Los cinco rusos del buen humor
La educación virtual y la justicia social de un grupo de judíos septuagenarios del barrio de Pompeya en los albores de la década del 60
Los días se vuelven largos y tediosos durante la cuarentena; especialmente, para los adolescentes en edad escolar, quienes pasan horas y horas delante de la computadora, recibiendo clases virtuales, y realizando tareas escolares en forma remota.
Nico, como todo adolescente, está abrumado por la rutina.
Además, todas las mañanas entrena en el pequeño balcón de su casa, un departamento en el barrio de Belgrano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Mientras lo hace, una y otra vez contempla el estadio Monumental de River Plate, esperanzado en que algún día jugará allí, vistiendo la camiseta de la Selección Argentina.
Una mañana, tan monótona como todas las demás, sucedió un hecho inesperado. Comenzó a sonar el viejo y olvidado teléfono de línea. Tanto Nico como Karina, su mamá, se sobresaltaron al escucharlo; porque ya no recordaban ese extraño sonido. Segundos después de haber identificado el timbre del aparato, imaginaron que podría tratarse de una mala noticia y Karina corrió rápidamente a atender.
Nico siguió atentamente la conversación, tratando de entender que pasaba del otro lado de la línea. Su guía eran las expresiones del rostro de su madre, las que fueron mutando de preocupación a enojo.
Al finalizar la comunicación, en forma tosca y enojada, le dijo a su hijo:
– Llamó Marina tu preceptora, y me dijo que en Historia, el profesor te va a cerrar el trimestre con un UNO, porque nunca presentaste un solo trabajo práctico, ni tampoco te conectaste el día del examen oral, con la excusa de que se te cortó Internet.
- ¡Pero mamá! es re pesado ese profesor, nadie le entiende cuando habla, ni qué quiere que hagamos- respondió Nico, ofuscado tras haber sido delatado por su preceptora.
Karina respiró profundo, al escuchar las endebles excusas de su hijo, y con mucha firmeza le advirtió:
- Si no aprobás el trabajo práctico sobre “Analisis de un caso histórico sobre Justicia Social Ciudadana”, no vas a ir más al club. No quiero quejas. Lo dejás todo, como en la cancha. Y antes de que me olvide: el trabajo práctico tiene que ser original, no puede ser copiado de “google”, “el rincón del vago”, o “wikipedia”.
- ¡Pero vieja! ¿Cómo querés que lo haga? Todos hacen los trabajo buscando en internet. ¿Qué injusto!– Exclamó Nicolás sintiéndose presionado al tener que aprobar el trabajo o despedirse de su sueño de ser futbolista.
- Podés empezar buscando material en la caja con libros y revistas que nos dio tu abuelo para que le guardemos.
- ¡Qué aburrido! – respondió el adolescente, revoleando los brazos, mientras se dignaba a revisar la antigua caja de madera.
Después de revolver toda la caja a desgano, de repente empezó a cambiarle el semblante. Nico se interesó en en un viejo cuaderno. Comenzó observando su contenido. Habían recortes de noticias en diarios amarillentos, y en unos de los recortes, una fotografía que creía haber visto en la casa de su abuelo. Seguidamente comenzó a leer el texto escrito de puño y letra con una caligrafía perfecta, que se encontraba al pie del recorte, y decía:
“En 1962, tras la muerte de Adolf Eichmann en Israel en cumplimiento de la sentencia a pena de muerte por ser hallado culpable de genocidio contra la humanidad durante la Shoá, se desató en Argentina una ola de violencia antisemita en pos de vengar la muerte del criminal nazi. Así fue que se vandalizaron comercios e instituciones comunitarias, y se persiguió a muchos judíos, poniendo en estado de alerta a toda la comunidad. En ese tiempo el caso más emblemático fue el padecido por Graciela Sirota, una joven de 19 años que fue secuestrada en el barrio porteño de Mataderos cuando se dirigía a la universidad, siendo torturada y vejada. Los secuestradores le grabaron con una navaja la cruz esvástica en su pecho. El brutal ataque antisemita fue perpetrado por el movimiento nacionalista Tacuara en connivencia con agentes de la Policía Federal. Hartos de las persecuciones y ante la desprotección del Gobierno, la DAIA organizó un paro masivo de todos los comercios judíos en el país el 28 de junio de 1962.
El que fue un éxito en todo el país.
En solidaridad con la medida también se adhirieron algunos comercios no judíos. Entre ellos la peluquería del tano Di Benedetto situada en Cobo, casi esquina Lanza, del barrio de Pompeya (en el sur de la Ciudad de Buenos Aires).
Esa tarde, en la casa de Don José, se reunieron junto al dueño de uno de los pocos televisores del barrio: Jaskele, Onguilétene y Picus. Los cuatro pese a ser jubilados, seguían ejerciendo su oficio de aparador de calzado, y como judíos se adhirieron a la huelga.
En ese encuentro entre rondas de vino y anis, partidas de truco y burako, los cuatro amigos de mas de setenta años, se sintieron jóvenes y empoderados, reafirmando con orgullo su identidad judía, y luchando una vez más contra el enemigo de siempre, el antisemitismo y sus mil caras.
Durante su juventud en Rusia el enemigo fue el Zar y sus pogroms. Pero en ese momento debían enfrentar a unos jóvenes violentos del movimiento nazifascista Tacuara.
Unos días después de la huelga, Jaskele salió a hacer su caminata diaria y de repente escuchó que alguien lo llamaba con insistencia.
- Don Jaskele, don Jaskele, pare…. ¿se enteró lo que paso?.- Le pregunto Pesza, fatigada tras correr raudamente los cien metros por Salvigny, desde Lanza hasta La Trilla, junto a su enorme perro Mops-
- ¡Si!¡Fue un éxito la huelga!
- ¡No, Jaskele! anoche le rompieron la peluqueria a Di Benedetto, acusándolo de judío, y han amenazado a Calvano y a Calabrese para que nos dejen sin trabajo y busquen aparadores de calzado en otro barrio – le informó Pesza con gran preocupación y temor.
- ¡Oy vey! la historia de nunca acabar. Reunámonos esta noche en su casa. Yo me ocupo de convocar a todos – con tono preocupado respondió Jaskele, mientras se le desprendía el piolín improvisado que le sostenía los anteojos.
Por la noche, uno a uno fueron llegando a la casa del Pasaje Natal, ubicada a metros de la Avenida Riestra. El primero en llegar fue José con chupetines para sus nietos que vivían allí, junto a su hijo, la esposa y su consuegra Pesza. Luego llegaron Jaskele, Picus y por último Onguilétene.
Jaskele tomó la palabra, y les dijo:
- Estuve averiguando en el barrio y se dice que hay dos rufianes que salieron de la cárcel hace unos días, serían quienes han amenazado a nuestros empleadores Calvano y Calabrese y también atacaron la peluquería del tano.
Seguidamente, Onguilétene, expresó:
- Estuve todo el día intentando comunicarme telefónicamente con Calvano y Calabrese, pero no logré hablar con ellos.
Luego con mucho enfado Picus, contó:
- Hoy fui hasta el galpón de Calvano, pedí hablar con él y me dijeron que no estaba. Me quedé esperando y al rato lo ví salir. Nos están mintiendo.
Mientras, José estaba distraído jugando con sus nietos y Jaskele repentinamente le dice:
– ¿Qué vamos a hacer José? No podemos seguir así, amenazados y sin trabajo. ¿Qué ejemplo le damos a nuestros hijos?
- No vamos a pasar a la historia por cobardes, hay que resolver esta cuestión y darle una lección a estos jóvenes ignorantes y maleducados – respondió José, mientras le enseñaba a los pequeños a jugar a las damas.
Todos estuvieron de acuerdo en accionar contra los nacionalistas de Tacuara que operaban en el barrio, Jaskele. Ahora devenido en el “Comandante Jaskele”, como en los viejos tiempos, repartió las tareas a cada uno:
- Onguilétene haga guardia en lo de Calvano durante la mañana y en lo de Calabrese por la tarde. Observe quién entra, quién sale y quién retira nuestra partida de zapatos.
- Picus, usted, se queda en el puesto de diario, le da conversación a Cacho el diariero y se instala allí y anota en su agenda todo chisme, comentario e información útil para descubrir a estos smarkaj.(expresión idish refiriéndose a “mocosos”).
- José, usted simula ser un zeide simpático y va durante toda la semana a buscar a sus nietos a la escuela. Entabla contacto con padres, madres y abuelos y recaba todo dato de interés.
- Pesza, usted vaya a la peluquería de Mabel, se hace algo en el pelo que mal no le va a venir, y obtiene toda la información posible. Sea simpática y hable, no se quede en silencio. “Plaplen, plaplen”…Y yo voy a hablar con los policías del barrio.
“Los cinco rusos del buen humor”, nuevamente se encontraban activos. Tal mote les fue puesto por los vecinos del barrio durante la década del cuarenta, dado que eran un grupo de cinco y por su afición permanente a las bromas, en alusión al grupo cómico denominado los cinco grandes del buen humor, muy popular en Argentina durante la mitad del siglo XX.
Cada uno cumplió su misión encomendada.
Muy a su pesar, Pesza a fue la peluquería del barrio después de veinte años. Le tiñeron el pelo y le hicieron un corte moderno. Aunque buscó disimular su emoción, se sintió una doncella, lista para que la casamentera le consiga un buen pretendiente. En la peluquería también se encontraban las damas del barrio que parloteaban sin parar acerca de la vida de todos los vecinos, por lo tanto no fue necesario que Pesza dijera nada.
Picus, la paso mejor, leyó gratis todos los diarios y revistas, mientras simulaba hacerle compañía a Cacho el diariero.
Onguilétene y José fracasaron en su asignación. Onguilétene entendió mal y en vez de hacer guardia en la fábricas de zapatos de Calvano y Calabrase, fue a esperarlos a la guardia del hospital.
A José le fue peor, tuvo que abortar la misión cuando entablaba conversaciones con unas señoras madres y abuelas en la puerta de la escuela de sus nietos. En ese momento fue sorprendido por su esposa Sara quien comenzó a gritarle y pegarle carterazos en un evidente ataque de celos.
Mientras Jaskele cumplía fielmente su tarea, hablando con Bermudez, el policía que custodiaba la esquina de Daract y Riestra, vio como un joven desconocido con pinta de malo, e intimidante presencia, entró a una casa deshabitada de la cuadra. Inmediatamente Jaskele, indagó al oficial acerca del joven sospechoso, y éste le dijo:
– No se meta don Jaskele, es gente pesada. Son los nazifascistas de Tacuara y no quieren a los judíos. Tenemos órdenes de no intervenir.
- .. ¿no va a hacer nada? Esta persona cometió delitos, nos tiene amenazados ¡y encima lo protegen!- Respondió Jaskele ofuscado
- Don Jaskele, compréndame, son órdenes de arriba. Si cumplo con mi deber me echan de la Policía y tengo cinco hijos que mantener.
Jaskele pegó media vuelta rumbo al Pasaje Natal a reunirse con sus compañeros.
Mientras se deliberaban los pasos a seguir, alguien comenzó a golpear insistentemente la puerta. Ninguno en la casa de dignaba atender, por lo que Luisito de 7 años fue a abrir la puerta. El niño, abrió sin preguntar y se encontró con el oficial Bermúdez quién rápidamente le dejó un mensaje:
- Nene, decile a tu abuela que esta noche van a venir a reventar la casa. Se tienen que ir cuanto antes.
Luisito angustiado y asustado por lo noticia que acababa de recibir, corrió al borde del llanto desde la entrada hasta el comedor donde estaban reunidos todos los adultos, y les contó todo.
Finalmente el oficial Bermudez era un hombre honesto, pensó Jaskele para sí, entre tanto le indicaba a Pesza que evacuará a los niños de la casa junto a sus padres.
- Don Jaskele, ¿qué hacemos?-Pregunto Onguiletene con preocupación
- Vamos a dejar la puerta abierta y las persianas bajas para evitar daños materiales del hogar de Pesza-, respondió Jakele de forma sagaz.
- ¿Los dejamos entrar con facilidad?– Pregunto un Picus dubitativo ante el plan de Jaskele.
- Les dejamos la puerta abierta para que no la rompan y entren confiados. Al entrar llenamos la entrada con canicas de los chicos, cáscaras de bananas, aceite y grasa, para que los rufianes se patinen y una vez en el suelo podamos reducirlos y maniatarlos. Una vez que pierdan el equilibrio nos avalanzamos sobre ellos y los reducimos.
- Es perfecto su plan, don Jaskele.- me voy a quedar apostado en el cuarto de arriba, y cuando entren los malechores, desde las alturas los voy a sorprender arrojándole toda clase de objetos.- Expresó José con mucho entusiasmo.
Era la media noche y los malvivientes no llegaban. Entonces Pesza con ansiedad y curiosidad se asomó por la ventana que da a la calle y observó como dos personas de un piedrazo rompieron la única bombita de luz que alumbra la cuadra, dejando el Pasaje Natal a oscuras.
Luego, se dirigieron hacia la casa a toda prisa. Todos estaban en sus puestos y la trampa preparada.
Al querer manipular la cerradura con una ganzua, la puerta se abrió sola y los delincuentes ingresaron confiadamente, pensando encontrar a todos durmiendo y desprevenidos.
No terminaron de dar el segundo paso que comenzaron a resbalarse, entre tanto José les arrojaba todo tipo de objetos y chatarra desde las alturas; y además fueron sorprendidos por Picus, Onguiletene y Jaskele que como leones rugientes se abalanzaron sobre ellos y le propinaron una paliza hasta lograr reducirlos.
Se llevaron a la rastra a los dos delincuentes antisemitas hasta el fondo de la casa y los ataron al árbol higuero. Unos minutos después fueron interrogados por Jaskele y compañía:
- Soy el Comandante Jaskele, ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué nos persiguen? – ante la risa disimulada de sus compañeros por el rango militar elegido por Jaskele-
- Somos de Tacuara… muerte a los judíos comunistas. No queremos más judios en nuestro país.
- Mire usted. ¿Cuántos judíos conoció en su vida? ¿comunistas, nosotros? Debería darles vergüenza ser tan burros y con esa ignorancia pretender ser el futuro de Argentina. La Unión Soviética es una de los regímenes más antisemita del planeta- les dijo Jaskele con mucha rabia, mientras Picus le aplicaba un bastonazo a cada malechor.
- Es la primera vez que veo un judío en persona – respondió uno de los delincuentes.
- Desde que llegamos a Argentina nunca paramos de trabajar, somos jubilados y seguimos trabajando. Esta casa la hicimos junto a mi esposo con nuestras propias manos. ¿Usted cuántas casas hizo con sus manos, mocoso insolente? – Le retrucó una efusiva Pesza.
- Ninguna señora, mi casa me la dió el General Perón.
- Usted nunca va a entender lo que es sacrificarse y trabajar – le reprochó Picus
- Y ustedes nunca van a volver a trabajar. Ya destruimos la peluquería y tenemos amenazados a los fabricantes de zapatos – Le respondió un desafiante malechor.
- Se van a quedar a vivir en la cárcel, ahora si… no vuelven a salir – advirtió enojado José
- no sabe nada Señor, este país no es Israel, acá con buena conducta y un buen abogado cualquier preso sale en poco tiempo. Nos volveremos a encontrar… respondió con tono amenazante el delincuente.
Luego Onguiletene les recordó a todos que no podían mantener más tiempo a los delincuentes prisioneros, ya que la policía sabía que vendrían al pasaje natal y los acusarían de secuestro.
- Tiene razón Onguilétene- manifestó José- Si los denunciamos porque se metieron aquí, la policía no va a hacer nada, pero podemos denunciarlos por daños a la peluquería Di Benedetto y por haber roto la bombita de luz que ilumina la cuadra.
- Necesitamos dos testigos goy para que la policía nos crea y cumplan con su deber – Aconsejó Picus de forma brillante.
- Hagamos como dijo Picus – respondió Jaskele entre tanto les mostraba a todos el dinero que le quitó a los prisioneros nazifascistas.
Todos trataron de hablar al mismo tiempo y coincidieron en usar el “botín” obtenido de los delincuentes, y dárselo al tano Di Benedetto para que repare los daños en su peluquería y pueda seguir trabajando.
Siguiendo lo planificado, llamaron a la policía, convocaron a dos vecinos de la cuadra de confianza para que aportaron su testimonio, y se llevaron detenidos a los malechores.
Los cinco rusos del buen humor, lograron frustar la infiltración de Tacuara en su barrio y nunca más tuvieron noticias de los delincuentes, pudiendo continuar sus vidas con tranquilidad.
También pudieron recuperar sus trabajos como aparadores de calzado, luego que sus empleadores Calvano y Calabrese se disculparan por lo pasado, dado que se encontraban amenazados.
A mis hijos, mis nietos y mis generaciones venideras en Argentina, en Estados Unidos e Israel, dejo por escrito nuestra historia de lucha, entrega, coraje y Justicia, para que nunca se den por vencidos, ante ninguna circunstancia y para que nadie los persiga por ser judíos.”
El final de la historia encontró a Nico emocionado hasta las lágrimas.
Al descubrir el legado de su antepasado, llamó inmediatamente a su mamá para contarle el hallazgo.
Al escuchar el relato de su hijo, Karina emocionada, exclamó: -¡Es la historia de mi abuelo! No sabía nada… Voy a hablar con papá para que me cuente… Ellos en su infancia vivieron en Pompeya.
- Que buena historia mamá, la voy a usar para el trabajo práctico. Le voy a demostrar al profesor que tanto en el pasado, como en el presente las personas mayores son de gran importancia y valor para la sociedad.
No me importa la ideología del profesor, ni tampoco repetir las ideas que nos quiere imponer, voy a luchar por lo que es justo y hacer justicia como mi bisabuelo.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración: Sabrina Fauez
Historia ficcionada en homenaje a la primera generación de Judíos del barrio de Pompeya.
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai
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