¿Sos o no sos judío?
León Meriwinsky nació el 16 de Junio de 1955.
Sí, el mismo día en que parte de las fuerzas armadas de la Argentina, con la marina de guerra a la cabeza, se insubordinó y sus aviones bombardearon y ametrallaron la Casa Rosada, la Plaza de Mayo, oficinas públicas y la CGT.
Los militares rebeldes, con apoyo de civiles, tuvieron por finalidad asesinar al Presidente Juan Domingo Perón, sus ministros y dirigentes afines; con el objetivo de instaurar un gobierno de facto.
Sus padres Mariette y Jacobo vivían en el barrio de San Telmo, a pocas cuadras de Plaza de Mayo. Ese mediodía escucharon el sonido de los aviones de combate sobrevolar su casa y subieron a la terraza para intentar comprender de qué se trataba esa rara escena.
Jacobo subió corriendo, pero Mariette lo hizo de forma pausada, ya que transitaba su semana treinta y siete de embarazo.
En un primer momento supusieron que podría tratarse del desfile aéreo de exhibición programado para ese día, pero en cuestión de segundos se produjo la primera explosión su la casa tembló sobre manera. Los cuadros, los adornos, las fotos, la radio y todo lo que estaba en las paredes y en las mesas, cayó en cascada.
Una y otra vez se escucharon las detonaciones, ruidos de ametralladoras y los gritos desesperados de la gente tratando de escapar.
Resonaban de fondo las voces desgarradoras de los heridos y mutilados, que yacían en la Plaza y sus inmediaciones. El humo y el olor a sangre envolvió el ambiente, el aire estaba viciado y el temor a que una bomba cayera sobre su casa invadió a Mariette y Jacobo.
Esta situación los paralizó helándoles la sangre, y trasladándolos a su adolescencia en Europa donde habían padecido los bombardeos de los aviones de la Lufthwaffe alemana. Tal nerviosismo y stress provocó que Mariette rompiera bolsa y entrará en trabajo de parto. Habían establecido que el nacimiento tendría lugar en el Hospital Israelita, pero en medio del caos y las bombas no había manera de llegar hasta allí.
Así que, reaccionando ante la emergencia, Jacobo tomó coraje, y audazmente cargó a su esposa en la bicicleta y emprendieron viaje rumbo al Hospital Materno Infantil “Ramón Sardá”, ubicado en el barrio porteño Parque Patricios. Quizá el Hospital más cercano fuera de la zona de conflicto, razonó el hombre.
La joven encinta logró resistir el incómodo viaje, y en medio de una crisis de nervios, dolores e incertidumbre dio a luz minutos después de recostarse sobre la camilla.
Fueron las 17:37 horas de aquel trágico jueves, que paradójicamente se convirtió en el día más feliz para los noveles padres.
Cuando el obstetra y las parteras preguntaron por el nombre del niño, impulsivamente, Mariette respondió con orgullo y entusiasmo:
– “Se llama León, como Leon Blum el primer judío en ser elegido Primer Ministro de Francia, mi país. Él tuvo políticas parecidas a Perón, generó reformas que favorecieron a los trabajadores, con vacaciones pagas y mejoras en las condiciones de trabajo…”.
- “Uff… Judíos y socialistas, nada nuevo ha llegado hasta las orillas del Río de la Plata… Pensé que al chaval lo llamarían Franco” dijo socarronamente el doctor, con un pronunciado acento español, dejando entrever su ideología, mientras se retiraba de la habitación.
Mariette y Jacobo contuvieron la ira, ayudándose el uno al otro a reflexionar, con los hechos pasados como fieles testigos, de que nada bueno les sucedería, si intentaban defenderse, y buscar justicia ante el agravio moral de un médico.
Pero ese hecho los marcó, y a partir de allí decidieron que educarían a sus hijos sin ningún tipo de apego al judaísmo, para así protegerlos del antisemitismo que claramente estaba muy presente en Sudámerica. Anhelaban que sus niños crecieran asimilados a la sociedad argentina, para que no sufrieran las mismas persecuciones que ellos habían experimentado, con tanto dolor, en el viejo continente.
Con el correr de los años, el pequeño León fue creciendo y adoptando, por una parte, los ideales del socialismo de sus padres, y por otra, el peronismo que fue incorporando por sí mismo.
Sus amigos de la vida y del secundario lo apodaron “el ruso”. Ese hecho lo irritaba bastante, porque él se identificaba asimismo como: argentino, ateo y peronista. Nunca renegó de ser judío, sino que sencillamente, no había tenido identificación alguna como tal.
Cuando los profesores le preguntaban por el origen de su apellido, León les respondía con evasivas tales como: “Mis padres son judíos, pero no practican la religión” o, en los casos en que su origen podía ponerlo en problemas, se limitaba a decir: “Mi apellido es polaco y en mi familia somos ateos”.
En la adolescencia, durante los recesos escolares de verano, solía trabajar en un puesto de diarios cercano a su casa. Ese empleo de temporada le permitía tener dinero para sus gastos personales durante todo el año. Tal como se acostumbraba en esa época, le entregaba la mitad de su salario a su madre para colaborar con el hogar. Desde su niñez, León siempre tuvo un sentimiento de tristeza agazapada, un “no sé qué”, que lo siguió en su crecimiento, desde que tenía uso de razón.
Cierto día, su jefe lo notó distraído y le preguntó:
- ¿Qué te pasa pibe? Por más que pongas una sonrisa, tus ojos dicen lo contrario.
- Estoy bien, no se preocupe -Le respondió sorprendido y dubitativo-
- Cuando estoy bajoneado, me pongo a leer la Biblia y se me pasa. Lee el Antiguo Testamento, es la parte en común que tenemos judíos y cristianos. -Le replicó el jefe mientras le ponía una Biblia en las manos-
Un sin fin de pensamientos le vinieron a la mente: ¿Éste me querrá evangelizar? ¿Acaso me echará, por judío y ateo, si le rechazo la Biblia?
Sin embargo, terminó entendiendo que las intenciones de Don Carlos, eran buenas y que sólo buscaba ayudarlo. Así fue que, por primera vez, hojeó las Escrituras.
Llegó el 20 de junio de 1973, día en que León cumpliría uno de sus grandes sueños, pues regresaba definitivamente al país el General Perón tras 18 años de exilio, y podría verlo en persona por primera vez en su vida. Pero la fiesta de bienvenida no fue lo que él esperaba, ni lo que había imaginado. El viejo líder ni siquiera aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, en cuyas inmediaciones lo aguardaban más de dos millones de personas, para vivir una gran fiesta. El vuelo que lo traía desde España terminó aterrizando en el aeropuerto de Morón, cuando se supo que podrían producirse desmanes, poniendo en riesgo la vida de Perón.
León había ido con algunos amigos del barrio que militaban en la Organización Montoneros.
Nunca había visto tantas armas de cerca, ni tampoco entendía por qué tantos extranjeros habían ido a ver a Perón ¡y para colmo todos estaban armados! Algo le olía mal.
En un momento pudieron observarse disparos que provenían del palco, y a partir de allí se desbordó la situación: Volaban tiros para todos lados, francotiradores descargaban desde los árboles, y otras tantas detonaciones que provenían del Hogar Escuela. Peronistas atacaban a peronistas, la derecha contra la izquierda, y viceversa. En tanto, los millones inocentes del centro, que fueron a disfrutar una celebración histórica, se encontraron en medio de la sanguinaria balacera.
León corrió hacia donde pudo, y en medio del caos, comenzó a mirar al cielo, y despojándose de todo orgullo, pidió socorro al Todopoderoso. Como si fuera una señal, recordó aquella vez en que, de pura casualidad, y en medio de una circunstancia familiar crítica, encontró a su padre recitando el Shemá Israel, en forma secreta. Con las palabras que se acordaba comenzó a recitarlo él también, y mientras lo hacía se le plegó una joven, que en la misma situación de desesperación, lo pronunciaba a la perfección. Cuando la miró se dijo asimismo: “¡Dios existe!”
Luego, ambos corrieron y se perdieron entre la multitud.
Días después de aquel hecho traumático, León reflexionó, y en introspección se dio cuenta que al reconectarse con la Torá, esa tristeza que lo había aplacado toda la vida, se había esfumado. Silenciosamente lo había invadido cierta paz que no podía explicar. Sin embargo, en lo que no lograba dejar de pensar, era en esa chica misteriosa.
Varios meses después se recibió de técnico químico en el colegio “Otto Krause”.
León terminó el secundario con honores, y eso le abrió la posibilidad de ingresar de inmediato a trabajar en un prestigioso laboratorio. Por aquel tiempo intentó averiguar sobre ella por medio de sus amigos que militaban en montoneros, pero era muy difícil encontrarla, dado que, en muchos casos, se identificaban con alias o nombres de guerra, y muy poco se sabía acerca de la real identidad de sus integrantes. Era prácticamente imposible.
No tuvo mejor idea que participar de actos de la Organización para intentar reencontrarla. Aunque si eso llegaba a pasar, tampoco le aseguraría nada, pues la joven podría, muy probablemente, estar en pareja o siquiera recordarlo.
Dentro de la Organización Montoneros, supieron que era técnico químico, y le encargaron que preparara bombas molotov. León no pudo negarse. De haberlo hecho, hubiera sido declarado desertor y traidor. Sin embargo, asumiendo un gran riesgo, elaboró las bombas caseras, intencionalmente, para que nunca explotasen, ni lastimasen a nadie.
Esa situación lo puso en un aprieto moral. Él estaba en contra de la lucha armada como metodología para llegar al poder y establecer el socialismos como gobierno. Y, si bien compartía con Montoneros los ideales socialistas, el distanciamiento con Perón era cada vez más notorio.
El ambiente estaba muy caldeado en Argentina. Los atentados se sucedieron por doquier y la ruptura definitiva entre Montoneros y Perón era cuestión de tiempo. El desenlace se produjo el 1° de Mayo de 1974, fecha en que se celebraba el Día del Trabajo, se conmemoraba, “la Unidad Nacional”, y se coronaba a la Reina del Trabajo, con la participación de todos los sindicatos.
Esperanzado de poder, por fin, vivir una fiesta de unidad nacional, León fue a la plaza. Durante el acto se mantuvo cabizbajo, callado e indignado ante los gritos contra el Presidente.
Mientras la muchedumbre que lo rodeaba cantaba: “Que pasa, que pasa General, está lleno de gorilas el gobierno popular”, sus oídos captaron una suave, tierna y dulce voz detrás suyo, que aunque entonaba las mismas estrofas, se destacaba en medio de toda esa masa enardecida y desafiante. Inmediatamente se dio vuelta, y con sorpresa contempló a la misteriosa chica judía que había estado buscando. León sintió que era su momento, pero no supo cómo encararla. Se quedó en blanco. Intimidado por su belleza, perfectamente combinada con coraje.
Se acercó tímidamente, e inocentemente le dijo: “Shalom ¿te acordás de mí?”.
Para su decepción, no obtuvo la repuesta esperada: fue ignorado y hasta recibió, por lo bajo, un puntapié de aquella dama delicada y aguerrida.
Sin querer había cometido un error de principiante, la expuso como judía delante de sus compañeros, y evidentemente, ella –como él- ocultaba su origen.
La culpa le duro poco, pues los Montoneros y organizaciones afines comenzaron a retirarse del lugar masivamente, al escuchar los agravios del propio Perón. Mientras era empujado por la multitud, la joven lo tomó del brazo, para esta vez no perderlo entre el montón, y juntos salieron de aquel lugar. La caminata fue interminable y allí pudieron conocerse. Su nombre era Laura y vivía en el barrio de Villa Devoto. Al igual que él, estaba desencantada con Montoneros, sentía que la cosa se había puesto pesada y deseaba abrirse.
En esa larga conversación Laura se quiso sacar la duda que la inquietaba respecto de León:
– ¿Sos o nos sos judío?
– Digamos que sí… mis papás lo son, pero yo no practico la religión. – trató de sincerarse León- evidenciando su crisis identitaria.
– ¿Qué tiene que ver la religión? El judaísmo es mucho más profundo que una fe religiosa ¿Podés tapar el sol con las manos? Obviamente que no. Entonces nunca vas a poder escindir, ni ocultar tu identidad como judío. Laura lo alentó a reflexionar de una forma muy práctica.
– No me resulta fácil. En mi casa, casi nunca hablamos del tema. Igual tenés razón… las pocas veces que me reconecté con el judaismo me sentí en paz. -manifestó el joven, pensativo.
– Cuando puedas decir abiertamente “soy judío” te vas a sentir en paz con vos mismo, y con el alma aliviada, concluyó Laura, ante la mira estremecida de León.
Luego de un pronunciado silencio, dejando de lado las formalidades y los prejuicios, León la sorprendió con un beso y se fundieron en un abrazo de amor infinito.
León siempre recordaba esa cruda pregunta, sobre si era, o no judío. Entendió con el tiempo que quizá ella necesitaba la respuesta afirmativa para poder abrir su corazón, y permitirse enamorarse de él…
La Organización Montoneros pasó a la clandestinidad desamparando a muchos de sus militantes y exponiéndolos, sobre todo, a la persecución de la triple A (Alianza Argentina Anticomunista), y luego a la Dictadura Militar. Laura y León siguieron sus vidas de forma normal, no habiendo pasado a la clandestinidad. Este hecho los favoreció por un lado, porque pudieron despegarse de Montoneros, aunque por el otro, atravesaron muchos malos momentos, con varias detenciones, y torturas en pos de sacarles información, que no manejaban. Desde la “Orga” –como le llamaban- los amenazaban con un juicio revolucionario, sabiendo que habían sido detenidos, si llegaban a “cantar” y delatarlos.
La vida de ambos corría peligro. Era cuestión de tiempo para que volvieran a detenerlos. Sobre todo después del discurso del General Videla, Presidente de facto, quien en marzo de 1977, manifestó, entre otras cosas: “ La Argentina es un país occidental y cristiano..(..) y el terrorista no sólo es considerado tal por matar con un arma o colocar una bomba, sino también por activar a través de ideas contrarias a nuestra civilización”.
¡El discurso de Videla los llevó a tomar la decisión de exiliarse en Israel!
La Argentina ya no era un lugar seguro para ellos, estaban marcados por haber participado, en un pasado cercano en Montoneros, amenazados por sus ex compañeros de militancia, y como si fuera poco la Dictadura tipificaba como subversivo a todo aquello que no fuera “occidental y cristiano”, dejando entrever su antisemitismo.
Para ese entonces, León ya no ocultaba su identidad, sino más bien la lucía con orgullo, y hasta frecuentaba la comunidad de su barrio para aprender Torá.
¿Acaso manifestar ideas judías y sionistas, era ser un terrorista subversivo?
Los jóvenes lograron, finalmente, emigrar y al poco tiempo se casaron en Tel Aviv, donde viven hasta el día de hoy.
Con mucho dolor observan a la Argentina desde la distancia, viendo un país que sigue inmerso en las disputas de los años setenta, discutiendo las mismas ideas, y fomentando las mismas divisiones.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración: Sabrina Fauez
Historia ficcionada basada en hechos históricos reales.
Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.
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