En memoria de Alberto Sonsol Z”L
Horacio Buscaglia acuñó una famosa frase en el documental “Hit” en referencia a Eduardo Mateo: “que rating la muerte”. Si en aquel caso la frase aplicaba porque Mateo, al morir, creció más allá de las fronteras estrictas de sus seguidores y cultores para convertirse en un símbolo de la música uruguaya, no es el caso con Alberto Sonsol, de bendita memoria, que falleciera a causa del Covid el pasado jueves25 de marzo. Sonsol era indiscutidamente popular en vida y su abrupta interrupción trajo consigo rating pero, por sobre todo, una profunda tristeza colectiva y una noción de solidaridad nacional pocas veces vista. No hubo discusión, ni detracción, ni cuestionamiento: había muerto la figura más popular de los últimos años en Uruguay.
No voy a referirme a Alberto Sonsol persona o personaje, ni a sus virtudes como comunicador, animador, relator, cualquiera de los roles para los que fue convocado y eligió jugar. Supo entretenerme en aquellos diálogos con Alfredo Echandy en radio, una veta que le rindió mucho; igual que el contrapunto con Roberto Moar en Canal 10; o sus relatos radiales de fútbol. Aun en vida, aun recorriendo él otros derroteros, yo elijo quedarme con esos momentos.
Sí me interesa pensar en cómo una sola persona pudo conjugar todas las variables de la uruguayez al punto que su pérdida, aunque no haya banderas a media asta, supone un luto nacional espontáneo y auténtico. Qué representa Alberto Sonsol para que su foto quede ubicada entre otros mitos icónicos en un programa como “Polémica en el Bar” (que confieso haber visto por más de cinco minutos por primera vez a causa del homenaje a Sonsol). Si nos remitimos a la foto, Sonsol es Gardel. Cualquiera de nosotros sabe, casi intuitivamente, qué supone decir de alguien que “es Gardel” en el Río de la Plata. Podríamos elaborar, pero está todo dicho.
Hay muchas figuras muy populares en Uruguay, pero ninguna resiste la polémica; sólo Alberto Sonsol. Como una suerte de eje en torno al cual giraban otros (contertulios, polemistas, participantes de juegos, el partido de futbol, los jueces, los dirigentes, los jugadores, la lista es extensa), él parecía salir intacto de esa dinámica vertiginosa que él mismo imprimía. Su famosa aversión a los libretos, su espontaneidad, su olfato popular, y sobre todo su verosímil autenticidad hicieron de él un compendio de lo uruguayo, aquello que se ubica en un sutil punto de equilibrio y no despierta pasiones ni antagonismos.
Últimamente ocupaba tanto espacio en los medios que era inevitable que a alguno le gustara más o menos la performance en alguna de sus vertientes; o que se desbordara en alguna oportunidad, consecuencia propia de quien parece incuestionable. Parte del vacío que deja es precisamente su auto-estima, su confianza en lo que hacía, cómo lo hacía, lo que decía, y cómo abordaba cualquier contingencia. Esa misma auto-estima que supo irradiar es la que muchas veces carecemos como sociedad. Sin jamás pecar de soberbia, siempre desde una postura de auténtica humildad, se ubicaba ante los hechos con una mezcla de estupor, asombro, y cuando era pertinente, crítica.
Su última y célebre frase, “la gente quiere vivir”, que repitió hasta el cansancio en su última aparición en TV, era Sonsol en cuerpo y alma: a la vez entusiasta y vital, pero también premonitoria y fatal. Por un momento, aquel día, el virus pareció banalizarse; lamentablemente, diez días después su muerte ha calado hondo en un pueblo del cual él supo erigirse en figura. No precisaba morir para serlo, pero su muerte unió a los uruguayos en torno a una persona que todos, absolutamente todos, conocíamos o creíamos conocer, tan familiar era: Alberto Sonsol, z’l.
Que su alma se entrelace con el flujo de la vida eterna.
Por Ianai Silberstein.
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