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El movimiento jasídico

Era evidente la necesidad de una doctrina de vida para darle al judío un nuevo sentido espiritual, una nueva visión del mundo, y le permita liberarse de sus padecimientos como individuo y como comunidad. A esta necesidad respondió el “movimiento jasídico”.
El jasidismo se definió como un movimiento religioso y social, surgió como respuesta a la opresión física y espiritual de las masas judías en el este europeo. Comenzó como una reacción de los más humildes y desposeídos quienes adoptaron una religiosidad más accesible en la cual la alegría en dirigirse a Dios y la santificación de los hechos cotidianos jugaron un papel destacado.
Para comprender la doctrina jasídica se debe comenzar por la vida y las enseñanzas de Rabi Israel Bar Eliezer, el Baal Shem Tov, el “Besht”. Era uno de los cabalistas que en aquel entonces recorrían ciudades y aldeas alejadas difundiendo la religión, estimulando la fantasía y la superstición mediante la plegaria, conjuros, amuletos y hierbas curativas. Rápidamente conquistó los corazones de los más humildes cuyas miserias espirituales lo conmovían.
Fue la simpleza de su doctrina la que halló el más vivo eco entre las masas, Sostenía ante todo, que la verdadera “Dveikut” (devoción), no radica en el conocimiento y en la práctica de los mandamientos religiosos, sino en el saberse fuertemente unido a Dios, lo que encontraba su máxima expresión en la “Tfilá”, la plegaria ferviente. El “Besht” no se cansaba de repetir que el hombre del pueblo, imbuido solo de su fe, que se entrega a la oración y a la alegría con todo su ser, será más amado por Dios que el rabino que solo vive para el estudio talmúdico.
El gran viraje que trajo el Besht en su nueva escuela fue la creación de una nueva figura de conducción: el “Tzadik”, el justo jasídico, mediador entre el pueblo y su Creador. La evolución del movimiento jasídico abarcó tres etapas bien diferenciadas entre sí: la del surgimiento, que comprendió las actividades del “Baal Shem Tov” y sus discípulos; la época del desarrollo y de la difusión, en la que el movimiento alcanzó a amplias masas populares; y la época del fortalecimiento del “tzadikismo”, en la que se consolidó el sentido dinástico de la conducción, hacia fines del siglo XIX.
El jasidísmo no provocó cambios sociales, pero adquirió una posición en la vida judía que influyó en la estructura de la Kehilá y en su gobierno interno. No se propuso reformar los dogmas de la religión o sus tradiciones, sino que aspiró a una reforma tendiente a “mejorar el alma”. Vigorizó ciertos aspectos de la autonomía judía que habían sido socavados por los acontecimientos históricos. En su momento resultó una respuesta efectiva y una reacción acertada al momento social y cultural de la época. Rápidamente encontró eco entre las masas judías y se convirtió en una corriente popular y nacional.

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