Tisha b’Av. Crónica de una guerra fratricida devastadora
En Jerusalén se instaló un nuevo gobierno judío rebelde, se dividió el territorio en sectores y se designó un comandante para cada uno de ellos.
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Además el gobierno se ocupó en fortalecer las murallas de Jerusalén, reunir armas y alimentos para la población e intensificar el entrenamiento militar.
Uno de los primeros símbolos de la nueva independencia judía fue la acuñación de monedas, era la forma de demostrar la soberanía nacional de un pueblo libre.
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Al cumplirse el primer año de la revuelta se acuñaron monedas con la inscripción hebrea “Jerusalén Sagrada”; en el segundo y tercer año de la rebelión las monedas llevaban las inscripciones “Libertad de Sion” y “Redención de Sion”. En la localidad de Gamla (Golán) se encontró una moneda con la inscripción “Redención a la Sagrada Jerusalén”.
El gobierno rebelde tenía en claro que la reacción romana no se iba a demorar y la misma vendría desde el mar. El líder elegido para frenar dicha invasión fue Iosef Ben Matitiahu, quien no gozaba de la estima de los extremistas ya que se lo veía cercano al espíritu de los moderados y de la cultura romana. Iojanan MiGush Jalev, el rebelde de Galilea, se opuso al líder enviado desde Jerusalén provocando una anarquía militar y estratégica que devino en un desastre militar al intentar frenar a los romanos.
En Roma, el emperador Nerón eligió a un renombrado comandante para someter la rebelión. Vespasiano fue el hombre elegido, un militar prestigioso y famoso por sus éxitos en diversas misiones. El nuevo comandante llegó a Judea con 60.000 combatientes. De manera abrumadora conquistaron toda Galilea, una tras otra caían las localidades judías del norte dejando una estela de muerte y destrucción. Su objetivo era la aniquilación de los hebreos que habían osado levantarse en contra de Roma y que, increíblemente, habían tenido éxito. Toda ciudad o aldea que resistía su avance era completamente destruida, su población asesinada o esclavizada, las mujeres eran violadas y las propiedades saqueadas. Al concluir la conquista de una localidad, el área circundante era desnudada de árboles y los campos eran rociados con sal para asegurar que nada volviese a crecer allí. Su objetivo era enviar un claro mensaje a todo el Imperio: la resistencia en contra de Roma terminará en una devastación completa y total.
Toda Galilea fue reconquistada por los romanos. En el año 68, Vespasiano con su enorme ejército inicio la marcha hacia Jerusalén. Un año más tarde la ciudad de Jerusalén ya estaba sitiada por las fuerzas romanas, los rebeldes se atrincheraron en ella, pero el comandante romano no se apuró en atacar. La ciudad estaba partida y dividida en sectas judías y grupos opuestos que se mataban entre sí, era conveniente esperar la autodestrucción judía y permitir la recuperación de las fuerzas romanas que venían de intensas jornadas de lucha.
Jerusalén fue sometida a días sumamente difíciles. Había estallado en la ciudad capital una guerra civil, la conducción del gobierno de la ciudad se había partido en dos: por un lado estaban los líderes Iosef Ben Gurión, Janán Ben Janán que junto a los sacerdotes Yehoshua Ben Gamla y Rabán Shimón Ben Gamliel, representaban el ala moderada, creían que en caso de una derrota podían lograr una acuerdo de paz con los romanos y salvar a la ciudad y al Sagrado Templo. Frente a ellos estaba el grupo extremista conducido por Elazar Ben Shimón que culpaba a la conducción moderada de ser responsable de la caída de Galilea. Uno de los extremista que llegaron a Jerusalén después de la derrota del norte, Iojanán Mi Gush Jalev, vino a fortalecer esta posición extremista. Pero a su vez, los extremistas también estaban divididos entre ellos por apetencias personales, tal el caso de Shimón Bar Guiora, que ansiaba ser él el líder de la rebelión.
Finalmente, los extremistas fanáticos se quedaron con el poder, persiguieron a la nobleza judía y la ajusticiaron bajo acusaciones de colaborar con el enemigo. La guerra interna se hizo feroz, eran todos contra todos. Hay relatos que testimonian que en una sola noche murieron por las refriegas sangrientas entre judíos alrededor de 8.000 personas, entre los cuales había varios líderes de la rebelión.
Mientras la sociedad judía se auto inmolaba, Vespasiano regresó a Roma para ser coronado como nuevo emperador y eligió a Tito, su hijo, para someter definitivamente a Jerusalén. La guerra civil destruyó las reservas de cereales de la ciudad, hecho que agravó aún más el sitio a que era sometida Jerusalén. Las reservas de leña, aceite, cebada, entre otras necesidades, se agotaron. Con los almacenes de comida destruidos, estalló la hambruna en la ciudad y la gente comenzó a escapar desesperadamente hacia afuera de los muros para buscar alimento. Todo aquel que era atrapado por los romanos era ejecutado inmediatamente por medio de la forma romana usual de ejecución, la crucifixión. Murió tanta gente que la ciudad estaba en ese entonces rodeada por miles de judíos crucificados.
El 9 de Av, en el año 70 e.c., los romanos rompieron la última muralla que protegía al santuario destruyéndolo e incendiándolo. Durante 18 días los judíos defendieron con gran heroísmo, palmo a palmo, cada calle, cada casa de la ciudad, que finalmente fue totalmente destruida. El festejo romano por el triunfo fue enorme. Concluida la conquista, Tito regresó a Roma, y en la marcha triunfal hizo desfilar por la ciudad un gran número de prisioneros judíos con sus líderes a la cabeza. En esa marcha exhibió el botín de guerra que incluía los tesoros del Sagrado Templo con la Menorá de oro. Toda esta euforia fue eternizada en el Arco de Tito y se acuñó la famosa moneda con la inscripción “Judea Capta” (Judea Conquistada), que también representa una de las mayores tragedias de la historia judía.
El historiador judeo romano Flavio Josefo estimó en aproximadamente 1.100.000 los judíos que murieron y en 97.000 los que fueron capturados y esclavizados; diferentes cálculos actuales estiman que el número de víctimas fue alrededor de 600.000. Desde el punto de vista histórico, la derrota de los judíos fue una catástrofe que acabó con la historia del Estado judío en la antigüedad. Desde el punto de vista religioso, la destrucción del Templo de Jerusalén representa la pérdida espiritual más importante de los judíos, simbolizado en el día de duelo de Tisha b-Av (9 de Av).
Tras la revuelta, toda Judea se convirtió en una provincia en ruinas, Jerusalén quedó destruida, reducida a escombros y el Sagrado Templo consumido por el fuego. La tajante división entre los judíos condujo a la autodestrucción, a la hora de la batalla contra el enemigo extranjero la decadencia y el derrumbe interno fueron obstáculos insuperables. Los intereses partidarios y personales se interpusieron a los intereses de la nación en su conjunto. El pueblo se encontró sin reservas morales ni espirituales, sin liderazgo y sin una autoridad central. Para unos la unidad llegó demasiado tarde, para otros nunca llegó.
Cuando el Talmud se pregunta por qué fue destruido el Segundo Beit Hamikdash (Sagrado Templo), responde “porque reinaba el odio gratuito entre hermanos”.
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