Historias mínimas
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Todos estamos inundados de noticias. Me refiero concretamente a la situación en Israel y sus derivaciones para el mundo judío. Nos guste más o menos, seamos sionistas o no, todo lo que suceda allí incide en nuestras vidas como judíos donde sea que transcurra.
Israel es la variable determinante de esta era en la milenaria historia judía. En ese sentido el Sionismo, como ideología y proyecto, triunfó.
Detrás de las noticias, sin embargo, sean de dónde sean, existen lo que solemos llamar ‘historias mínimas’. Término acuñado y difundido por aquella película de Carlos Sorín de 2002 en la Patagonia. ‘Yo ya no quería trabajar con personajes épicos’, dice Sorín; ‘quería un registro mucho más minimalista y realista’.
Hoy quiero compartir tres relatos en los cuales aplica el concepto de ‘historia mínima’, los coletazos que no son titulares de prensa o a virales en redes pero que determinan la vida de más de un israelí.
Mi fuente es directa. Surge de conversaciones en familia y refleja conversaciones de vecinos, de clase media secular, en la zona metropolitana de Tel-Aviv.
No hace una semana me llega un video clip, en hebreo, sobre las vicisitudes de un reservista que vuelve a su vida normal después de un largo tiempo de servir en algún frente. Con su voz en off, y en un ritmo moderno tipo ‘rap’ tanto en el audio como en la imagen, se nos devela la el pensamiento del protagonista mientras atraviesa diferentes situaciones de su vida cotidiana.
Se genera un desarraigo profundo entre su consciencia y la realidad a la que está volviendo. El efecto de desajuste y la incertidumbre acerca de cómo este joven ‘volverá a la vida’ quedan instalados. El mundo ha seguido girando pero el protagonista ya no puede girar con él. No son historias desconocidas: la industria audiovisual estadounidense abunda en ‘veteranos’ conflictuados e inadaptados ya desde la Guerra de Vietnam. Sólo que esto no es Vietnam o Afganistán; es Israel, ‘nuestros’ soldados. Llevado a un plano simbólico, somos nosotros mismos intentando ajustarnos a la nueva realidad. La historia no da marcha atrás.
En las últimas cuarenta y ocho horas dos relatos me generan una profunda impresión. Me llegan en directo, en una conversación familiar, de esas en las cuales compartimos miedos, anhelos, desvelos, e incertidumbre, con una mayor o menor dosis de certeza dependiendo de la personalidad de cada uno. Son historias reales, auténticas, comprobadas.
Un peluquero de hombres con una clientela fiel en una ciudad israelí de clase media pone un cartel avisando el cierre de su local. Es un oficio que depende absolutamente de las habilidades de su prestador, de su presencia física y real; si él no está, no hay trabajo, y si no trabaja, no hay sustento. El peluquero en cuestión ha servido meses en la Reserva de las IDF. Finalmente es liberado y vuelva a retomar su rutina, su clientela, y uno asume que a balancear su presupuesto. Otro israelí menos solidario, el dueño del local, decide aumentarle el alquiler en forma significativa; ¡a sabiendas que su inquilino no estuvo en el Caribe sino en el frente! Conclusión: el peluquero se muda al fondo de su casa, arma su peluquería, y en solidaridad (no es un punto céntrico), toda su clientela lo sigue. Muchos otros se suman.
Otro caso: hay empresarios que ya no contratan gente que es llamada a servir en la Reserva. No estamos hablando de mega empresas de high-tech sino de lo que aquí llamamos ‘pymes’. El empresario no puede darse el lujo de perder un empleado porque de por sí sus recursos humanos son ajustados a la realidad; la contracara es que ‘el patriota’ que elige o no puede evitar servir a su patria tiene poca chance de ser contratado. Hay falta de mano de obra al mismo tiempo que hay falta de sustento. Como círculo vicioso, es muy fácil de entender. Entiéndase bien: por cada una de estas situaciones mezquinas habrá otras tantas muy nobles. La realidad resulta de la sumatoria de unas y otras. Daría la impresión que la realidad está en números rojos. Mal que nos pese, por mucho que nos cueste aceptarlo. La guerra ha permeado en todo Israel.
Por último, el relato que más me impresionó, probablemente por mi aversión profunda a este tipo de imágenes. Una familia vuelve a la ciudad de Metula, en la frontera misma con el Líbano, una vez que el gobierno permitió a sus habitantes volver en el marco del alto el fuego con Hizbolá. Su casa, como la mayoría, no fue alcanzada por un misil; en ese sentido, está irónicamente ‘intacta’. La paradoja es que no sólo ha sido invadida sino que ha sido devorada por las ratas. Esta plaga ha tomado la ciudad de Metula y ha devorado a su paso todo lo que resulta comestible para esta especie. En términos de Yuval Noah Harari, los enfrentamientos entre nuestras bandas de Sapiens han dado lugar a que una especie menos ‘inteligente’ haga estragos en nuestra ‘civilización’. Somos mucho menos omnipotentes de lo que creemos y es imperioso que desarrollemos mucho más nuestra noción de humildad. No controlamos nada.
El desarraigo del reservista que vuelve, el desplazamiento del peluquero, la plaga que ha invadido una ciudad, son todas historias mínimas de una lucha épica que transcurre en otros niveles pero cuyo precio lo pagan los ciudadanos de a pie. No es épica sólo en términos de la lucha de Israel contra sus enemigos; es épica también en términos de la lucha interna en Israel, que a su vez derrama sobre todo el pueblo judío.
Si uno accediera a otros relatos como ahora accedió a estos estoy seguro que en todos lados los judíos hemos visto afectada nuestra vida cotidiana en el marco de esta época sin precedentes. No porque no hayamos pasado épocas igualmente terribles a lo largo de nuestra historia, sino porque todo esto ha sucedido en el mejor de los tiempos posibles de nuestra historia. La gran incógnita, tanto a nivel de la especulación política como a nivel de la vida cotidiana, es si sabremos estar a la altura de nuestros valores y prioridades no tanto para no sucumbir ante el enemigo sino para no sucumbir ante nosotros mismos.
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