Francia está reintroduciendo discretamente el delito de blasfemia
Francia acababa de celebrar el quinto aniversario de la masacre en su revista satírica Charlie Hebdo cuando se sumió en un caso similar. El 18 de enero, Mila O., una francesa de 16 años, hizo comentarios insultantes sobre el islam durante una retransmisión en directo en Instagram.
Durante la retransmisión, un joven musulmán le pidió salir en los comentarios, pero ella lo rechazó porque es lesbiana. Él respondió acusándola de racismo y la llamó “sucia lesbiana”. En un airado vídeo posterior, retransmitido inmediatamente después de que ella fuese insultada, Mila respondió diciendo que ella “odia la religión”.
Mila prosiguió, diciendo entre otras cosas:
¿Sabes lo que es la libertad de expresión? Yo no dudo en decir lo que pienso. Odio la religión. El Corán es una religión de odio; sólo hay odio en él. Eso es lo que pienso. Digo lo que pienso (…) El islam es una m*erda (…) Yo no soy racista en absoluto. Simplemente no se puede ser racista contra una religión (…) Digo lo que quiero, digo lo que pienso. Tu religión es una m*erda. Le enseñaría el dedo al g*lip*llas de tu dios.
Lo que dijo se podría considerar un poco grosero, pero ¿tiene derecho a decirlo? Después de todo, a los judíos se les llama descendientes de los cerdos y los simios sin que a la policía del lenguaje le de un infarto.
Tras sus declaraciones, Mila fue objeto de ataques en las redes sociales, donde el vídeo fue muy compartido; recibió numerosas amenazas de muerte y se hicieron públicos su nombre, su dirección y el nombre de su escuela. Mila fue obligada a abandonar la escuela por su propia seguridad.
Mila, ahora bajo protección policial, corre tal peligro que ninguna escuela francesa puede, por el momento, acogerla. “Ya no puedo poner un pie en mi instituto y ni siquiera puedo cambiar de centro porque toda Francia va a por mí”, dijo. Por no haber entendido lo que todos tienen claro —que el islam es una “religión de paz”— la han amenazado con matarla, violarla y degollarla.
“¿Estamos en Francia o en Pakistán?”, preguntó el intelectual francés Jacques Julliard. Bienvenidos a la Francia de 2020, donde las revistas publican titularescomo: “Mila, de 16 años, amenazada de muerte por criticar el islam”. El islamismo se está extendiendo entre los musulmanes franceses. Como Francia no lo ha combatido, su control sobre Francia sólo puede aumentar.
“Vayamos al grano: la intelectualidad progresista quiere creer en la convivencia multicultural, incluso cuando la realidad la niega y revela una sociedad donde la diversidad se traduce en una fragmentación social e identitaria”, escribió el filósofo canadiense Mathieu Bock-Côté. Cuando el multiculturalismo se convierte en amenazas a la libertad de expresión, los multiculturalistas se ponen peligrosamente del lado de los islamistas. El caso de Mila representa todas las grietas en la desintegración de la sociedad francesa. Según la periodista francesa Dominique Nora:
Unas semanas después de la conmemoración de la masacre en Charlie[Hebdo], el “caso Mila” muestra la inquietante asimetría que reina en Francia respecto a la libertad de expresión, o más precisamente, la blasfemia.
La historia de Mila podría haber terminado con las amenazas de muerte —como podrían haber terminado las amenazas de muerte contra Salman Rushdie hace 31 años— si todas las autoridades del Estado se hubiesen apresurado a apoyar a Mila, y si el conjunto de la sociedad francesa hubiese condenado con una sola voz la bárbara agresión contra la estudiante. Ha ocurrido lo contrario. Evitar la “estigmatización de los musulmanes” se ha convertido en la excusa oficial utilizada por los políticos para justificar su abandono de las víctimas de las amenazas islamistas violentas, como Mila.
No se abrió una investigación, sino dos: una por las amenazas de muerte recibidas por Mila, y otra contra Mila por “provocar odio religioso”(posteriormente desestimada). La polémica se intensificó cuando el delegado general del Consejo Francés para el Culto Musulmán, Abdalá Zekri, dijo que la chica se “había buscado” problemas: “Debe acarrear las consecuencias de lo que dijo. Quien siempre vientos recoge tempestades”. Los islamistas están poniendo a prueba a diario la resistencia de nuestras sociedades democráticas.
La polémica de Mila adquirió una nueva dimensión cuando la ministra de Justicia, Nicole Belloubet, tras haber condenado primero las amenazas de muerte recibidas por Mila, declaró: “El insulto a la religión es obviamente un ataque a la libertad de conciencia, y es grave”. Desafortunadamente para Belloubet, pero afortunadamente para Francia, eso no es (todavía) un delito. Belloubet admitió más tarde su “error”. No obstante, el daño fue inmenso. Ségolène Royal, exministra y candidata a la presidencia, intervino diciendo que Mila había faltado “al respeto”.
“No, usted no es Mila; usted, señora Ségolène Royal, no tiene coraje”, tuiteó el filósofo Raphaël Enthoven en respuesta. Martine Aubry, la alcaldesa socialista de Lille, le pidió a Mila que “ejerza la moderación y evite ese tipo de lenguaje, aunque las amenazas sean inaceptables”. Francia está pasando rápidamente de la laïcité (laicismo) a la lâcheté (cobardía); de la libertad de expresión a la rendición incondicional. Francia sigue intentando dar largas mientras el islamismo prospera sobre el rápido abandono por parte de las élites de sus valores judeocristianos.
Incluso hubo quienes, como el historiador de la religión Odon Vallet, afirmaronque Mila es “responsable” de futuros atentados.
Un exdibujante de Charlie Hebdo, Delfeil de Ton, tras la masacre de sus colegas en 2015, acusó vergonzosamente al difunto director de la revista, Stéphane Charbonnier, de “arrastrar a la redacción a la matanza al satirizar a Mahoma”.
El caso de Mila se asemeja al de un filósofo francés, Robert Redeker, que en 20006 publicó un artículo de opinión sumamente crítico con el islam en Le Figaro. Después de eso, Redeker, que era profesor en un instituto público de Toulouse, empezó a recibir amenazas de muerte por teléfono y por correo electrónico y a través de Al Hesbah, un foro protegido por contraseña con vínculos con Al Qaeda. “No puedo trabajar, no puedo ir y venir y estoy obligado a esconderme”, dijo Redeker desde un lugar no revelado. “Así que, en cierto modo, los islamistas han logrado castigarme en territorio de la república, como si yo fuese culpable de un delito de opinión”. Eso fue la “fetua en el país de Voltaire”.
Quince años después, el caso de Mila demuestra la medida del éxito de los islamistas.
Hay algunos pocos escritores valientes que han defendido a Mila. En un artículo para el Journal du Dimanche, el exabogado de Charlie Hebdo Richard Malka escribió sobre “el caso de Mila o el triunfo del miedo”.
No hay ninguna reacción de los ministros y las grandes feministas o asociaciones LGBT, los artistas y “progresistas”. Vuelve la cabeza, silba, mírate los zapatos antes de elegir qué indignaciones de moda adoptarás con todo el ardor siempre y cuando no te expongas a ningún riesgo.
Malka también escribió que “ninguna organizaciones de defensa de los derechos humanos ha protestado o expresado su solidaridad con la joven cuya vida se ha visto obligada de pronto al escondite”. Las organizaciones feministas, tan rápidas para denunciar la “masculinidad tóxica” y las “estructuras patriarcales de dominación”, también guardaron silencio.
Hoy hay muchos países donde las personas son asesinadas porque se atreven a criticar el islam. En la República Islámica de Pakistán, un país que castiga la blasfemia con la muerte, los jueces sentenciaron a muerte, pero después absolvieron a Asia Bibí por ese “delito”. Hoy, en Francia, el país de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, que siempre santificó la libertad de expresión y el derecho a criticar la religión y las ideologías, algunos en el poder judicial —en nombre de un antirracismo confundido y militante— están reintroduciendo discretamente y de facto el delito de blasfemia. “Caso Mila: ¿pretendemos crear un delito de blasfemia en la ley francesa?”, preguntó un llamamiento publicado en Le Figaro.
Hoy, en Francia, utilizar la libertad de expresión para criticar el islam es claramente un acto sumamente peligroso, aunque uno sea, como Mila, un menor. Los que se desvinculan de Mila llevan la máscara de la sumisión.
Franz-Olivier Giesbert, un opinador influyente y exdirector de Le Figaro, acusó a la ministra de Justicia, Belloubet, de apaciguar a los islamistas, y comparó sus actos con los que en el régimen de Vichy colaboraron con Hitler. “¿Sigue Francia siendo Francia”, preguntó Giesbert en un editorial para la revista Le Point.
Algunos días te lo preguntas. En las repúblicas islámicas como Pakistán o Irán [las declaraciones de Belloubet] serían normales. Pero no son normales en Francia, el país de la Ilustración, donde existe el derecho a blasfemar.
Si se cuentan todos los periodistas, dibujantes y escritores franceses que ahora mismo están bajo protección policial por criticar el islam, entonces, sí, Francia se está convirtiendo en un nuevo Pakistán. Éric Zemmour, autor de Le suicide français, va seguido de dos guardias de la policía dondequiera que vaya; el director de Charlie Hebdo, “Riss”, y el resto de dibujantes viven bajo protección policial, al igual que Philippe Val, exdirector de Charlie Hebdo, que decidió publicar las viñetas de Mahoma en 2006. La periodista Zineb Rhazaoui está rodeada de seis policías. Ya en 2002, dos destacados escritores fueron enjuiciados en Francia por sus ideas sobre el islam: Oriana Fallaci y Michel Houellebecq.
Cinco importantes intelectuales franceses —Elisabeth Badinter, Elisabeth de Fontenay, Marcel Gauchet, Jacques Julliard y Jean-Pierre Le Goff— publicaron un llamamiento a favor de Mila en L’Express denunciando “la cobardía de la justicia y la política que ahora está obsesionada con las acrobacias sobre los temas de la libertad de expresión cuando se trata del islam. Pagaremos cara esta cobardía”.
Tras la masacre en Charlie Hebdo, el papa Francisco dijo: “Si insulta a mi madre, puede esperar un puñetazo”, y culpó a los dibujantes de su propio asesinato. Los islamistas están ganando la batalla ideológica y nos estamos comportando como cobardes. ¿Tendrá que ser asesinada Mila, de 16 años, para que la gente esté lo suficientemente unida y los cobardes puedan decir “Je suis Mila” durante 24 hora
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