Muéstrame tu rostro y te diré quién eres
El rostro es un libro para quien sabe que los rasgos faciales son letras. Letras que nos hablan de un legado, pero también de un potencial supeditado al libre albedrío para manifestarse. Ser humano es algo complejo porque, en parte, estamos hechos y, en parte, debemos hacernos. Tal es nuestro propósito día a día, durante ese período de tiempo variable, impredecible y maravilloso que llamamos vida.
Todos tenemos fortalezas y debilidades, pero no siempre las conocemos o queremos saber de estas. Pero de ese autoconocimiento depende, precisamente, que nuestra vida esté llena de oportunidades y cada vez la asalten menos amenazas. Hay quienes, en busca de respuestas, se adentran en los misterios de la mente y el corazón, pero no siempre se preguntan si existe un camino que vaya de lo visible a lo invisible y permita captar un destello de nuestra propia esencia o la de los demás, desterrando así la oscuridad de la ignorancia, madre de todos los males y vicios. Si se lo preguntaran seriamente, sin lugar a dudas, encontrarían la respuesta en el rostro, viva imagen de nuestro psiquismo para quien ha logrado trascender la ilusoria percepción de belleza y fealdad y observa los rasgos faciales como lo que realmente son: pistas que permiten correlacionar tendencias clave de nuestra personalidad, tan influenciada por la bioquímica cerebral que preferimos no pensar mucho en eso para no confundirnos y asustarnos, y por eso preferimos creer firme y obstinadamente (con cierto talante romántico) que somos del todo libres y soberanos.
El rostro es el puente que conduce al cerebro, el cual no es uno sino tres. Esto se debe a que el Universo tuvo un principio, pero su evolución aún no termina. El Hombre, por ser un Microcosmos, guarda en su cerebro el registro ancestral de las etapas que ha tenido que recorrer la Conciencia para emerger y sobreponerse a la materia. Sin embargo, aunque ese es nuestro destino universal, nos ha sido concedido adelantarnos o retrasarnos en el recorrido: de ahí el rol de nuestro libre albedrío, que hace posible que miles de millones de seres humanos, aún compartiendo el mismo planeta, a la vez puedan estar “a millones de años luz” entre ellos en lo que a niveles de Conciencia se refiere.
Básicamente, existen tres tipos de niveles de Conciencia. El primero, el más básico -con 500 millones de años en su haber- tiene como sede el cerebro reptil. Allí reside nuestra instintividad y anhelo de supervivencia, básicamente egoísta. Posteriormente, hace 300 millones de años, la evolución hizo prevalecer la noción de especie sobre la de individuo y así nació el cerebro mamífero, cuya razón de ser es la convivencia, terreno fértil para el sentimiento y la emoción de una existencia compartida; capaz, por ejemplo, de vestir al sexo con el lenguaje del amor. Sin embargo, esas razones del corazón no las entiende del todo y mal que bien las tolera un tercer cerebro (el último en llegar, hasta ahora), para el que la ausencia de pasiones es condición sine qua non para que germine una lógica perfecta e irrebatible, que nos permita desafiar los siglos y así no morir del todo. Semejante visión de la vida -que apela a lo útil por encima del tener y al ser- apenas tiene 3 millones de años y por eso se llama neocortex.
Hasta ahora resulta la más funcional dado que se rige por el criterio de conveniencia: Cual péndulo, oscila –gracias al libre albedrío- entre la animalidad y la racionalidad que definen nuestra esencia, pudiendo optar por la que resulte más eficaz ante una situación dada. Esa maniobrabilidad, un tanto camaleónica; plena de asertividad (entendida como vía media entre la agresividad y la pasividad), supera con creces la “programación” de los cerebros reptil y mamífero, esclavos de sus pasiones y deseos. Por supuesto, estos no pueden comprender al neocortex y hasta llegan a odiarle como muchas veces hacen el niño y el adolescente con el adulto, simplemente porque vive en un mundo muy distinto al de ellos, “más gris que colorido”, a su juicio. Pero el neocortex sí los entiende a ellos, sus motivaciones más profundas y sus excesos, porque lo superior contiene en sí mismo toda perfección de lo inferior, al tiempo que ha trascendido sus limitaciones por ser una versión mejorada. Precisamente por eso es capaz de dominarlos, aunque ofrezcan resistencia. Semejante Conocimiento le hace poderoso, pero también solitario: de cada 10 personas, seis viven bajo el dictamen del cerebro reptil y tres a la sombra del mamífero. Apenas un individuo de 10 es capaz de trascender su mismidad y dedicarse a la búsqueda de un propósito, plenamente consciente de que existe por un tiempo limitado y solo así sus años tendrán sentido. Solo él puede acompañar al Creador en su recorrido por la Playa del Universo (cuyos cuatro puntos cardinales son el Mito, la Filosofía, la Religión y la Ciencia), mientras el resto se deleita con los bienes de la Creación, por ser criaturas más concretas que abstractas.
Tal es la semblanza del psiquismo, visible en el rostro para quien sabe leer los rasgos faciales como lo que realmente son: letras que permiten pronunciar el verdadero Nombre del alma.
Es un Poder que se transmite bajo la forma de una herramienta intrapersonal e interpersonal llamada Morfopsicología o Psicología Facial, que facilitamos mediante talleres o clases particulares. Si sientes el llamado de este Conocimiento –que te elige solo cuando estás preparado para recibirlo-, no dejes pasar tu momento.
Víctor Hugo Mónaco
Filósofo. Periodista.
Asesor Empresarial
@vhmonaco
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