Israel y Arabia Saudita, aliados silenciosos
Porque, desde hace meses, tanto Arabia Saudita como Israel habían establecido un complejo sistema de señales públicas que acompañaba a las que se intercambiaban entre bambalinas. Los comentarios, hace algunas semanas, del príncipe heredero saudita, Mohamed bin Salman, a la revista estadounidense -The Atlantic-, fueron un ejemplo claro de ello. Preguntado sobre si el pueblo judío tenía derecho a un Estado, el futuro rey contestó: “Creo que cada pueblo, en cualquier lugar, tiene derecho a vivir en paz en su nación. Yo creo que palestinos e israelíes tienen el derecho a tener su propia tierra. Pero necesitamos llegar a un acuerdo de paz para asegurar la estabilidad de todos y normalizar relaciones”.
Estaba ofreciendo a Israel retomar la iniciativa de paz que Riad lanzó en 2002, por el que se solucionaría el conflicto palestino-israelí a cambio de la normalización de relaciones de todo el mundo árabe con Israel. Ese fue el guiño público pero secretamente ambos países se intercambiaban cartas, a través de Egipto, sobre -el problema iraní-.
La clave de los movimientos de Bin Salman en la región está en la visión estratégica que está imponiendo en Arabia Saudita, a través de sus planes de reforma del reino. Pero para ello necesita resolver también las rivalidades políticas en el exterior, lo que hasta ahora está haciendo aplicando la -mano dura- contra Irán, Qatar o Líbano. En el paquete de acercamiento a Israel, además de sus intereses coincidentes en Teherán, solucionar el olvidado conflicto palestino-israelí forma parte de esa visión estratégica.
Arabia Saudita y sus aliados del Golfo Emiratos Árabes Unidos y Bahrein han apoyado la decisión de Trump de revocar el acuerdo con Teherán. Pero detrás de ello puede estar el deseo de desarrollar tecnología nuclear. Los Estados del Golfo y Egipto insistían en la década pasada en que necesitaban desarrollar sus propios programas de energía atómica, esgrimiendo las mismas razones que Irán, paradójicamente: la imperiosa producción de electricidad para fines civiles. Arabia Saudita ha vuelto a hablar públicamente de planes para desarrollar energía nuclear con fines pacíficos, “como energía alternativa”, ya que como señalaba a este periódico hace pocos meses Nurah al Yousef, miembro del Comité de Energía del Consejo de la Shura del reino, “se consumen tres millones de barriles de petróleo al día sólo para producir electricidad, lo que sitúa al país en el quinto consumidor de petróleo del mundo”.
El rechazo al programa nuclear iraní no es nuevo en Oriente Próximo. Pero el lenguaje de los sauditaes contra él se ha ido endureciendo en los últimos tiempos. La posición saudita compartida con Israel es que el régimen de los ayatolás es una “amenaza”.
Ambos gobiernos tienen la misma visión de que la Administración Obama operó en la región mostrando debilidad ante el ascenso de la influencia de Irán en la zona y ahora, con Trump, más afín a ellos, es hora de corregirlo. Ambos han mantenido y mantienen con Irán “guerras por poderes”. Así está siendo en Yemen, donde Riad ha intervenido directamente en el conflicto entre el Gobierno y la secta zaidí, de parte del régimen heredero de la dictadura de Ali Abdulá Saleh. Teherán, por el contrario, es próximo a los rebeldes.
Por su parte, el Gobierno del primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, lleva años presionando a Estados Unidos para derrocar a los ayatolás en Irán. Exactamente desde que llegó al puesto, en 2009. Y ha visto el “momentum” con la confluencia de los liderazgos de Trump y Bin Salman. A ellos iba dirigida la escenificación en power point que hizo el pasado 1 de mayo, exponiendo lo que aseguró eran pruebas de que Teherán no cumplía con el acuerdo nuclear. Al menos, fue una versión más sofisticada del diagrama en cartulina que presentó ante la Asamblea de la ONU en septiembre de 2012 con el dibujo de una bomba. Entonces dijo que Teherán tendría capacidad para fabricar una bomba nuclear en el verano de 2013.
La ruptura del pacto por parte de EEUU, no va a traer más seguridad a Oriente Próximo. Al contrario. Puede incluso disparar una peligrosa carrera nuclear en la región, pues si el acuerdo se deshace totalmente, Teherán no verá ninguna ventaja diplomática en no desarrollar armas nucleares si ese fuera su propósito -algo que siempre ha negado-. Un informe de 2008 del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU advertía de que la adquisición de la bomba atómica por parte de Irán tendría como consecuencia directa el desarrollo de la misma tecnología en Arabia Saudita. Volvemos atrás una década.
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