Hagia Sofia y el neo-otomanismo de Erdogan
Por Ezequiel Naidich
El viernes pasado, El Consejo de Estado turco, que funciona como Tribunal Supremo de Justicia, derogó un decreto de 1934 que convertía la mezquita de Ayasofya en un Museo. Este episodio fue ampliamente criticado por la Unión Europea y por la Unesco, que argumenta que esta medida viola un Patrimonio de la Humanidad.
La basílica de Hagia Sofia había sido construida por el Imperio Bizantino en el siglo VI, siendo la casa de oración cristiana más grande de todos los tiempos, luego convertida en 1453 en una mezquita por los otomanos tras haber conquistado Constantinopla.
Sin embargo, fue convertida en un museo en 1934 por Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la nueva Turquía secular y occidental luego de la Primera Guerra Mundial. Atatürk había eliminado la educación religiosa, el califato y la Sharía o ley islámica, emancipó a las mujeres y prohibido el uso de Fez, turbantes y velos. Pero entre esas y otras varias reformas, uno de los cambios simbólicos más importantes fue la conversión de Hagia Sofia en un museo, tendiendo puentes con la Europa cristiana y mostrando que Turquía se había transformado en un país abierto y laico.
Recep Tayyip Erdogan, actual presidente turco, está intentando desandar las reformas de Atatürk. Desde su juventud militó en organizaciones políticas islamistas e incluso fue condenado a 10 meses de prisión por intolerancia religiosa en 1998, cuando era alcalde de Estambul. En 2002 ganó las elecciones con su Partido de la Justicia y el Desarrollo, conocido como AKP, y desde entonces ocupó el Poder Ejecutivo.
En los 18 años que lleva gobernando volvió a transformar Turquía. La calidad de vida, que a principios del milenio era comparable a la siria de pre-guerra, hoy es comparable a la española. El éxito de sus políticas económicas ha generado admiración hacia su persona por gran parte de la población. Pero también obtuvo su apoyo a partir de un discurso nativista, donde el pueblo turco es oprimido por elites occidentales. Las reformas de Atatürk habían convertido a los musulmanes religiosos en una minoría, vistos como ciudadanos de segunda clase. Aprovechando las redes de organizaciones sociales musulmanas en la sociedad turca “profunda”, Erdogan consiguió reformar la Constitución, construyendo un presidencialismo tan fuerte que sepultó los aspectos republicanos de la Turquía de Atatürk.
Esas dos tracciones se acabaron para Erdogan. El crecimiento económico se frenó en 2018, y si bien retomó tímidamente su curso el año pasado, la pandemia se impuso brutalmente.
Esto le ha llevado a perder las elecciones en varias ciudades importantes, incluyendo Estambul, donde él comenzó su carrera. Por otro lado, hoy la minoría vista como ciudadanos de segunda clase son los seculares, cuyas voces han sido acalladas en los medios de comunicación principales del país.
Uno podría intuir, entonces, que la conversión de Hagia Sofia en una mezquita es una jugada para reavivar el apoyo de sus bases, pero el timing no es el mejor. Faltan aún 3 años para las próximas elecciones y la gente no tiene tanta memoria, especialmente si le va mal económicamente. Tendría más sentido, en cambio, que sea para tapar el mal manejo de la pandemia o los últimos pasos en el avasallamiento de la justicia.
No obstante, esta medida pertenece a la agenda neo-otomana o imperialista turca. Turquía ha intensificado su participación en la puja de influencias en la región.
A fines del año pasado entró a combatir en Siria contra el régimen y contra los kurdos; irrumpió en la Guerra Civil Libia en defensa del Gobierno de Acuerdo Nacional; y presionó más fuertemente a griegos, chipriotas e israelíes en el Mar Mediterráneo Oriental. La reconversión de Hagia Sofia en una mezquita no es un evento menor, ni un capricho de Erdogan. Es parte de una secuencia de acciones que buscan reconstruir el Imperio Otomano, no formalmente, pero sí reorganizando Turquía en una autocracia donde la religión ocupa un papel cada vez más preponderante, y devolviéndole la centralidad que supo tener en el mundo musulmán.
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