Coronavirus, segunda parte
Al principio el Covid-19 nos tomó por sorpresa. Fue algo muy remoto cuya referencia nos llegaba desde China. Luego fue algo inminente cuando el virus invadió Europa. Hasta que finalmente desembarcó en nuestras costas oficialmente el 13 de marzo de este año 2020. Quiere decir que hasta marzo, el virus fue sólo discurso, y desde marzo fue silencio y estupor; luego, se transformó en discurso oficial. No sé si fue la “libertad responsable” a la que alude una y otra vez nuestro Presidente o el miedo paralizante el que causó el efecto; tiendo a creer más en lo segundo que en lo primero.
El país se aquietó súbito, cundió la paranoia y por lo tanto el cuidado extremo, y lo peor nunca terminó de suceder. Pasada la Semana de Turismo, todavía bajo control a pesar de algunos surfistas y otros rebeldes menores, abierta la actividad de la Construcción, el país ha ido volviendo por sus fueros con la gradualidad y la mansedumbre de la cual como uruguayos hacemos gala. Pasados cuatro meses del momento cero, con el país casi normalizado, es momento de verificar si realmente estamos a la altura de la circunstancia. Porque estamos en Julio, pero parece que estamos en Marzo: aparecen casos todos los días en lugares diversos y simultáneos y volvimos a hablar de circulación social del virus. Antes de tener el diario del lunes (el lunes que sea), quisiera aventurar algunos conceptos.
Las fuentes judías tienden a vincular los sucesos naturales con la conducta humana, sobre todo para responsabilizarnos por los mismos: así, el Diluvio universal responde a la corrupción de la Humanidad, y la destrucción del Segundo Templo de Jerusalém al odio gratuito entre hermanos. No hay sucesos naturales sin causas morales y éticas. Nada de esto es extraño si pensamos en el manejo de los famosos mercados húmedos de China, donde se han originado tantos virus, o si miramos CNN y vemos a miles de estadounidenses resistirse al tapabocas como si éste cercenara su libertad individual. No puedo afirmar que el Corona sea producto de la conducta humana, pero su propagación lo es; del mismo modo que lo será su control, cuando se invente la vacuna salvadora.
Más allá de origen o cura, el manejo de una situación de pandemia es una cuestión moral, y en general podemos afirmar que un manejo sensato, honesto, transparente, y objetivo se corresponde con los resultados más exitosos, mientras que lo contrario resulta en el crecimiento exponencial de infectados y muertos. No es una regla de hierro, pero es suficientemente sólida como para construir sobre la misma algunas premisas. Entre ellas, que el mal manejo político, la corrupción, el exceso de poder, y la soberbia de los gobernantes termina en desastre. Alguno me dirá que no se precisaba una pandemia para probar esta regla; basta con ver qué sucede en Venezuela, Cuba, o Nicaragua. Es cierto: para muestra, alcanza un botón; pero cuando las consecuencias son globales y simultáneas, la prueba es más contundente.
Israel es un país en la mira por el conflicto con los palestinos, la Ocupación, Gaza, y temas afines. Fuera de eso, es un país reconocido por su desarrollo tecnológico y científico y su capacidad de afrontar las crisis, empezando por sucesivas guerras, terrorismo, y sanciones económicas (BDS). El Primer Ministro Netanyahu, el que más tiempo ha estado en el poder en la historia del Estado, ha sido acusado de corrupción y abuso de poder, ha manipulado la política partidaria a su antojo, ha desafiado a la Suprema Corte de Justicia, pero daría la impresión que si fuera a caer legítimamente, en elecciones, sería recién ahora, cuando la segunda ola de la pandemia lo jaquea, cuando cunde el caos, y cuando la manipulación política prevalece más que nunca por sobre las necesidades económicas y sanitarias de la población. La aureola de seguridad nacional que lo envolvía parece esfumarse frente a los embates del virus, la desocupación, y el hambre. Todos quienes se enorgullecen de Israel y su superioridad en tantas áreas deberían al menos hoy reconocer que está sumida en uno de los momentos más complejos de su historia. El enemigo no es un Otro, sino un virus y sus consecuencias en la conducta humana.
Los EEUU de Norteamérica son la mayor potencia mundial. Hoy, paradójicamente, su liderazgo está dado por la mayor cantidad de contagios y muertes de toda la Humanidad. El país con mayores recursos, con las libertades individuales más protegidas, la diversidad étnica y cultural más rica, y el espíritu capitalista más desarrollado, no puede detener la plaga. La libertad de protestar ha dado lugar a un nuevo brote explosivo del Covid-19 en decenas de Estados. Pero sobre todo, es el manejo político del tema el que lo torna tan volátil. Sólo con echarse atrás y hablar poco, Biden, Pelosi, y Cía. dejarán que Trump finalmente sucumba al peso de gobernar; algo que nunca le interesó. Es muy probable que Trump pierda la elección más que ganarla Biden; la pandemia y el racismo acabarán con el actual Potus. Además de su propia soberbia e incompetencia.
Nada puede resistirse a esas cualidades. De modo similar, el irresistible ascenso de Jair Bolsonaro en Brasil, producto de los escándalos de corrupción en torno a Lula, Wilma, Temer, y el resto del sistema político, no hace más que confirmar, si no la corrupción, sí el caos. No es casualidad que tanto los EEUU como Brasil estén metidos en este berenjenal; el sistema federal habilita este tipo de caos cuando el liderazgo central es tan cuestionado.
Creo que ahora la gran prueba la tendremos los uruguayos. Tampoco es casual, o si lo es la coincidencia es asombrosa, que cuando nuestro Presidente se expone a tres entrevistas en medios argentinos (Leuco, Canosa, Majul) la situación amaga con descarrilarse. Cuando el Presidente Lacalle Pou decida esta próxima semana dar una nueva conferencia de prensa (estoy seguro que lo hará), está será vista a la luz de las entrevistas laudatorias de los periodistas argentinos. Si Argentina es farándula, como algunos pensamos, exponerse a tanta farándula parece un desatino de parte de un Presidente que ha hecho gala de una sobriedad y solvencia ejemplares. Quiero creer que a pesar de su contacto con la prensa argentina sabrá mantener los criterios de manejo de la pandemia.
Su resistencia, admirable, a caer en cualquier tipo de autoritarismo (que le hubiera significado hipotecar su Presidencia desde el vamos) apelando a la “libertad responsable”, puede dejarlo atrapado en medio de eventos difíciles de controlar sólo con discurso y buena voluntad. Así como eludió las maniobras politiqueras de la oposición que le pedía “cuarentena obligatoria” ya en Marzo, esperemos que no deba recurrir a ellas para maniobrar en este campo minado de contagios que está apareciendo.
Todavía somos ejemplares, pero hay pandemia para rato.
Por Ianai Silberstein
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