Sur, verano y después
Los contrastes entre hemisferios son muy notorios: empezando por los tiempos de luz y oscuridad, el clima, y adentrándonos ya en las sociedades y las culturas. En la era de la comunicación (que avanza más rápido que cualquier otro fenómeno, incluyendo el cambio climático, que está demostrando ser demoledor) nos damos el lujo, desde los lugares que habitamos, de ser testigos y parte de lo que sucede en aquellos que no habitamos. Vivimos en el lado inverso de la moneda pero podemos, aunque sea por momentos, dar la espalda y volvernos empecinadamente provincianos y locales. El mundo es eso que ocurre más allá de mi existencia física.
Lo que está sucediendo en el hemisferio norte, visto desde este rincón del sur latinoamericano (el Río de la Plata), es una realidad paralela que, literalmente, sucede en otro lado. El verano nos distancia de los hechos: somos testigos, pero nuestra capacidad de reacción está aletargada. Es muy difícil hablar de la liberación de rehenes y el conflicto que ha generado al interior de Israel y en uno mismo debajo de una sombrilla y entre chapuzón y chapuzón o en el contexto de alguna de las reuniones que abruman la agenda de los balnearios.
Entre Moldavsky una semana y Palito Ortega la otra, cenando a orillas del mar disfrutando de una puesta de sol, podemos chequear las noticias una o hasta dos veces al día, pero todo sucede muy lejos. Ni hablar de Ucrania y su estancamiento ante la tenacidad rusa, o de los últimos días de Biden y la inminente llegada de Trump a la Casa Blanca. Acá en el paisito, Uruguay, el Presidente hace sociales y da sus últimas entrevistas como tal mientras el Presidente electo está de vacaciones y esta semana decidió operarse la vista… otros tiempos, otros ritmos.
La era de la comunicación nos permite habitar mundos paralelos. Tengamos el alcance que tengamos, las redes sociales funcionan 24/7 y son insaciables. Mientras esperamos días y días por la confirmación del bendito (o maldito) acuerdo entre Israel y Hamas, todos podemos seguir destilando en ellas ideologías, mentiras, bravuconadas, humor negro, odio, ilusiones ingenuas y tantas otras opciones como podamos crear. De modo que sí: hay un mundo echado al sol y otro mundo en vilo en las largas noches invernales. Algunos, además, ligan misiles en la madrugada.
El verano y las vacaciones son un tiempo de descanso por definición y la frivolidad está admitida. Es una oportunidad de ver mucha gente, generar vínculos, hacer planes, y pensar en términos de renovación aunque el correr del año terminé demostrando que buena parte de nuestras propuestas volveremos a retomarlas el año siguiente. Hay metas a las que no llegamos nunca; es la parte onírica de nuestra existencia, ideales y aspiraciones que nos nutren.
Sabemos con certeza que el próximo lunes 20 de enero Trump volverá a ser Presidente de los EEUU, pero no sabemos si en la próxima hora o en el próximo día se anunciará el acuerdo sobre el cese al fuego en Gaza: sigue siendo una aspiración. Como dijo en su última ponencia Amos Oz Z’L, tal vez ya camine entre nosotros el hombre que pueda lograr una solución a conflictos centenarios, o milenarios, que hasta cierto momento parecían irresolubles.
Aparentemente ese hombre, en esta coyuntura, ha sido Trump, mal que me pese. Amenazó y sacudió el avispero; ya supo hacerlo el 6 de enero de 2020 en Washington DC.
Lo que quiero dejar planteado es que no permitamos que el lánguido y descontracturado espíritu estival de nuestra realidad distorsione la tensión y la gravedad de lo que está en juego en el otro hemisferio, allí donde se juegan los grandes partidos de la humanidad. No imaginemos a los niños Bibas apareciendo como por arte de magia, no nos dejemos engañar por la emoción de los rehenes y sus familias: vienen del infierno y todavía les queda un buen trecho por transitar, si es que alguna vez superan esa etapa.
Mientras tanto Israel seguirá sumido en su mezquina lucha político-electoral, en la pulseada de la ultra-derecha y los ultra-ortodoxos con el resto de la sociedad, y sobre todo, en seguir prevaleciendo como estado de alta seguridad en un vecindario imposible.
Ari Shavit cierra su libro ‘Mi Tierra Prometida’ afirmando que permaneceremos (los israelíes y el pueblo judío) aferrados a esa orilla del Mediterráneo porque la historia ha demostrado que es el único lugar al que podemos aferrarnos. Desde estas orillas del Plata está muy bien aferrarse a sueños e ideales, pero no podemos sobrevivir en base a slogans o proclamas cuando allá en el norte el mundo, y la zona que nos incluye muy especialmente, se ha vuelto tan hostil: en general, y en particular con nosotros los judíos. Que el sol de enero y la brisa del mar no nos nuble la percepción y la cabal dimensión de los hechos.
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