Los ojos de los nenes palestinos, ¿Dónde estabas, Dios, cuando les enseñaron a festejar la muerte?
OSVALDO BAZÁN | Seúl
Es jueves 20 de febrero de 2025.
Es la medianoche.
Estoy en el campo y veo las estrellas.
Volví a leer el fragmento del poema de John Donne que usó Hemingway para abrir Por quién doblan las campanas.
Estoy muy lugar común, ya sé.
Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte del todo; si un terrón es arrastrado por el mar, Europa es menos, tanto como si fuera un promontorio, o la casa de un amigo tuyo o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy involucrado en la humanidad, y por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Me pregunto por esos dos terroncitos de isla que vimos en los brazos de su madre, en la desesperación absoluta, en el abismo de la impotencia más brutal, siendo escrutada a diez centímetros por los ojos del mal. El dolor de imaginar todo lo que vino después es tan grande que el único consuelo es que hayan muerto pronto, aunque ahora sabemos que los masacraron en cautiverio. A los dos nenes. Su madre fue subastada por los gazatíes al mejor postor de las varias facciones terroristas de Gaza. ¿Dónde están las campanas que deberían estar sonando por todos nosotros? Qué pocas campanas suenan, qué pocas campanas suenan, que pocas campanas suenan.
Y ante la inmensidad del universo visto desde la noche del campo santafesino, sin miedo a ser solemne o cursi o lo que fuera, uno, un gramo de nada en medio de las galaxias, con todo el peso del universo encima, se hace otra vez esas preguntas que llevan miles de años y que no tienen respuestas.
No, no, Dios, no te escondas, no tenés ninguna justificación. ¿Cuándo vas a pagar? Porque ni Ariel con cuatro años ni Kfir con nueve meses tuvieron la culpa de nada. De nada. A menos que se considere culpa merecedora de tortura y muerte nacer de madre judía. ¿Para qué los trajiste al mundo? ¿Para que fueran un suspiro, un proyecto trunco, un trofeo de los asesinos? Fueron un afiche arrancado con odio por seres con los que increíblemente compartimos ADN. Fueron el blanco del ultraje mayor, los cuerpitos chiquitos dentro de los ataúdes grandes.
Porque pudieron masacrarlos pero no hacerse cargo de que devolvían cajoncitos diminutos. Fueron el botín, la medalla colgada en el pecho del genocida, la torta de la boda roja. Fueron el centro del baile de otras decenas de chicos, ya tan muertos como los Bibas. Pero el 7 de octubre, ese día en donde no sabemos dónde estabas Dios, los terroristas —y no sólo los terroristas, porque a la madre de Ariel y Kfir, lo vimos todos, no sé vos, se la llevaron civiles palestinos, sea eso lo que fuere— secuestraron también a las mellizas Ema y Yuli Cunio de tres años. Ese día, las nenas fueron raptadas junto a su papá David y su mamá Sharon. Los separaron a los cuatro. Imaginate, Dios, esas nenas, tres años, separadas brutalmente de todo lo que había sido su mundo hasta ese momento, en medio de gritos, olores nauseabundos, sangre.
La misma culpa que Ariel, que Kfir. ¿Cómo se les ocurre ser nenas judías? Sharon y las nenas fueron liberadas. David aún no. Y no está en la lista de quienes serán liberados. Eitan Yahalomi, de doce años, fue secuestrado ese mismo día, tu día de descanso, supongo, Dios, porque no estabas, con su papá Ohad, su mamá Bath-Sheva y sus hermanos Yael, de diez años, y Liel, de dos. Los asesinos entraron a la habitación segura de la familia y dispararon. A Ohad le dieron en la pierna y se lo llevaron. A Eitan lo subieron a una moto hacia el infierno. En otra moto llevaron a la madre con los dos nenes más chicos, pero apareció un tanque israelí —ese armamento que Nahuel Pérez Biscayart pide en cada gala glamorosa a la que asiste que no le vendan a Israel porque Palestina free, re cool— apareció un tanque, decía, y los cobardes palestinos huyeron, lo que permitió que la mamá y los nenes escaparan.
Como todos los secuestrados, Eitan estuvo en túneles sin luz, sin aire, sin comida. Esos túneles pagados con el dinero que Occidente mandó en vagones a Gaza durante años. Doce años tenía Eitan y lo obligaban a ver videos de las matanzas y las torturas a sus amigos, a sus vecinos y si lloraba, le pegaban, mientras le apuntaban con armas. Eitan fue liberado, habla en susurros, está en terapia. De su padre, no hay noticias. Mientras tanto, a 12.500 kilómetros de ahí, aplaudido por la perfumada colonia artística, el actor argentino gritaba canchero: “¡Gaza jamás será derrotada!”.
Emilia Aloni fue secuestrada junto con su madre Danielle. Permaneció en una habitación veinte metros bajo tierra, de dos metros de ancho, hacinada junto a entre 16 y 20 personas, sin luz, sin aire, con comida escasa, sin agua, sin posibilidad de bañarse o cambiarse de ropa. Las liberaron durante la primera tregua, en noviembre de 2023. Aisha Zidane, de 17 años, estaba esa mañana del 7 de octubre, cuando vos Dios no estabas, trabajando con unas vacas, con su padre Youssef, y sus hermanos Bilal (18) y Hamsa (22). Se llevaron a los cuatro. Eran beduinos. A Aisha y a Bilal los devolvieron. A Youssef y a Hamsa los mataron. Entre los 1010 torturados y asesinados el 7 de octubre, había al menos 37 nenes. Liel Hertzoni, de doce años. Yahav Winner, de diez. Eitan Gonen, de tres. Y todos los demás. Que sean menores sólo agrava el asunto, claro. Nada está justificado. Ese 7 de octubre, ¿dónde estabas, Dios? Porque deberías saber que algo se quebró en el mundo, algo hizo crack.
Un profesor de música argentino, beneficiario de las Becas UBACYT, estudioso de la cultura contemporánea, exhibe su deseo de sangre judía en las redes.
Lo hace alegremente, porque total es gratis.
Se llama Guido Saá y una vez que saltó el escándalo, lo menos que se puede pedir es que deje de dar clases en el Colegio Carlos Pellegrini y en el Conservatorio Superior de Música Andrés de Falla.
Cuentan también en las redes que no es raro escuchar comentarios así en las salas de profesores.
En eso no se diferencian de los grandes nombres de la academia argentina. O de los escritores porque ¿leyeron ustedes las declaraciones al menos de compromiso de los escritores consagrados argentinos sobre la matanza de los niños, al menos de los niños argentinos, sus torturas, sus tormentos? ¿Y de los artissstas siempre con el telefonito a mano para grabarse desgreñados pidiendo lo que el kirchnerismo desee? ¿Y de los artissstas que lanzaron su carrera en Israel y se llenaron de dinero en las giras por Tel Aviv?
Bastante más allá de lo perdonable, la legisladora elegida por voto popular, Vanina Biasi negó públicamente, de cuerpito gentil, que Hamás hubiera matado bebés. Dijo que era una fake news y que ella de eso no hablaba. Para ella, Kfir es una fake news. Lo que daríamos porque tuviera razón.
Lamentablemente, no.
La política de propaganda de Goebbels fue tan eficiente que aún hoy sigue dando réditos.
Aplicados y tenaces, los antisemitas cosechan en sangre su siembra de mentiras.
Según los datos más fehacientes, en 1939 la población mundial era de dos mil millones de personas1 y de ese total, 16,6 millones de personas eran judías2.
El 0,8% de la población mundial era judía.
Casi ocho personas cada 1000.
Hoy la población mundial es de 8.200 millones de personas3 y el total de judíos es de 16 millones4.
Menos del 0,2% de la población mundial es judía.
Menos de dos personas cada 1000.
Y para seguir con los números que fijan y dan brillo, mientras que desde 1939 hasta hoy, la población mundial creció un 310%, de 2.000 millones a 8.200 millones de personas; la población judía, en el mismo período, disminuyó un 3,61%, de 16,6 millones de judíos en el ‘39 a 16 millones hoy.
16 millones de personas, algo así como el total de la población de Zimbabwe.
Hablemos de genocidio, si querés, Dios.
No creo en pueblos elegidos.
Pero estoy empezando a creer en pueblos marcados.
Esta mañana pensamos que ese SiniestroPalooza que hoy los asesinos le infligieron al mundo era el escalón más bajo al que nos iban a llevar. Pero no hay fin de la miseria humana con los que gritan Free Palestina!
Reparto de caramelos y cantos y bailes para festejar cuatro cajones mortuorios.
Más tarde, explotaron unas bombas que, con la precisión de un marmota, debían volar el transporte público de Tel Aviv en horario pico, pero como los marmotas no diferencian AM de PM, les salió mal.
Aún faltaba varios escalones más.
A los nenes Bibas no los mató una bomba israelí, como le hicieron decir al padre bajo tortura para grabarlo y que lo viera el mundo. .
Y otro escalón
A los nenes Bibas no los mataron los asesinos de Hamás.
A los nenes Bibas los mataron gazatíes palestinos con sus propias manos y después les tiraron piedras para poder decir que habían muerto en un bombardeo.
Y otro escalón.
A los abuelos maternos de los nenes Bibas, Yossi y Margit, los quemaron vivos en su propia casa.
Según lo pactado, los terroristas tenían que devolver, junto con los cadáveres de los nenes, el cuerpo de la madre, Shiri.
Y así lo dijeron, y así enviaron el cajón. Con llaves que no abrían, así de siniestros son.
Y otro escalón.
Como una versión macabra de Esperando la carroza, el cadáver en el cajón pertenecía a otra persona.
¿A quién?
A cualquiera.
A Hamás no le importó.
A Hamás no le importa una persona más, una persona menos.
A Hamás le importa matar judíos.
Al menos en la película Enrique Pinti prometía “¡No bebo más!”. Acá, sabiendo que Hamás es como es —con el apoyo, el aplauso y la admiración muy mayoritaria del pueblo palestino— no hay esa esperanza de recuperación.
Vos, Dios, que lo sabés todo, ¿que hicieron con ella?
El cuarto de los cajones que Hamás devolvió a cambio de 602 terroristas presos, traía los restos masacrados de Oded Lifshitz, el periodista pacifista a quienes conocían como Grandpa y que, a los 83 años, aún era voluntario del proyecto Road to Recovery. Usaba su auto personal para llevar chicos palestinos a ser atendidos por médicos israelíes en Israel. Sí, porque los palestinos —no sólo los chicos— son atendidos gratuitamente por profesionales israelíes de primer nivel con la mejor tecnología, Vanina, Guido, Norman, Nahuel, seguro que no lo sabían. Y vos, Dios, no sé si sabías.
Oded defendió a los palestinos en la matanza de Sabra y Chatila, defendió a los beduinos de Rafah frente al intento del ejército israelí de evacuarlos del Sinaí; se opuso a la ocupación de los territorios después de la Guerra de los Seis Días.
Creía, Oded, y trabajaba para la armonía entre los pueblos.
Tenía fe en la paz.
Creía, el bueno de Oded —no sabemos si hasta que fue asesinado en cautiverio por la Yihad Islámica Palestina, a los 84 años— en la solución de los dos Estados coexistiendo pacíficamente.
El 7 de octubre, la misma gente a la que había ayudado, le disparó, recibió un tiro en una mano y, al ver su casa incendiada, su jardín de cactus, su piano incendiado, se desmayó y lo llevaron a lo más profundo del averno.
Su hija Sharon dijo: “El 7 de octubre vio su obra de vida arder en llamas”.
Quizás por esto sus captores lo torturaron especialmente.
Para demostrar que la idea de los dos Estados es imposible.
Lo mataron a fines del ‘23.
Conservaron su cadáver más de un año para canjearlo por terroristas presos. Bailaron sobre su ataúd. Alguno de todos los presentes, seguro había sido transportado por Oded a un hospital israelí, salvando así su vida.
Un mensaje claro para todos los progres judíos pro-Palestina.
A Hamás no le interesa lo que pienses, digas o hagas.
Te va a matar igual.
Tu pecado es ser y estar.
Palestina no quiere ser un Estado.
Palestina quiere matar judíos, no otra cosa es el cantito “del río al mar” que tan bien entonaron los universitarios de Occidente, de diversidad tanto en lo sexual como en los colores del cabello, que gritan eso porque la ignorancia es atrevida.
Y peligrosa.
Harán cosas peores los de Hamás apoyados por el pueblo palestino, porque no les importa. Ahora, frente a la inmensa oscuridad no pienso en los cajones. Pienso en esos nenes palestinos sobre el escenario del espanto celebrando la desaparición física de gente que estaba ahí nomás.
¿Viste, Dios, el video ese de los nenitos palestinos festejando la muerte? ¿Viste, Dios, esos ojos vacíos de las nenas que bailaban en ese escenario de la infamia? ¿Viste esos ojos, Dios? Esos ojos de muerte en chicos que deberían estar jugando o en la escuela o soñando con ser Messi o Shakira o quien sea? Esos nenes palestinos ya están muertos; no piensen en su libre albedrío, no hay manera. Respiran muerte, comen muerte, se bañan en muerte. Sólo cantan canciones de muerte. Sólo juegan juegos de muerte. Mirales, Dios, los ojos a esos chicos, cuencos vacíos, sin futuro, sin esperanza, sólo muerte. Danzas de cuervos recién nacidos, ritos zombies copiados de mayores zombies, el olor oprobioso de la rabia que desparramarán, tarde o temprano, por un mundo que no está haciendo sonar sus campanas.
Ya sé, todo esto es un terrible lugar común, pero este mundo lo es, esta época lo es, estas iglesias, estas mezquitas, estos muertos, estas guerras, todo es un lugar común.
Quizás el error es buscar un sentido donde no lo hay.
Quizás el error es creer que estás en algún lado.
Como un alambique de brujas y malditos, hoy se destiló el odio y ese líquido nauseabundo nos inundó a los que pensábamos que la vida podía ser una buena idea.
Y entonces, frente a la inmensidad de la noche santafesina, en silencio, porque las campanas no están sonando, me vuelvo a preguntar, como tantos y tantos desde siempre: ¿Dios, existís?
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