Los judíos de Polonia, mil años de historia
El reino de Polonia se fundó en 1025 y por los siguientes 500 años, los judíos fueron bien recibidos ahí, donde lograron construir una de las comunidades judías más sólidas del mundo, tanto, que algunos escritores de la época llamaron a Polonia el paraíso judío.
En el año 1569 el Reino de Polonia se unió a Lituania y la tolerancia religiosa se vio severamente afectada. Un siglo después el escenario para los judíos empeoró todavía un poco más, cuando Polonia sufrió una gran pérdida territorial debido a invasiones vecinas que no pudo evitar: como si fuera un enorme pastel, el Imperio ruso, el Imperio de Habsburgo y el imperio prusiano dividieron a Polonia y cada quien tomó su pedazo.
El que Polonia perdiera su soberanía representó para los judíos la pérdida de su libertad y su autonomía, a partir de entonces la comunidad judía se convirtió en una de las principales víctimas del imperio ruso y sus constantes leyes antisemitas.
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No fue hasta finales de la Primera Guerra Mundial que Polonia recuperó su independencia, pero entre los escombros de un país invadido por siglos se encontraba una comunidad con un judaísmo completamente vivo.
El yiddish era la lengua de los judíos de Europa Oriental, y con ella desarrollaron teatro, música y literatura con una riqueza sin igual. La comida, un poco polaca y un poco judía, era también muy particular. Además de trabajar, los hombres estudiaban el Talmud, un texto bastante complejo que requería un gran esfuerzo mental, mientras que las mujeres se concentraban de todas las tareas del hogar.
Los siglos pasaron y trajeron la modernidad, en aquella etapa llena de libertades e igualdad los judíos continuaron disfrutando de una gran prosperidad. Era el siglo XX, y las aportaciones de la comunidad judía a la vida polaca eran más que evidentes.
Sin embargo, el 1 de septiembre de 1939 esto cambió para siempre; la invasión de las tropas de Adolfo Hitler a Polonia significó para los judíos la peor de las pesadillas.
En Polonia habitaban 3 millones y medio de judíos y en septiembre de 1949 se preparaban para las fiestas mayores que estaban por iniciar. Sin embargo, Polonia cayó en poco más de dos semanas y los judíos fueron confinados en ghettos, colonias amuralladas en las que poco a poco irían muriendo.
El transcurso de la Segunda Guerra Mundial impidió que los judíos fueran rescatados de las condiciones infrahumanas en las que vivían. El hambre, el tifus y otras enfermedades terminaban con la vida de centenares de personas al día, y cuando parecía que ya nada podía empeorar se abrieron los campos de concentración y de exterminio, campos que funcionaron como maquinarias de muerte para millones de judíos.
Seis millones de judíos murieron durante el Holocausto nazi, la mitad de ellos eran de Polonia, aquel país con el que habían compartido mil años de historia.
Hoy, la vida judía en Polonia da respiros pausados y casi moribundos; hay sinagogas que sobrevivieron, sin embargo, sus paredes ya no suelen escuchar ningún rezo. Hay cementerios, muchos cementerios que son la fiel prueba de que en este país hubo una enorme comunidad judía, sin embargo hoy, ya nadie visita a los muertos, pues su descendencia o murió en el genocidio nazi o simplemente está lejos.
Tal vez resulte derrotista decirlo pero en Polonia Hitler sí lo logró. El judaísmo en aquel país simplemente se terminó. Las sinagogas luchan cada día por lograr la presencia de 10 hombres para rezar. Distintos grupos de turistas eventualmente llegan y representan la oportunidad de formar un minián.
Es cierto, en el resto del mundo el judaísmo prospera, hoy por hoy crecen y florecen comunidades judías en diversos confines de la tierra, pero en Polonia sólo quedó el registro de una hermosa comunidad, una comunidad que algún día estuvo viva, pero que hoy está convertida en cenizas.
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Las sinagogas, los cementerios, las fosas comunes, las calles y el viento son testigos de ello, son testigos de que ahí creció una comunidad llena de prosperidad, aunque los que lo vivieron estén muertos y ya no lo puedan contar.
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