La esclavitud moderna y la hipocresía de los “concienciados”
Los medios se han llenado de noticias sobre la vandalización, por parte de los seguidores del Black Lives Matter (BLM), de estatuas de tratantes de esclavos, propietarios de esclavos o cualquier personaje al que hayan percibido como históricamente asociado con el esclavismo. En Bristol, Inglaterra, la estatua del esclavista Edward Colston fue derribada y arrojada a las aguas de puerto. En Bélgica se han pintarrajeado estatuas del rey Leopoldo.
Estos hechos han llevado a algunas autoridades locales a plantearse si han de eliminarse todas las estatuas percibidas como ofensivas para la sensibilidad actual. El alcalde de Londres, Sadiq Khan, anunció la creación de una comisión que evaluará el futuro de elementos de referencia de la capital británica como las estatuas y los nombres de las calles.
Lo que no queda claro es de qué manera atacar estatuas antiguas de gente que lleva mucho tiempo muerta puede ayudar a alguien, especialmente a las millones de personas –negras y de otros colores– que padecen esclavitud hoy día. Pareciera que los concienciados activistas del BLM y su legión de simpatizantes arrodillados no se preocupan del drama de los esclavos de esta misma hora, que se estima son nada menos que 40 millones. Evidentemente, es mucho más sencillo, y presumiblemente más placentero, destruir monumentos históricos occidentales que sumarse a la ardua misión de acabar con la esclavitud moderna.
En el propio Reino Unido hay una chocante modalidad de esclavitud moderna, algo que los concienciados alegremente ignoran mientras derriban corajudos estatuas de hierro y piedra. Según la edición de 2019 del Informe Anual sobre la Esclavitud Moderna del Gobierno británico, hay al menos 13.000 potenciales víctimas de la esclavitud en el Reino Unido; aunque como dicha cifra se remonta a 2014, cabe someterla a cuestión: según el Índice Global de Esclavitud de 2018, sólo en Gran bretaña habría unas 136.000 personas esclavizadas.
En el Reino Unido, la esclavitud se presenta en forma de trabajo forzoso y de explotación doméstica o sexual. Entre los esclavos abundan los albaneses y los vietnamitas. Los medios británicos han publicado varias informaciones sobre los miles de vietnamitas, la mitad de ellos menores de 18 años, que han sido secuestrados y enviados al Reino Unido, donde son forzados a trabajar como esclavos en granjas de cannabis. No no sino sino una pequeña parte de la “vasta maquinaria criminal que suministra 2.600 millones de libras al mercado negro de cannabis británico”. Quienes no son forzados a trabajar en la industria del cannabis son esclavizados en “salones de belleza, burdeles y restaurantes, o mantenidos en régimen de servidumbre doméstica en residencias privadas”. En enero, la BBC emitió un reportaje sobre un chico vietnamita llamado Bo que había sido secuestrado por una banda china y enviado a Gran Bretaña, donde su jefe chino lo golpeaba y mataba de hambre cada vez que una de las plantas de cannabis se malograba.
Puede que a BLM no le preocupe demasiado la vida de los vietnamitas en el Reino Unido; después de todo, lo que les interesa son las vidas negras. Pero ¿qué pasa con los esclavos negros en África? Se estima que actualmente son 9,2 millones de hombres, mujeres y niños, según el Índice Global de Esclavitud, y son objeto de trabajo y matrimonio forzados, así como de explotación sexual.
“Según la Organización Internacional del Trabajo de la ONU (OIT), en la actualidad hay el triple de gente en servidumbre forzosa que la capturada y vendida durante 350 años de comercio transatlántico esclavista”, informó la revista Time en marzo de 2019. De acuerdo con la OIT, la esclavitud moderna ha visto 25 millones de personas en esclavitud por endeudamiento y 15 millones sometidas a matrimonios forzados.
Se calcula que las redes esclavistas modernas ganan 150.000 millones de dólares al año, sólo un poco menos que el contrabando de armas y drogas. “La esclavitud es ahora mucho más lucrativa que en ningún otro momento de la historia”, declaró Siddharth Kara, economista del Carr Center for Human Rights Policy, a Time. Según el Índice Global de Esclavitud 2018, “los países del G-20 importan cada año 354.000 millones de dólares en productos susceptibles de ser producidos por esclavos modernos”.
En 2007 salieron a la luz unas impactantes imágenes de unas subastas de esclavos en Libia: CNN documentó un caso en el que hombres arabófonos vendieron a 12 nigerianos. En 2019, Time entrevistó a un migrante africano, Iabarot, que había sido vendido como esclavo en su periplo hacia Europa:
Cuando Iabarot alcanzó la frontera sur de Libia, dio con un taxista aparentemente amistoso que le ofreció llevarle gratis a la capital del país, Trípoli. Sin embargo, fue vendido a un “libio blanco”, o árabe, por 200 dólares, y forzado a trabajar para pagar su ‘deuda’ en un obra, patrón que vivió cada vez que fue vendido y revendido.
El tráfico sexual comprende una parte considerable de la esclavitud moderna. Según un reportaje publicado en 2019 en el Washington Post, la mafia nigeriana trafica con decenas de miles de mujeres:
Algunos expertos dicen que hasta 20.000 nigerianas, algunas de ellas menores, llegaron a Sicilia entre 2016 y 2018, traficadas en cooperación con nigerianos en Italia y en [Nigeria].
En un informe de julio de 2017 de la Organización Internacional para la Migración de la ONU (OIM) se leía:
En los últimos tres años, la OIM de Italia ha registrado casi un 600% de incremento en el número de potenciales víctimas del tráfico sexual que llegaron a Italia por mar. Esta tendencia creciente ha continuado durante los primeros seis meses de 2017, y la mayoría de las víctimas proceden de Nigeria.
En su informe, la OIM estimaba que el 80% de las mujeres, a menudo menores, procedentes de Nigeria –cuyo número se disparó desde las 1.454 de 2014 hasta las 11.009 de 2016– eran “potenciales víctimas de explotación y tráfico sexual”.
En algunas partes del continente africano, especialmente en el Sahel, la esclavitud sigue estando enraizada en la cultura tradicional, pese a que oficialmente haya sido proscrita. En países como Mali y Mauritania, la denominada esclavitud por ascendencia o ‘basada en la casta’ –en la que la condición de esclavo se hereda de generación en generación– aún se sigue practicando.
Se estima que en Mali, donde la esclavitud no es legal, en 2013 vivían 250.000 personas en condiciones propias de la esclavitud. Una esclava local, Raichatou, le dijo al Guardian ese mismo año que se convirtió en esclava cuando su madre, también esclava, falleció. “Mi padre sólo puedo contemplar con impotencia cómo el amo de mi madre nos reclamaba a mí y a mis hermanos”. Raichatou trabajó como sirvienta de la familia sin recibir pago alguno durante 20 años, y fue forzada a casarse con un esclavo al que no conocía, para que así pudiera procurar más esclavos a su amo.
En Mauritania se cree que hasta el 20% de la población se encuentra esclavizada, aun cuando la esclavitud fue oficialmente proscrita en 1981. Los esclavos son en su mayoría de la minoría haratin, de raza negra, mientras que la mitad de la población es árabe o bereber. De acuerdo con un reportaje del Guardian de 2018,
la esclavitud tiene una larga historia en esta desértica nación norteafricana. Durante siglos, los moros arabófonos invadieron aldeas africanas, a resultas de lo cual se instauró un sistema de castas que sigue vigente, y en el que los individuos de piel oscura están en deuda con sus ‘amos’, de piel más clara.
La condición de esclavo se transmite de madre a hijo, y los activistas antiesclavistas son regularmente detenidos y torturados. Aun así, el Gobierno niega que haya esclavitud en Mauritania, y de hecho se elogia a sí mismo por haber puesto fin a la práctica de la misma.
En ese mismo reportaje se describía el terrible destino de los esclavos haratin:
Aichetou Mint M’barack era una esclava por ascendencia de la zona de Rosso. Como su hermana, fue apartada de su madre y entregada a un pariente del amo como sirvienta. Se casó en la casa de sus amos y tuvo ocho niños, a dos de los cuales se los llevaron para que fueran esclavos de otras familias. En 2010, la hermana mayor de Aichetou consiguió liberarla… luego de que huyera de sus amos después de que vertieran ascuas sobre su bebé, matándolo.
BLM y la miríada de altos ejecutivos, profesores universitarios, personalidades de los medios, el deporte y la cultura que se están arrodillando ante el movimiento parecen totalmente despreocupados del destino de personas como Aichetou. Lo más probable es que jamás hayan oído hablar de ella o de sus sufrientes semejantes. Por lo visto, hay vidas negras que no importan, salvo para los valerosos individuos que trabajan en las organizaciones antiesclavistas locales.
En cambio, BLM y sus sicofantas pugnan incesantemente por cambiar los nombres de calles y universidades y retirar estatuas, que no es más que un ejercicio de tartufismo pueril.
Desperdician el tiempo discutiendo sobre si gente que jamás ha sido esclava debería recibir reparaciones de gente que jamás ha poseído esclavos.
Incurrir en semejante postureo mientras se ignora a los escalofriantes 40 millones de víctimas de la esclavitud actual no sólo da cuenta de la tremenda hipocresía de los concienciados, sino que constituye un insulto brutal contra quienes sufren la esclavitud en silencio y mueren como consecuencia de los abusos físicos, sexuales y emocionales que han de soportar. Si hay algo ofensivo, es esto.
Por Judith Bergman, abogada, analista política e investigadora del Instituto Gatestone.
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