Adolfo Kaminsky, el falsificador de documentos que salvó a 14.000 judíos
El falsificador argentino que salvó más de 14.000 judíos.
Falsificó documentos para la resistencia francesa, destinados a salvar a miles de judíos perseguidos por el nazismo. Además para que los judíos sobrevivientes del Holocausto pudiesen ingresar al Mandato Británico de Palestina, antes del establecimiento del Estado de Israel.
Nació en 1925 en Buenos Aires, hijo de padres judíos rusos exiliados, y aunque solo vivió allí cuatro años, asegura que todavía guarda de aquel tiempo un recuerdo muy preciso.
Hoy vive en un modesto piso del distrito 15 de París.
Se enamoró “de la fascinante alquimia de los colorantes” en un laboratorio improvisado que montó en casa de su tío, en Vire, un pueblo de Normandía, cuando acababa de dejar la escuela y trabajaba en una tintorería.
Francia fue invadida por Alemania en 1940, y su madre fue asesinada. “Más tarde, en 1943, mi familia fue internada en el campo de Drancy, cerca de París, que fue para muchos niños judíos el preludio de los campos de exterminio. Al final su familia fue liberada gracias al consulado argentino”.
“Yo tenía 17 años y entré a trabajar en una lechería con un ingeniero químico que era alumno de Frederic Curie.
Y ahí empecé a trabajar para la Resistencia”.
Su trabajo iba a consistir en falsificar documentos para salvar a los niños judíos de la deportación. Su habilidad y su facilidad para las lenguas (“hablaba ruso, alemán y un poco de español, además del francés”) salvaron la vida a miles de menores. Usando el ácido láctico de la leche, Kaminsky borraba “el nombre, los apellidos y el tampón rojo de las cartillas de racionamiento que certificaban la religión judía”. “Jamás he querido ver a la gente que salvé, me limité a cumplir un deber. Yo era judío y estaba condenado de todas maneras. No arriesgaba nada. El peligro era para los niños. Cada día llegaban a Drancy los autobuses llenos, y cuando juntaban una lista de mil menores, los metían en los convoyes que iban a los campos de la muerte. Hacía falta trabajar deprisa y dormir lo menos posible. En una hora fabricaba 30 documentos limpios, así que si dormía una hora, morían 30 niños”.
Su hija Sarah, escritora y actriz, asiste al relato muy atenta y de vez en cuando matiza un nombre, un detalle. Conoce bien la historia, porque la reconstruyó en 2009 en un libro, titulado Adolfo Kaminsky, una vida de falsificador, que ahora publica en español la editorial Clave Intelectual.
“Los niños que lograban escapar con vida eran enviados a Grecia, a Portugal o al sur de Francia”, cuenta Sarah, “por ejemplo, a Chambon sur Lignon, un pueblo protestante, donde todas las familias acogieron a varios menores”.
Por su modestia natural y genuina, Kaminsky tardó décadas en contar su historia a sus propios hijos.
Durante la Segunda Guerra Mundial se alistó en el Ejército francés, aunque no era francés, y fue herido en el frente. Y por eso, cuando París fue liberada, se puso a hacer papeles falsos para los paracaidistas que enviaban a Alemania.
Pero su carrera militar duró poco. “Empezaron a volver a París los deportados de los campos y, como es lógico, querían recuperar sus casas. Pero empezó a haber manifestaciones antisemitas, y el Ejército no quiso intervenir. Un día discutí con mi coronel, y ahí terminó todo. Como era argentino, no podían acusarme de deserción”.
En 1946, muchos judíos empezaron a emigrar hacia la Palestina bajo mandato británico, y Kaminsky preparó los documentos “del capitán de un crucero que quería saltarse los controles fingiendo que iba a Brasil”.
Siempre del lado de los pueblos oprimidos, Kaminsky jamás cobró por sus servicios.
Desde 1963 estuvo trabajando contra las dictaduras latinoamericanas: Brasil, Argentina, Venezuela, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Perú, Uruguay, Chile, México, Santo Domingo, Haití. Por la descolonización africana: Guinea-Bissau, Angola, Sudáfrica.Y contra los golpes de Estado de Salazar, de los coroneles griegos. Incluso para los desertores estadounidenses que se negaban a ir a la guerra de Vietnam.
En 1971 hizo su última falsificación. Su compromiso idealista y el empuje libertario chocaron con el terrorismo y la violencia.
Kaminsky cambió Francia por Argelia, allí conoció a su mujer, tuvo tres hijos y se quedó 10 años.
Volvió a Francia.
“Ahora estoy inquieto por las nuevas generaciones, no les hemos dado un mundo bonito. Hoy manda solo el dinero en detrimento del honor. Después me dediqué a hacer fotos para ganarme la vida, fotos de arte, de pintura, un trabajo muy técnico. Y eso es todo”.
Hoy a sus 95 años vive en un modesto apartamento en Paris.
Reumen y edición de Silvio Jazanovich para Comunidad Judía Masorti Bet-El Madrid.
Fuente: ELPAIS.COM
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