El sueño del Tío Myron
Allá por el año 1900, en el pueblo de Zelva, en el Imperio Ruso -hoy Bielorrusia- se produjo un milagro, y Doña Chava Chernitsky dio a luz con 49 años de edad.
Ese 2 de mayo, nació Eliezer Myron Kadyszewicz, en un agradable día primaveral.
Casi como un fruto fuera de tiempo, llegó a este mundo para llenar de alegría el hogar.
Para sus padres, Iosef y Chava, fue volver a empezar, pues sus otros hijos Shmuel, Itzel, Israel y Leibe, ya eran mayores de edad, y el mayor se había convertido recientemente en padre de Joseph, que en ese entonces ya tenía un año y medio de edad. Además su esposa Goldie estaba embarazada por segunda vez, de una niña, que sería: Cecilia.
No le resultó fácil a Shmuel transitar esos momentos siendo padre primerizo, con todos los miedos y responsabilidades que eso conllevaba, y para colmo tener que estar atento al cuidado del embarazo de su esposa, y en paralelo al de su madre.
Y como si fuera una ironía del destino, el sobrino fue más grande en edad que el tío. Y Chava y su nuera Goldie, amamantaron al mismo tiempo a sus bebés.
El pequeño tío Myron crecía, y poco a poco sus hermanos comenzaron a emigrar. También sus sobrinos, que era con quienes jugaba en cada encuentro familiar.
El primero en dejar Rusia fue Itzel, quién les enviaba sus misivas desde Londres.
Myron extrañaba mucho. Siempre anhelaba estar junto a ellos, y sobre todo, volver a jugar con sus sobrinos.
La vida para los judíos de Rusia fue muy complicada, con pogroms, persecuciones ideológicas y religiosas, reclutamientos de los niños, para servir en el ejército del Zar y las revueltas constantes de los trabajadores, que terminarían con la revolución bolchevique en 1917.
En ese contexto, al igual que sus hermanos, Myron tuvo que ocultar su identidad y cambiar su apellido, para evitar ser reclutado por el ejército. Así fue que tomó el apellido Leader, al igual que lo había hecho en la infancia su hermano Itzel, y logró eludir el reclutamiento.
Desde su niñez fue muy inquieto y curioso. Se imaginaba a sí mismo viajando por el mundo, visitando y reuniendo a toda su parentela.
Cada carta que recibía de ellos, lo transportaba a diferentes lugares. Myron se imaginaba caminando por la orilla del Río Támesis y recorriendo el Big Ben.
Al poco tiempo Itzel y su familia emigraron a New York. Las cartas y postales de la gran ciudad se sucedieron y multiplicaron, porque también llegaban de parte de Shmuel e Israel.
El niño soñaba cada noche, con vivir al otro lado del mundo.
De forma insistente le pidió a sus padres viajar a Estados Unidos, pero no tuvo éxito. Lo mismo intentó con su hermano Leibe que vivía en Bialystok; pero él, prefirió quedarse allí.
Sin embargo, al finalizar la primera guerra mundial, en 1918, todo fue un caos ya que después de más de cien años, Polonia volvió a ser nación, liberándose del yugo del extinto Imperio Ruso. Por ello, la tensión en esa época fue muy grande. Los imperios colapsaron y las repúblicas oprimidas buscaron resurgir, lograr su independencia o al menos, recuperar territorios. En la restablecida nación se sucedieron diversas guerras por las disputas territoriales sin resolver, como la guerra polaco lituana, polaco ucraniana, la polaco checoslovaca y la más importante: la guerra ruso polaca.
Era de prever que tal enfrentamiento se produciría, sólo era una cuestión de tiempo, ya que los rusos, heridos en su orgullo, tratarían de recuperar sus antiguas posesiones imperiales.
Para sorpresa de todos, los polacos lograron vencer al ejército ruso y expulsarlos de sus fronteras. La vida en Polonia ya no fue segura para Myron.
Los constantes conflictos y la latente posibilidad de tener la obligación de unirse ahora al ejército polaco, lo hicieron tomar la decisión de emigrar, y unirse a sus hermanos en Estados Unidos.
Fue así como en 1921 dejó atrás la convulsionada Polonia y se embarcó desde el puerto de Amberes, en Bélgica; rumbo a Vanceboro, Maine, en Estados Unidos.
Tras muchos años de separación, el menor de la familia se reunió con sus tres hermanos mayores Shmuel, Itzel e Israel. Aunque para esa época, ellos cambiaron sus nombres por los de: Max Samuel, Isaac, e Isidore, americanizándolos.
En el nuevo país, Myron podría desarrollar todo su potencial y concretar los sueños de su niñez. Para él no fue difícil y rápidamente aprendió el idioma inglés.
De forma natural, se convirtió en el tío favorito de sus sobrinos, y con el correr de las décadas se convertiría en un gran referente para todos.
A mediados de 1922, recibieron la visita de su madre Chava. Sus hermanos mayores volvieron a ver a su madre después de más de diez años; los nietos nacidos en Norteamérica por fin pudieron conocer a su abuela. Así fue que la familia se llenó de felicidad.
Con el paso del tiempo Myron, naturalizado estadounidense, fue un próspero farmacéutico, dirigiendo su prestigiosa “Madison Clinton Pharmacy” en New York. Sin embargo, parte de su corazón permaneció en Polonia, a causa de su hermano Leibe y su familia.
Tampoco podía entender por qué su sobrino Lejzor, hijo de Leibe, prefirió emigrar a Argentina, y no a Estados Unidos, donde residían sus parientes directos.
Unos años antes de que estallará la segunda guerra mundial, Myron pudó regresar a Europa y visitó a los que allí quedaban.
Quizás fue un regalo del Creador, y sin saberlo tuvo la posibilidad de ver por última vez a la familia que permaneció en Europa. La Shoá fue devastadora para los Kadyszewicz, pues sufrieron innumerables muertes, y el dolor generado a este clan familiar se hizo inenarrable.
Pasó el tiempo, y sus hermanos ya no estaban en este mundo, pero como lo indicaba el significado de su apellido adoptivo -Leader- Myron se convirtió en el “líder” de su familia.
Tal como lo hizo en su niñez, en la adultez trató de mantener la unidad de los suyos.
En primer lugar, con la familia de Estados Unidos; la que había crecido en gran número, de generación en generación, y se fue dispersando por todo el país.
También intentó comunicarse durante años con su sobrino Lejzor, de Argentina, sin resultados. Nunca dejó de buscar cuál era el destino de su parentela en Polonia, y siempre tuvo la esperanza de poder encontrar sobrevivientes. Cansado de esperar, y no recibir noticias desde Buenos Aires, el tío Myron armó su valija, y abordó el primer vuelo con rumbo a la Argentina.
Él nunca le había temido a nada, y su vida había sido una constante aventura, llena de excentricidades, como cuando en 1960 se casó en Israel con una chica de veinticinco años para obtener la ciudadanía israelí. Siendo él un ciudadano del mundo, el matrimonio le hubiera puesto fronteras y cortado su amada libertad; por lo tanto huyó al mes de casado, o tal vez, finalizó el acuerdo prenupcial.
Siempre se había sentido joven y capaz de lograrlo todo. Un ejemplo había sido aquel día, en que su Cadillac se había quedado sin combustible, y llenó el tanque con la esencia de perfume que él mismo había inventado y comercializaba. Para sorpresa de todos, el vehículo arrancó y funcionó perfectamente, sin fundir el motor.
En ese entonces corría el año 1977 y habían pasado muchos años desde la última novedad.
Su viaje estuvo librado al azar, ya que solo tenía en su agenda (ese sobre de papel arrugado, lleno de pequeñas notas sueltas, con nombres, teléfonos y direcciones), un viejo domicilio por dónde empezar la búsqueda.
Una vez en Buenos Aires dejó su maleta en el Hotel Hausen y sin perder el tiempo, ni avisar previamente, se dirigió al último domicilio conocido de su sobrino.
La suerte siempre estuvo de su lado, y la familia permanecía en la misma casa, sólo que su querido Lejzor había partido en 1955.
Luego de que la viuda Pesza le diera la triste noticia, lo invadió la emoción al conocer a Rebeca Lea, la hija mayor de su sobrino.
Esa emoción fue fugaz, ya que inmediatamente recibió un pelotazo en el rostro que le voló el audífono, dejándolo sordo y aturdido como al resto, que sufrió con el zumbido enloquecedor proveniente del aparato auditivo maltrecho.
Los responsables del pelotazo fueron Jorgito y Luis Alberto, sus sobrinos bisnietos. Ellos no se habían percatado de la llegada de aquel extranjero misterioso.
Unos minutos más tarde, Myron se repuso del golpe, y tras las presentaciones formales, los anfitriones prepararon una cena en honor al Gran Tío Myron, y le cocinaron un plato especial: bife de churrasco a la criolla con papas.
Para sorpresa de los anfitriones, el invitado no paró de pedir leche para beber. Parecía un bebé hambriento, y Jorgito tuvo que salir, en medio de la noche, a comprar la leche para el tío.
Al otro día, fiel a su costumbre, Myron cayó de sorpresa en el departamento de Avenida Juan B. Justo al 3600, en el barrio de La Paternal, y conoció a Flora, la hija menor de Lejzor, y a su esposo José. Allí también conoció a sus otros sobrinos bisnietos: Luis Eduardo, quien fue el gran compañero de su estadía en Argentina y a su pequeña hermana Silvia.
Un tiempo después, pudo regresar a Estados Unidos sintiéndose completo. “La familia había sido unida nuevamente” a través de la firme determinación de Myron.
Durante años mantuvo un intercambio de cartas con Luis Eduardo, y también mediante estas dió indicaciones a su sobrino Herbert y su esposa Miriam, para que puedan contactarse con sus primos de Argentina.
El tiempo transcurrió como las corrientes del mar, por momentos trayendo sus tesoros a la orilla. y en otros arrastrándolos hacia sus profundidades, a fin de reservarlos para su tiempo oportuno.
Así fue como el mar se llevó las cartas de Myron, y apagó la comunicación entre la familia de Estados Unidos y Argentina.
La historia volvió a repetirse como en 1921: los descendientes de Max, Isaac e Isadore en Estados Unidos por un lado, y los de Leibe por el otro, perdidos nuevamente en Argentina. Pero esta vez, ya no estaría Myron para conectarlos.
Él era un ciudadano del mundo, pero su corazón siempre estuvo en Israel. Cumpliendo uno de sus deseos, el tío Myron murió en Jerusalem con noventa y ocho años de edad.
Durante muchos años Rosa, Susan, Steven, Mickey, entre otros desciendientes de los hermanos de Myron, intentaron localizar a sus primos en Argentina, sin poder lograrlo.
Pasaba el tiempo y ya todo parecía perdido, la resignación se avizoraba en el horizonte; no obstante, luego de una larga búsqueda, Stepanhie encontró en Google un cuento escrito sobre Lejzor Kadyszewicz. El autor era un bisnieto, que a modo de homenaje escribió la historia ¡Este fue un verdadero milagro!
En esta oportunidad, la corriente del mar trajo a la orilla un tesoro en forma de cuento, con muchas respuestas buscadas por años; abriendo, además, la posibilidad de hallar a los familiares perdidos en el hemisferio sur.
Así fue como Stephanie fue el vínculo que pudo hallar al autor del cuento y restablecer el contacto. Esto logrado, después de largas décadas, entre la familia de Norteamérica y la de Sudamérica y la maravilla de las redes sociales y la comunicación por Whatsapp lo hicieron posible, hasta que por fin lograron reunirse mediante Zoom.
La joven Amalyah ofició de traductora, y lograron disfrutar de un magnifico tiempo de encuentro mediatizado familiar.
El sueño del tío Myron hecho realidad: los primos pudieron reunirse en un encuentro cálido y ameno, colmado de emociones, anécdotas y muchas risas; la distancia y el idioma ya no eran una barrera.
Los descendientes de Iosef Kadyszewicz y Chava Chernitsky volvieron a estar todos reunidos luego de más de cien años, en una sala virtual.
Ya no fue Myron quien los unió por medio suyo, sino que ahora lo habían hecho ellos mismos. Su misión en la vida se cumplió post mortem.
Si el tío viviera hoy, tendría la edad de ciento veinte años.
Tal como dice en la Torá: “…vivirá el hombre 120 años…”. Myron no vivió para verlo, pero su legado se cumplió justo a tiempo, a los ciento veinte, para que su gran anhelo sea una realidad.
Seguramente estuvo presente en la reunión por Zoom, desde algún lugar, y más de uno habrá imaginado que aparecería de sorpresa, como tenía por costumbre, sin previo aviso, solicitando ingresar a la sala.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración: Sabrina Fauez
Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.
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