Columna por Rosh Hashaná
Cada vez que se acerca la festividad de Rosh Hashaná, se mezclan en nosotros distintas sensaciones.
Por un lado, de nostalgia, recordando las mesas con manteles blancos, con delicias tradicionales y con mucha gente con la que compartíamos esos momentos de renovación. Y, por otro lado, nos enfrentamos a nuestra propia existencia y a los años que han pasado. Y, en especial, miramos el pasado con un dejo de reclamo, porque no todo fue como queríamos, y miramos el futuro, siempre con un dejo de esperanza.
Es que el futuro se abre a nosotros como una hoja en blanco y lo miramos con la expectativa lógica de lo que está por venir.
Pero también lo enfrentamos con la creencia de haber cerrado los capítulos pasados y de que siempre vendrán tiempos mejores.
Cuando se acerca Rosh Hashaná también nos ponemos felices de poder reunirnos con familia, entendiendo que ya no son tantos los espacios donde nos reunimos, y en ese sentido este día pareciera hacer realidad el deseo de aquellos que ya no están, de que sigamos juntos, de que no dejemos de celebrar, es decir, aquella herencia que llegó a nosotros como un mandato muy fuente e importante.
Pero todo lo anterior, describe una fotografía de una celebración que debería partir de un punto diferente.
¿A qué me refiero?
De acuerdo a la tradición de Israel, en la Mishná de Rosh Hashaná se nos dice que hay 4 inicios de año: uno para las cuentas civiles, como los años de los reyes en el poder; otro para el diezmo del ganado, relacionado con temas impositivos; otro para vivenciar el año nuevo del árbol, Tu Bishvat; y, por último, Rosh Hahsaná, donde cada uno de nosotros, según el texto, pasa como una oveja frente al pastor, que revisa nuestras lastimaduras con su cayado.
Este último concepto es el que lamentablemente estamos dejando de lado en nuestra percepción de Rosh Hashaná.
La nostalgia por el tiempo pasado está muy bien, pensar en las mesas de la infancia es maravilloso para replicar la experiencia para nuevas generaciones, sentir que termina una etapa es bien liberador, y sentir que hay un futuro promisorio también es muy alentador… Pero la esencia, lo más importante, el núcleo basal, nos debiera llevar más lejos, nos debiera llevar a sentir que no somos uno más en el rebaño, sino que en ese día cada uno de nosotros es especial, porque, al pasar uno a uno frente a nuestro creador, Él sabe de nuestros dolores, dificultades, angustias y temores, o sea, de aquellas cosas que nadie sabe.
Esta sensación es de tanta profundidad que puede hacer que la celebración de Rosh Hashaná transite desde una catarsis a algo realmente transformador.
Rosh Hashaná significa literalmente cabeza del año, y por eso algunos dicen que hay que comenzar el año desde la cabeza, en forma racional. Rosh Hashaná también es Iom Hadin, el día del juicio, que culmina en Iom Kipur, que es la apelación final.
Otros, en tanto, dicen que la palabra Shaná tiene las mismas letras que shoné (diferente) y es pariente de shinui (cambio) y también de sheiná (dormir). Entonces conjugan las palabras paras asegurar que Rosh Hashaná es un momento en que podemos dormirnos y desaprovecharlo o podemos transformarnos en algo diferente…
Este puede ser un principio de año diferente si junto con la celebración tomamos conciencia de ser creaturas formadas por D’s y que para Él cada uno de nosotros es importante. Y si en algún momento del año nos sentimos un poco abandonados, por pruebas o dificultades, hoy nos reencontramos, de la misma forma que podemos hacerlo todos los días, a través del pensamiento, las buenas obras, la tefilá. Pero hoy, en Rosha Hashaná, especialmente nos podemos sentir tocados, abrazados, amparados, consolados y alentados por Él.
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