Rabbani, el “asesinato” de Nisman y los amigos argentinos de Irán
El 14 de agosto de 1993, en Irán se tomó la decisión de atentar contra la AMIA. Los altos mandos persas obedecieron las órdenes entonces del presidente del clero, Alí Akbar Rafsanjani. Poco antes, en 1992, habían volado la Embajada de Israel en Buenos Aires. La contigüidad temporal y el “éxito” del primer ataque no constituyen un dato menor.
El embajador iraní en Argentina, Hadi Soleimanpour, viajó tras aquella orden de Rafsanjani a la Triple Frontera entre Brasil, la Argentina y Paraguay. Allí sostuvo reuniones con jerarcas del universo del sicariato a gran escala. En Ciudad del Este opera el clan Barakat señalado por el Departamento de Estado, pero también por fuentes de Inteligencia brasileñas, como un brazo financiero y operativo de Hezbollah con probados tentáculos que lavan dinero desde la ciudad Argentina de Puerto Iguazú y también a través de Uruguay. Detrás de las maniobras de lavado hay narcotráfico, lazos y obediencia a los cuarteles generales de Hezbollah en el Líbano. Desde aquella escala en la Triple Frontera, Soleimanpour voló a Teherán y avanzó en el diseño de la estrategia con el canciller Alí Akbar Velayati.
En 2003, Soleimanpour fue arrestado en Durham, una población inglesa de 600 mil habitantes después de que el juez Juan José Galeano emitiera una orden de captura internacional contra trece diplomáticos iraníes, según él, implicados en el atentado a la AMIA. El canciller argentino en ese momento era Rafael Bielsa. Una ráfaga de cinco balazos horadó en esos días la Embajada británica en Teherán.
Soleimanpour fue liberado tras pagar una fianza de 1.140.000 dólares.
En 1994, en las vísperas del atentado a la AMIA, todo el aparato de inteligencia y de exportación de terror del régimen avanzaba a plena marcha. Estaba al tanto de todo, y en operaciones, el brigadier general de la fuerza Quds, Quassem Soleimani, hace días liquidado desde un dron no tripulado por orden del presidente de Estados Unidos Donald Trump. Las misiones básicas de la fuerza Quds son el reclutamiento de suicidas y el diseño de operaciones e injerencias extraterritoriales.
El encargado facilitador del atentado era el Mullah Moshen Rabbani, agregado cultural de Irán en la Argentina. Rabbani fue el coordinador de todos los contactos que actuaron en el atentado a la AMIA. Activó sus vínculos regulares con militantes pro iraníes. Con algunos de ellos siguió hablando hasta ahora. Elogió a Cristina Kirchner: “Quiso resolver todo y no la dejaron”.
Todo permanece impune.
La vicepresidente argentina invitó a la presentación editorial de “Sinceramente” en la Feria del Libro, a Mohsen Ali, el Sheik que afirmó que lo de la AMIA había sido un autoatentado de los judíos. Hay varios argentinos que conversaron regularmente con Rabbani como si hubiera sido un guía infalible para apurar la confección del pacto entre Argentina e Irán que buscaba liberar las alertas rojas que impedían circular fuera de Persia a los acusados por el atentado. Luis D’Elía y Fernando Esteche junto al ya fallecido padre Farinello viajaron a Irán. Contaban con el aval de Mario Cafiero, hermano de Juan Pablo y tío del jefe de gabinete, Santiago Cafiero. Llevaron una carta de apoyo a la teocracia firmada, entre otros, por Pino Solanas y Hebe de Bonafini.
Ahora, Moshen Rabbani, para desconcierto de los militantes del suicidio del fiscal Nisman, acaba de decir desde Teherán -en un programa radial amigo de Irán- que a Nisman lo mataron.
Los militantes del suicidio sin más están ligeramente perdidos. Es verdad que Rabbani no se ha caracterizado por decir la verdad. Su nueva declaración no confirma ni refuta nada. Pero lo interesante es que por alguna razón, justo ahora, después del asesinato de Soleimani, vuelve a insertarse en la polémica. Rabbani dijo también que Nisman pudo ser inducido al suicidio porque “no tenía pruebas”. Si fue así, es legalmente un homicidio.
“Lo mataron” reiteró Rabbani.
El Sheik tiene propaladores locales.
Sus amigos tal vez no evalúan que no le temblaría la mano al venerado mullah para propulsar otro horror allí donde le parezca a él y a los suyos.
Escribió Hafez, el maravilloso poeta persa y místico sufí del siglo XIV: “No te aflijas. Tu mal será trastocado en bien”. “No te aflijas” predica con esperanza. Hafez es un maestro de la fe. Pero el mal no se trastoca en bien si se perpetra deliberadamente el mal.
Irán cosecha hoy enemigos en el Medio Oriente islámico sunnita. Arabia Saudita, Irak, Yemen, diversas facciones sirias y amplios sectores libaneses que refutan la expansión de Hezbollah en su territorio.
Alberto Nisman fue el principal acusador de Rabbani. La voz de Rabbani fue invocada otra vez y habló con el cinismo y calma, propio de su lejanía de todo tribunal imparcial.
La última escena del fiscal es la más elocuente: violentamente muerto y yaciente en el charco de su propia sangre.
Por Miguel Wiñazki
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