en esta oportunidad es poner el foco en las manifestaciones de apoyo a una presunta causa palestina- y que derivaban directa o indirectamente a un franco apoyo a la inmundicia plasmada por el Hamas en cientos de imágenes- que fueron creciendo casi simultáneamente con la difusión del espeluznante acto llevado a cabo por el terrorismo, y antes siquiera de que sobreviniera la respuesta del ejército de Israel en territorio de Gaza.
Ninguna explicación ni argumentación alcanzan para encontrar razones razonables desde la lógica del progresismo -dudo que así se pueda seguir llamando- para dar un apoyo incondicional al terrorismo del Hamas, obviando absolutamente la masacre del 7 de octubre. Porque de eso no se habla. Si al comienzo se desmentía la veracidad de lo ocurrido, la difusión de los videos de los propios vándalos daba por tierra la idea de que se hubiera tratado de un invento judío. Y más tarde, ninguna condena a las aberraciones sufridas por pacíficos pobladores del sur de Israel, hombres, mujeres y niños, fue emitida por parte de organismos de Derechos Humanos o colectivos feministas.
Tampoco se han manifestado en estos estratos reclamos por la liberación de los rehenes -los pocos que quedan con vida y los cuerpos de los que ya no están-
No cabe duda de que las consecuencias de cualquier guerra son monstruosas, aun cuando como en este caso se trate de una guerra no buscada. Pero recortar y negar todo lo que rodea a la masacre del 7 de octubre y que dio lugar a lo que sobrevino, es, cuanto menos un mecanismo esquizofrénico a nivel social.
Mi pregunta aquí es la siguiente: ¿cuál es el motor de este mecanismo de adhesión y ensalzamiento de un acto ominoso a todas luces por parte de quienes esgrimen loables intenciones en defensa de la vida y la integridad de las personas y la salud de los pueblos?
Cuando se llega a estos extremos, donde las razones se evaporan tendenciosamente o no, sólo encuentro coherencia en el pensamiento psicoanalítico cuando saca a luz una línea argumental inherente a la condición humana en lo peor que alberga en su ser.
Dice Jacques Lacan en su seminario del año 1964:
“Hay algo profundamente enmascarado en la crítica de la historia que hemos vivido – el drama del nazismo que presenta las formas más monstruosas y supuestamente superadas del holocausto.
Sostengo que ningún sentido de la historia fundado en las premisas hegeliano-marxistas es capaz de dar cuenta de este resurgimiento mediante el cual son muy pocos los sujetos que pueden no sucumbir en una captura mostruosa ante la ofrenda de un objeto de sacrificio a los dioses oscuros.
“La ignorancia, la indiferencia, la mirada que se desvía, explican tras qué velo sigue todavía oculto este misterio.
(…) el sacrificio significa que en el objeto de nuestros deseos intentamos encontrar el testimonio de la presencia del deseo de ese Otro al que llamo aquí el Dios Oscuro”.
*Psicoanalista
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