Se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento de Herzl, el fundador del sionismo político
Creció en un ambiente confortable, liberal y laico. Estudió en una escuela judía hasta los diez años, cuando fue enviado a una escuela laica que tuvo que abandonar.
Herzl pertenecía a una familia judía que había pasado por los procesos de ilustración y aculturación en Budapest. Sus conocimientos en el campo del judaísmo eran más que superficiales. Durante sus años de estudio vio estallidos de antisemitismo en Austria y Hungría, como el famoso juicio A. Rohling-J. Bloch, pero estos trágicos sucesos no le causaron mayor impresión, a pesar que fue un juicio antisemita escandaloso. Resulta interesante evocar este hecho para dimensionar su gravedad: August Rohling era un cura católico, profesor de exégesis del Antiguo Testamento de la Universidad de Praga, autor de la obra “Der Talmudjude” (“El judío del Talmud”, 1871) en la cual sostiene que en el Talmud el judío alimenta el odio al cristiano y en él encuentra los motivos para toda clase de crímenes y malas acciones. La obra influyó en posteriores trabajos de antisemitas y periodistas, como el francés Édouard Drumont autor de “La Francia Judía” y de Julius Streicher quien dirigía el diario nazi “Der Sturmer”.
El citado libro, lleno de injurias e infundios, tuvo gran éxito y agravó la atmosfera antisemita ya existente. El autor se consideraba una “autoridad en Talmud” y era combatido por el rabino Dr. Joseph Samuel Bloch, quien en el año 1882 tuvo que intervenir en ayuda de Géza von Onody, el abogado que defendió a quince judíos acusados de asesinato ritual de una joven de la aldea húngara de Tisza-Eszlar. El cura Rohling afirmaba que para los judíos es una obra santa derramar sangre de vírgenes no judías. Bloch lo acusó de mentiroso, perjuro y un ignorante en el tema del Talmud. Rohling lo demandó por ofender su honor. Personalidades católicas del mundo intelectual y académico salieron en defensa del rabino, obligando al acusador a retirar la demanda.
Lo dicho, semejante escándalo antisemita no hizo mella en Herzl. Intentó ingresar, sin éxito, al Poder Judicial austríaco, se dedicó a la literatura y a trabajar como auxiliar en el periódico vienes de orientación liberal “Neue Freie Presse” (“Nueva Prensa Libre”). En 1891 se trasladó a París como corresponsal del periódico, donde registra las sesiones del parlamento francés y publica el libro “Das Palais Bourbon” (Palacio Borbón). Durante esta época es un observador de la política europea, registra sus artículos sin inmiscuirse en lo sucesos. De los temas judíos está totalmente alejado. Su sentimiento nacional judío se despierta en 1894 con el caso Dreyfus. Herzl, como corresponsal, fue uno de los pocos periodistas a los que se les permitió asistir a la ceremonia de degradación de Dreyfus, dos semanas antes había acudido a la sala del tribunal y presenció el anuncio del veredicto de culpabilidad del capitán. La acusación estaba basada en un documento militar secreto que fue enviado a la embajada alemana por un oficial francés y que la inteligencia francesa descubrió. El dedo acusador se dirigió contra un oficial judío francés que actuó como espía y fugó información secreta del Estado. Además, la acusación en los tribunales careció de pruebas concretas contra él, y sin que el acusado y su defensa recibieran la totalidad de las pruebas de la investigación de la demanda.
Al difundirse la noticia y la acusación contra Dreyfus, estallaron disturbios antisemitas en más de veinte ciudades francesas, inclusive en Argel, donde las revueltas provocaron varios muertos. Toda la República se vio conmocionada con el nuevo debate acerca del caso y algunos hasta temieron que el juicio provocara una escalada de violencia incontrolable. Las ideas antisemitas difundidas con anterioridad al juicio, a través de periódicos, libelos y textos, ya se habían instalado en una parte importante de la sociedad francesa y sirvieron de soporte ideológico a la falsa acusación.
El juicio fue un verdadero escándalo en su época; Dreyfus fue declarado culpable, se lo condenó a reclusión perpetua, y se lo degradó públicamente con la pérdida del grado militar y la ruptura del sable, la peor humillación para un hombre de armas. Durante la ceremonia, el prisionero fue obligado a cruzar el patio de armas, lo que hizo mientras clamaba su inocencia exclamando “que viva Francia”, mientras la muchedumbre respondía con consignas y gritos de ¡Muerte a Dreyfus! ¡Muerte a los judíos!”.
Para Herzl, el impacto de lo que vio fue conmocionante, comprendió que la característica del antisemitismo moderno nace de un nuevo fenómeno europeo: “la política de masas”. Cada vez que estas manifestaciones nacionales masivas crecen así aumenta la amenaza a la vida judía. Si bien él conocía el antisemitismo en Austria y en Alemania, le impactó que Francia, símbolo de la revolución y de las libertades, la tierra del progreso y la cultura, inclusive para los judíos, se contamine de este azote. Declaraba que “sionista me hizo el juicio a Dreyfus”. Justamente él, un hombre que venía de la marginalidad del pueblo judío, comprende que el antisemitismo no es un fenómeno pasajero, sino la consecuencia de la anormal situación de los judíos en el mundo. Por eso dice: “No nos dejemos abatir por el odio que nos rodea. Somos un pueblo y contamos millones. El mundo no puede desinteresarse de nosotros si tomamos nuestra suerte en las propias manos. Ya que somos perseguidos y se nos aparta de los demás, trabajemos para lograr una existencia nacional, libre y normal. Proclamemos en voz alta que queremos un Estado judío, y creemos el movimiento que lo realice”.
En Francia, Hertzl comprendió que la asimilación judía a la sociedad es imposible, no porque los judíos no lo desean, sino porque no se les permite, solo es factible obtener la igualdad jurídica, pero no aquella que otorga el pueblo, que no acepta que el judío sea parte integral de su tejido social. Su conclusión es sencilla, no tiene sentido lidiar con los antisemitas y el antisemitismo y demostrarles su error. El único camino es la solución nacional porque los judíos son una nación. No tiene sentido luchar para superar las presiones, de actuar como si la integración se desarrolla correctamente salvo algunos tropiezos. Según Herzl la dignidad del judío ilustrado y emancipado ha sido avasallada, él pertenece a un pueblo y como tal debe actuar.
El 11 de febrero de 1896 publicó su libro “Der Judenstaat. Versuch einer modernem Lösungder Judenfrage” (“El Estado Judío. Intento de una solución moderna de la cuestión judía”). En él resume su ideario: el antisemitismo no se extinguirá nunca, los judíos constituyen una sola nación, por lo tanto el problema judío es de carácter nacional y puede ser solucionado solamente con el establecimiento de un Estado. Para tal fin se debe organizar una “asociación judía” para facilitar el éxodo de los judíos de sus países de residencia y su asentamiento en la nueva tierra.
Así, de una manera imperceptible y silenciosa, había nacido el sionismo como un movimiento político, era solo el inicio de una acción ciclópea de un hombre que vivirá escasos cuarenta y cuatro años.
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