Altas expectativas
Por Ricardo López Göttig
Asumió Donald J. Trump en su segundo período presidencial tras una campaña inusual que quedará en la memoria, tras cuatro años negando la legitimidad de su sucesor y antecesor, Joe Biden. Años de polémicas, demandas, desplantes, intento de toma del Capitolio por parte de un grupo de seguidores, y sus acostumbradas hipérboles. Trump ha creado, a lo largo de su vida, un personaje público y lo sigue alimentando en un país que hace culto del éxito material.
Sus votantes y también más allá de las fronteras de Estados Unidos, colocan en Trump altísimas expectativas. En las últimas décadas, las democracias suelen ser más un acto de fe que un proceso racional, en donde se depositan en un candidato los deseos y fantasías personales. Quizás el candidato no haya hecho la más mínima mención a algún tema de la agenda pública, pero hay votantes que imaginan lo que ese político hará en el poder. Las expectativas, así, son desmedidas, tanto como las frustraciones.
Pero lo que más llama la atención, es la afirmación de que la civilización se ha salvado, y entre otros voceros de esta hipérbole mayúscula se encuentra Elon Musk, que de gran empresario innovador devino también en un actor político de relevancia global –paradójicamente, apoyando a candidatos nacionalistas-. Si una civilización dependiera de una elección presidencial cada cuatro años, entonces sus cimientos serían de una fragilidad extrema, al borde del derrumbe. Una elección es un proceso de selección entre alternativas, pero no es un indicador de calidad, ni de la posesión de la verdad, ni del acierto. Es un método pacífico e imperfecto para la sucesión y la alternancia. Se evitan las masacres entre partes rivales en una batalla, o las muertes entre adversarios en intrigas palaciegas, con toda la destrucción colateral que solían traer aparejadas estas refriegas en el pasado. Una civilización es un sistema de valores, hábitos, memorias, historias, patrimonio material e inmaterial, de transmisión de una generación a otra a lo largo de siglos, por lo que un suceso tan minúsculo y rutinario como un recambio presidencial casi no debería alterarla.
Como todo primer magistrado, y sobre todo en una república en la que hay un sistema de equilibrios y controles, el presidente Trump tendrá éxitos, reveses, aciertos y errores, muchas zonas grises que podrán evaluarse en sus resultados tras varios años. Y aun así, habrá detractores, partidarios y observadores críticos que intenten poner en perspectiva racional y equilibrada la balanza. En su primera presidencia, Trump fue el artífice para alcanzar los Acuerdos de Abraham, pero también fue quien retiró soldados estadounidenses de Somalía y el Sahel, negoció con los Talibán para que formaran un gobierno de unidad en Afganistán –que en 2021 terminaron tomando Kabul, tras ir dominando cada una de las regiones a lo largo de tres años-, se mantuvo neutral ante la transformación de Bielorrusia en un completo vasallo de Putin, así como fracasó en lograr un tratado de paz con Kim Jong-Un de Corea del Norte.
En estos tiempos de redes sociales que procuran establecer el estado de la opinión, el deber de todo ciudadano es preservar el espíritu crítico, observar con atención, y no dejarse llevar por expectativas desmedidas de una “edad de oro”, típica frase de campaña. Gobernar es aburrido, complejo, y las tomas de decisiones nunca satisfarán a todas las partes. No esperemos que todos los problemas del mundo se resuelvan en cien días, porque cada uno de los actores participantes, ya sean grandes, medianos o minúsculos, tienen sus propias agendas y las ponen en juego en el tablero.
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