El eufemismo de las drogas
Jóvenes y no tanto, de todas clases sociales y niveles académicos, en la pretendida meta de la excitación constante y permanente, sin alternancias y con el mero compromiso de borrar todo atisbo de frustración van como ratones tras el flautista mágico, que con su melodía encandila el camino que los conduce a ahogar con éxtasis perpetuo toda angustia, toda falla y toda posible batalla. Batalla que se encuentra perdida antes incluso de haber presentado tan siquiera armas en el frente.
La vida, sabemos, o al menos deberíamos de saber, implica riesgos: el mayor es el estar vivos. Conlleva pérdidas y frustraciones.
La carretera de la vida acelera, se frena, se hace difusa, es nueva, es antigua, está en reparaciones…
Sea cual sea el camino tiene tramos difíciles y otros apaciblemente reconfortantes.
Para los que no son tan amenos como quisiéramos, con la sola percepción de poder fallar parecería que obligan a algunos sujetos a evitarlo no importa cuales sean las posibles consecuencias.
El mandato se impone. Evitar.
Para esos momentos vale de mucho contar con herramientas internas y externas, modelos que nos permitan atravesar los baches del sendero.
No siempre tenemos las herramientas indicadas, muchas veces debemos fabricarlas en el momento o reciclar la existente, las heredadas.
Los jóvenes, adolescentes, por carecer en su mayoría de una buena caja de ellas (las herramientas) un poco producto de las crisis propias de la edad y de la falta de maduración apropiada, los deja expuestos por partida doble y vulnerables a los avatares de los desafíos cotidianos.
Es ahí donde sus mayores, nosotros, cada uno desde el rol que le corresponde, estamos convocados a brindar nuestra propia batería de recursos, algunos fallidos, puede ser, pero siempre infinitamente mejor que dejarlos sometidos a la nada misma.
Del otro lado se les ofrecerá como contrapartida para aliviar el sufrimiento a la pastilla, sustancia, alcohol o cualquier droga psicoactiva que les disfrace la realidad.
El desafío será enfrentar por muy dura que se presente la realidad; siempre será mejor atravesarla que evadirla.
Es el reto de todo padre, educador, terapeuta, en definitiva, de todo adulto, acompañar, contener y frustrar saludablemente si es necesario, en resumen; cuidar a lo más valioso que tiene nuestra sociedad. Nuestros jóvenes, que es a la vez su futuro y el nuestro.
La droga les ofrece un romance y finalmente les entrega una tragedia.
La permanente irresolución del conflicto que borra las diferencias alimenta el libreto.
Son llevados al consumo por “drogas menores”, como si realmente las hubiera.
Son “la previa”, el disimulo de que algo no está como debería de estar. Algo no funciona, y en el lugar de asumirlo y pensar en resolverlo se busca callarlo, negarlo, borrarlo de un plumazo brillante y eufórico que les diga, como un canto de sirenas, que el mundo ideal existe.
Algo así como que ningún precio es mucho si se trata de mentir la muerte. Aunque para eso debamos ponernos en riesgo de pasar “al otro mundo”
La omnipotencia humana que desmiente la precariedad del ser nos dice que “a mí no me va a pasar”, ” a los míos no”, “nosotros lo tenemos controlado”.
En este escenario dramà tico y fatal surgen las preguntas fundamentales de toda la humanidad. ¿Quién es el asesino, quién la víctima y de quién es el arma homicida?
Cada uno de estos tres actores están en diferentes proporciones en nosotros, en todos. Ahí reside el mayor dilema a resolver.
¿ Quién carga con el crimen?
Y mientras negamos el conflicto se mete en la escena, como un polizonte sombrío y mortal, la droga que se lleva la vida de millones de seres humanos.
Licenciado Reynoso
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