Daniel Barenboim en la Argentina
Daniel Barenboim parecía dispuesto a hablar de música, solamente de eso, ni más menos. Pero hacia el final de la rueda de prensa que ofreció ayer en el Teatro Colón no pudo evitar hablar de otra cosa. En realidad no hay ninguna contradicción: hablar de música, y nada más que de música, es hablar también de algo que la trasciende, y hablar de otra cosa, de lo trascendido, implica para él la necesidad de volver a la música. El propio Maestro lo dijo en una ocasión: “La música es all inclusive”. Pongámoslo con un ejemplo. Ante la pregunta de si la música se separó de la vida, no dio vueltas: “La música está separada de la educación. El gran problema de nuestro tiempo no es sólo el terrorismo, sino la falta de cultura. La crisis de la Unión Europea es una crisis de la cultura: hay que entender que la filosofía alemana no existiría sin la filosofía griega. El terrorismo no se resuelve sólo con armas. Para mí, el gran problema de 2017 es ése: la falta de educación y de cultura. A los gobiernos les vendría mejor, además de subvencionar los teatros, apoyar la educación musical. Como están las cosas, yo no estoy seguro de que de acá a 30 o 50 años tengamos la vida musical que tenemos ahora”.
Un buen rato antes, acompañado por Enrique Arturo Diemecke, director de programación del Colón, ya había dicho, de muy buen humor: “¿Quieren que les cuente cosas que no les interesan o hacerme preguntas que me molesten?”. No pasó ni una cosa ni la otra y la ronda de prensa resultó una concentrada lección de lucidez musical. “Se habla mucho de la música: es matemática, sensual, emocional -explicó el maestro-. Y la música es todo eso. Cada vez que hablamos de música no hablamos de música, hablamos de nuestra reacción. Si me traen un disco, cualquiera sea la obra, y yo estoy melancólico, voy a sentir elementos melancólicos. Si me traen el mismo disco otro día que estoy de buen humor, voy a encontrar alegría. Lo mismo pasa al ejecutante. Hay elementos que crecen según el estado de ánimo y eso no va en contra del estudio. No siempre paralelamente: a veces al revés. Cuando falleció mi mujer -la chelista Jacqueline Du Pré- sufrí mucho. Ella estuvo enferma 18 años. Y me di cuenta muy rápidamente de que la música era la mejor medicina para mí. Cuando estaba ahí, me olvidaba de todo lo demás; si no, no podía olvidarme. A veces el estado de ánimo que trae la música es contrario a la situación objetiva, personal. El caso más evidente es el de Beethoven, que escribió el testamento de Heiligenstadt mientras componía la Sinfonía N° 2, una obra positiva y alegre. Hablaba del suicidio y componía una música alegre.”
Neoclásicas y supermodernas
Desde el sábado, la maratón con Martha Argerich
De contrastes también están hechos sus conciertos en Buenos Aires, sobre todo aquel del martes 1° de agosto en el que Martha Argerich será solista en el Concierto para piano, trompeta y orquesta de Shostakovich y que incluye también las Tres piezas para orquesta opus 6 de Alban Berg. “La obras de Berg y Shostakovich juntas dan un poco de indigestión. Una superneoclásica y otra supermoderna, porque toda la música que se escribió en la segunda mitad del siglo XX no habría sido posible sin Schönberg y Berg. Entonces, para unir esos dos mundos a primera vista separados pensé en Ravel.” De Ravel se harán entonces Le Tombeau de Couperin y Mi Madre la Oca. En cuanto a Berg, hay allí una tensión: la que separa la nostalgia que el compositor tenía por el mundo del orden tonal y el nuevo mundo en el que respiraba, el de la disonancia emancipada. Barenboim dio en este punto un rodeo.
“La cuestión es cómo envejecen los artistas. De los directores de orquesta se dice, bastante superficialmente, que cuando envejecen dirigen todo más rápido. Por ejemplo, Toscanini. Otros más lento, como Furtwängler, aunque con algunas excepciones, porque hasta ahora no escuché ninguna versión de la Sinfonía en sol menor de Mozart que sea tan veloz como la de Furtwängler. Pero la tendencia es ésa. En los compositores, o cambian de rumbo, como Verdi, que pasados los 80 años escribe su primera ópera cómica, Falstaff, o siguen avanzando y se encuentran a sí mismos sin la necesidad de ser tan radicales. Lo mismo pasa con Pierre Boulez: la obra de Boulez de los años 50 es mucho más radical que la de los años 90. Berg está un poco entre los dos extremos. Sí, hizo un paso atrás: las Tres piezas para orquesta opus 6 son más clásicas que Wozzeck. ¿Por qué? No tengo una respuesta. Debe ser algo que viene con la experiencia.”
El pensamiento en palabras de Barenboim progresa, sin perder repentización, con la misma lógica que su pensamiento como intérprete. “Mi papá fue mi único maestro, era muy sistemático. Lo llamaban «el Pibe Sistemita». Él me enseñó a pensar con lógica: la interrelación de todos los elementos. Una de las cosas más interesantes de la música es que está basada en el contrapunto, en los contrastes, pero cuando está todo terminado tienen una unión: tiene que volverse Uno. En ese sentido, es como la religión. Tiene que sentirse el Uno. Cuando uno estudia así, eso facilita la memoria.”
La charla había terminado. Ya se habían hecho las fotos y empezábamos a salir del Salón Blanco del Colón. “¿Estuve bien? -pregunta todavía el Maestro en un aparte-. Perdón si hablé de más, pero creo que hay cosas que deben ser dichas.”
Daniel Barenboim
Músico y director
“Vemos ahora solamente violencia. Pero el pensamiento es lo único que nos puede ayudar a combatir la violencia. Es como en la música: el músico que no piensa no es músico. En los social media vemos cantidades de estupideces. Se habla mucho de los derechos humanos, pero ¿dónde están las responsabilidades humanas?”
Fuente: La Nación
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