Tamuz: Fuerzas de la naturaleza
Cada mes nos ofrece la oportunidad de crecer y renovarnos. Hacer idolatría es pagano y limitante. Invocar el nombre de una figura central de un culto que idolatraba al sol como la fuente de toda la energía pareciera retrógrado. Nos hace volver a la prehistoria, a la época anterior a cuando nuestro patriarca Abraham entendió la naturaleza y se dio cuenta de que hay una mano oculta y Divina que le da unidad, elegancia y propósito.
Puede que idolatrar al sol sea prehistórico, pero sigue estando de moda. A pesar de que ya nadie usa el término (a excepción de los turistas más ávidos), eso no cambia el hecho de que la forma en que nos relacionamos con la naturaleza no está muy lejos de la forma en que los paganos idolatraban al sol. Todavía creemos que los parámetros de la naturaleza tienen sus propias reglas y que funcionan autónomamente, sin nunca cambiar. Usamos los axiomas “posible” e “imposible” como si la naturaleza no estuviera subordinada a ninguna fuerza ajena.
No es difícil entender por qué. La naturaleza, epitomizada por el sol, es una fuerza bastante asombrosa. Puede que el sol esté a millones de kilómetros de la tierra, pero todo quien ha tenido alguna vez una quemadura por el sol sabe lo irrelevante que es ese hecho frente al enorme calor, energía y luz que éste genera. Cuando aprovechamos su energía para el bien o para lo opuesto, sentimos que podemos dominar fuerzas mucho más grandes que la propia. Inventamos una inmensa mezcla de idolatría a la naturaleza y a nosotros mismos, y la usamos para destruir al planeta en que vivimos, a la gente con la que lo compartimos y a nuestra propia integridad espiritual.
El signo astral del mes es Cáncer, el cangrejo, y representa un enfoque hacia la vida. Los primeros místicos hablaban sobre cómo el calor de los largos días de verano se nos apegaba y nos envolvía con su tedio, hasta el punto de hacernos sentir que no podíamos hacer nada sin que nos forzara a reconocer su agarre. Nuestra confianza en la ciencia, en la tecnología y en la naturaleza, sin ver a Dios como su fuente subyacente, desgasta nuestra alma hasta el punto en que somos consumidos por el hechizo de fortalecimiento que irradian. Incluso cuando buscamos a Dios, lo que vemos está ensombrecido por nuestra incapacidad de pensar en términos que estén por sobre las restricciones del mundo físico.
Diecisiete de Tamuz
En este mes ocurrieron cinco tragedias. Cada una de ellas nos da una imagen del abismo, de lo que nos puede pasar cuando creemos que todo está a nuestro alcance y bajo nuestro control.
La primera y más conocida de estas tragedias es la destrucción de lo que es, indiscutiblemente, el objeto más preciado que un ser humano podría poseer – las Tablas de la Ley, las cuales fueron escritas directamente por Dios. ¿Cuál fue la secuencia de eventos que hizo que este desastre fuese inevitable?
Dios entregó los Diez Mandamientos el día seis de siván. En el séptimo día del mes, Moshé subió al Monte Sinaí para aprender el significado de toda la Torá en sus distintos niveles de profundidad.
Le dijo al pueblo que él volvería en cuarenta días. Su intención no era incluir el día en el que ascendió a la montaña, dado que no fue un día entero de 24 horas (en el calendario hebreo, un día comienza cuando el sol se pone en el día anterior), pero el pueblo asumió que Moshé sí había incluido dicho día en la cuenta. Este trágico malentendido técnico tuvo consecuencias de gran repercusión.
Cuando llegó el amanecer del día 16 de tamuz, toda la nación estaba expectante, ansiando recibir las Tablas de la Ley y comenzar a estudiar su verdad. Éste era uno de los eventos más significativos que uno podría esperar. Definimos verdad como “la imagen completa”. Dada la naturaleza de las cosas, la única forma posible de llegar a la verdad viene de algo que está más allá de las limitaciones del intelecto y la experiencia humana.
Para entender lo que ocurrió a continuación tenemos que desviarnos del tema por un momento. La Torá les fue dada a los seres humanos, y quienes estamos llenos de complejidades y contradicciones. Queremos ir más allá de los límites, pero también amamos el control y la familiaridad. Queremos conocer a Dios, pero preferiríamos “empequeñecerlo” a Él en lugar de “agrandarnos” a nosotros mismos.
Nuestra capacidad para ver más allá del momento en que vivimos nos hace desear un mundo mejor y aspirar a estar entre quienes hacen que éste sea posible. El ser capaces de visualizar el potencial nos inspira a hacer sacrificios por aquello que creemos. A su vez, la misma capacidad para visualizar más allá del momento nos puede hacer ver las cosas a través del prisma de un falso pragmatismo. Creemos que simplemente estamos siendo realistas y prediciendo la forma en la que probablemente ocurrirán las cosas, cuando caemos en la trampa de “imaginar lo peor”. A medida que nuestra imaginación se torna más vívida, quedamos paralizados por la desesperanza o el miedo. Las imágenes que generamos en nuestra mente son la fuente de nuestros peores momentos de terror.
Cuando nuestra imaginación está alineada con la visión de Dios de la realidad, entonces ésta puede llevarnos a lo que es conocido como inspiración Divina, “rúaj hakódesh”. Esto sólo puede ocurrir cuando no estamos bloqueando Su verdad con nuestros propios intereses (que son tan sutiles que a veces ni siquiera somos conscientes de su existencia). Cuando nuestros filtros están encendidos, crean un caos interior. Nuestros temores generan fantasía y miedo. Dado que la fuente de la falsedad que proyectamos está en nuestro interior, el Talmud se refiere a ella como “el Satán”, que literalmente significa “el acusador”. Por supuesto, el acusador es alguien que nos es muy familiar: es la personificación de nuestro mundo interior como sólo Dios lo puede ver.
“El Satán les mostró a Moshé, muerto, yaciendo sobre un ataúd”, nos dice el Talmud.
Cuando Moshé no llegó en el momento en que lo esperaban, la imagen que ellos vieron era la encarnación de la desesperanza. Estaban sin un líder. Estaban en un desierto dirigiéndose a lo desconocido. La travesía había sido alentada por la visión de Moshé, por su inspiración Divina, por los milagros que había hecho ocurrir. Ya nada tenía sentido. Era imposible sobrevivir en este ambiente más allá de unos pocos días.
Todo esto es completamente cierto – si eres un idólatra del sol y crees que las únicas posibilidades son, por definición, las que coexisten en agradable armonía con los axiomas provistos por tu capacidad para describir las reglas físicas que gobiernan nuestro mundo.
Tres Reacciones
Los judíos en el desierto respondieron a esta crisis de tres formas diferentes.
Un grupo de gente – egipcios y otros que habían seguido a los judíos porque querían compartir su aventura espiritual, pero que también querían que todo “tuviese sentido” para ellos – usaron la muleta en la que se habían apoyado durante toda su historia. Si lo que hace Dios es “demasiado grande” para que ellos lo entiendan, entonces Lo achican y Lo fuerzan a caber en su panteón de dioses que representan varias fuerzas.
Sin duda ellos pensaron que podían acaparar energía, hacer que funcione para ellos, y continuar la vida sin buscar nada más allá de ellos mismos y su sistema de axiomas. Ellos presionaron a Aharón para que formase una representación de su autonomía espiritual, un becerro que simbolizara tanto la novedad como la juventud que tenía el potencial de un día llegar a ser un toro, el más fuerte de los animales domésticos. Se vieron fortalecidos y se convencieron para creer que la fe en un símbolo hecho por un hombre podía realmente evocar una fuerza espiritual. En la era en que la idolatría era rampante, esta manera de pensar “tenía sentido”.
Aharón no se dio cuenta de cuán lejos había llegado este grupo. Le pidió al pueblo que le diese su oro y sus joyas, esperando ganar un poco de tiempo. Usando fuerzas ocultas, uno de los idolatras se tomó el trabajo de crear un símbolo e hizo el legendario becerro de oro. Parecía vivo, real, y ellos creyeron haber tenido éxito en hacer un símbolo que tuviese un gran poder espiritual (quizás similar a los sintoístas japoneses en la Segunda Guerra Mundial, que creían que su emperador era la encarnación de Dios y que su bandera realmente tenía energía).
Segundo Grupo
El segundo grupo estaba compuesto por judíos de nacimiento y conversos sinceros. Cuando escucharon a Dios proclamar: “No tengan otros dioses delante de Mí”, algo muy dentro de ellos fue conmovido. Querían verdad más que comodidad, y la idea de cualquier forma de idolatría, o cualquier acción que les imposibilitara conocer y servir a Dios, les parecía absolutamente aborrecedora.
Si hubiesen estado solos, quizás hubiesen aguantado hasta que Moshé volviera, y después lo hubiesen confrontado con sus temores de que la profecía quizás le había fallado dado que no había cumplido con su palabra. Moshé les hubiera explicado el error, los ánimos se hubieran calmado y su travesía hacia Israel hubiera continuado según lo planeado.
Pero ellos no estaban solos. El primer grupo los influyó, al igual que su propia consciencia. Ambos lados parecían sosos y falsos. Se refugiaron en el cinismo hacia Aharón y los levitas por permanecer fieles a su líder “muerto” en lugar de “ser responsables”, “asumir el control” y “ser realistas”, y al mismo tiempo se burlaron de los apasionados idólatras y satirizaron sus devociones.
Tercer Grupo
El tercer grupo estaba conformado por gente que se dio cuenta que estaban presenciando cómo traicionaba la nación todo lo que Dios les había mostrado. Las plagas. La partición del mar. Los Diez Mandamientos. El man que caía del cielo. Dios los había forzado a ver más allá de sus limitados horizontes. Los integrantes de este tercer grupo no rechazarían lo que sus propios ojos habían visto, ni se refugiarían en convertir al escepticismo en un reemplazo de la verdad. Pero ellos, también, fueron atrapados en una ilusión – una ilusión mucho más insidiosa que las demás. Su ilusión fue que no había esperanza. El pueblo judío estaba condenado; intentar revertir las cosas no serviría de nada. Las personas que amaban se estaban estrangulando con un nudo que habían puesto alrededor de sus cuellos: eran irredimibles.
Ellos fueron vencidos por una de las peores ilusiones que podemos tener: la ilusión de que la fuerza del mal, generada por el pecado, es mayor que la fuerza del bien, que es generada por la teshuvá (regreso a Dios). Ellos también le atribuyeron demasiado poder al becerro de oro. Deberían haberlo visto como un metal precioso fundido en una forma interesante que atraía la atención de gente que no conocen nada mejor.
Cuando Moshé bajó de la montaña comprendió toda la situación apenas la vio. Actuó con presteza y permitió que las Tablas (que de todas formas eran tan pesadas que requerían de un milagro para que Moshé pudiera sostenerlas) se destrozasen en el piso.
¿Hizo bien?
El Talmud nos dice que no hay dudas: hizo lo correcto. Hizo el equivalente a destrozar una libreta de matrimonio antes de que alguien pudiera acusar formalmente a la novia de traicionar a su marido. Si no podíamos ir más allá de la idolatría a la naturaleza, del someternos a la tiranía de las opciones que son generadas por la mente humana y de la posibilidad de destruir el lazo auténtico que nos habían prometido – entonces no quedaba otra alternativa. No era como si hubiésemos rechazado las Tablas, sino que era como si nunca las hubiésemos recibido. De esta forma, la tragedia había mutado, abriendo así el camino para el perdón.
Ecos del Día
Otros cuatro traumáticos eventos ocurrieron más tarde en la historia, que nos forzaron a pensar en quiénes somos y en quiénes queremos ser. De una forma u otra, cada uno de ellos es un eco de la tragedia que ocurrió el 17 de tamuz.
Los romanos pusieron un ídolo en el santuario del Templo Sagrado.
Ningún sacrilegio podría ser más vulgar. La razón por la que Dios permitió que esto ocurriese es que Él quería que viéramos adónde nos llevaría el camino que habíamos elegido. Para este entonces, ya habíamos perdido nuestra identidad colectiva y habíamos enterrado nuestra consciencia en interminables luchas. Cada grupo creía en su propia causa. Cada uno pensaba que tenía el derecho moral para gobernar. Cada uno dejó a Dios de lado cuando atacó a los demás con un creciente salvajismo. Los romanos habían estado liderando su vida pública por años. Ellos creían en el control, en la naturaleza y en el poder. Nosotros tuvimos la oportunidad de ver hacia dónde lleva ese camino: su final fue el horror y la profanación del santuario.
Los muros de Jerusalem fueron vulnerados.
Esta es la fecha registrada en el Talmud como el comienzo de la caída de los muros de Jerusalem. Una grieta en el muro fue el comienzo del fin; sólo pudo ocurrir cuando nuestra fe estaba fragmentada y cuando la protección divina que habíamos estado recibiendo en el pasado ya no era algo con lo que pudiéramos contar. Lo que esto significa, en concreto, es que si queremos abandonar nuestra confianza en Dios y reemplazarla con la creencia en nosotros mismos y en la naturaleza, entonces tendremos que pagar el precio.
Los sacrificios diarios fueron descontinuados.
En la época de ambos Templos, una consecuencia de la batalla por Jerusalem fue que no se pudo continuar con el servicio diario del templo tal como había sido conducido durante cientos de años. El significado simbólico de los sacrificios (que son llamados en hebreo korván, “eso que acerca”) es que depende de nosotros elevar el mundo hacia Dios, en lugar de crear ilusiones que Lo empequeñezcan para hacernos sentir más cómodos.
Los romanos quemaron un rollo de Torá. Creían en las reglas hechas por el hombre, no en las hechas por Dios.
¿Significa esto que tamuz es un “mal mes”? Para nada. Es un mes de desafío y confrontación. Sin desafío no hay crecimiento; sin confrontación no hay manera de ver las cosas tal como son.
El tres de tamuz pasó algo que rompió todas las reglas de la naturaleza. Iehoshúa estaba dirigiendo la batalla en Gibón en contra de sus enemigos, los emoritas. El día se iba acercando a su fin y la batalla aún no había llegado a una conclusión absoluta.
En ese momento los judíos parecían estar ganando, pero si la batalla llegaba a un final obligado debido a la oscuridad, no hubiera habido una victoria decisiva y a la mañana siguiente hubieran tenido que enfrentar a un enemigo que habría renovado sus energías. Cada momento era preciado.
Entonces, ocurrió un milagro: el sol no se puso; el día se estiró por 12 horas más.
Se rompieron las reglas, la batalla fue ganada y, al menos por el momento, nadie adoró al sol, sino a su santo, infinito e incognoscible Creador.
Fuente: Aish Latino
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