Economía y salud son un matrimonio indisoluble
El miedo es una emoción casi incontrolable que paraliza y bloquea nuestra capacidad de pensar. Se produce un reflejo de autodefensa individual y colectivo, donde actuamos como autómatas desconectados de la razón. Somos instinto puro, ese que despierta nuestra condición animal ante el miedo inminente o fantaseado de la muerte.
La condición humana cobra su verdadera dimensión cuando logra a través de la razón superar lo que nos asemeja al resto de las especies animales. Es ahí donde la razón y la lógica deben hacer la diferencia, esa que nos permita analizar, comparar, aprender, reaprender, modificar y guiar planes de acción que sean sometidos a permanentes cuestionamientos y ajustes de acuerdo a los datos empíricos que nos presente la realidad.
Si algo caracteriza a nuestro tiempo de copy paste es la superficialidad y falta de pensamiento crítico y propio. Repetimos y compramos slogans sin un mínimo esfuerzo de pensar y profundizar. Un ganado fácil manipular.
Hace cinco meses nuestra especie interconectada como nunca, ingresó en la siempre temida, presente y desconocida Apocalipsis. Un virus invisible, como en las películas de ciencia ficción, arrasaría con nuestra supervivencia. Los medios de comunicación al estilo de Orson Welles propagaron la noticia por doquier y sin pausa. La transformaron en una verdad irrefutable. Trabajamos poco, chequeamos menos y hemos tenido pánico de cuestionar al establishment científico y político. “Cuidado con ser provocadores de la desobediencia civil y que ella nos haga responsables de las muertes”. Ser periodista y tener miedo a cuestionar y pensar, es una contradicción imperdonable.
La Organización Mundial de la salud, un grupo de burócratas bien pagos, anunciaron ante este virus desconocido que entre el 1 y 2% de la población moriría por esta pandemia, es decir, entre 70 y 140 millones de personas. A cinco meses algo hemos aprendido.
1. La contagiosidad de este virus es muy alta.
2. El segmento poblacional en riesgo de muerte es el de mayores de 65 años y personas con patologías preexistentes. Es decir, como en la mayoría de las enfermedades virales u otras.
3. El distanciamiento social y las prevenciones higiénicas son el único antídoto hasta la aparición de una vacuna.
4. El plasma de pacientes curados colabora en la recuperación de infectados.
5. La mayor parte de los que se infectan se recuperan e incluso no requieren de internaciones ni atenciones mayores.
6. El virus continuará presente e incluso se pueden dar rebrotes en poblaciones que habían bajado su nivel de contagio.
7. Los sistemas hospitalarios a nivel mundial dejan mucho que desear en su capacidad de contener y asistir emergencias sanitarias como ésta.
8. La mortandad del virus no resulta mucho mayor que la de otras enfermedades virales.
9. Hasta ahora medio millón de personas han perdido la vida, es decir el 0, 007 de la población mundial, menos que en tantísimos conflictos bélicos (por ejemplo la guerra en Siria) relativamente menores que hemos sabido conseguir, muertes por tabaquismo, polución, cáncer, infartos y /o tránsito, entre tantas otros.
10. Anualmente mueren en el mundo un millón y medio de niños por hambruna, claro como no es una enfermedad contagiosa la OMS no declara una pandemia ni los ricos y poderosos declaran una cuarentena.
Hasta aquí algunos datos necesarios.
Digamos algo imprescindible antes de continuar para no ser tildados de irresponsables. Una enfermedad siempre debe ser atendida y nunca es una buena noticia. La pregunta es cómo lograr que el tratamiento traiga el menor dolor y costo colateral posible.
En este sentido quiero evocar a Maimónides, ese enorme filósofo y destacado médico judío medieval que planteaba que el camino de oro, siempre está en el punto medio, el del equilibrio.
La cuarentena no es una receta nueva en la historia de la humanidad para enfrentar pestes y pandemias.Pero no puede ni debe ser la única receta. Lo que resulta llamativo, es que habiendo transcurrido tanto tiempo desde el inicio de la enfermedad, no analicemos los datos crudos y veamos cómo hacer para que el remedio no sea peor que la enfermedad. El mismo camino que debe recorrer la vacuna para no dañarnos deberíamos aplicarlo en otros campos.
Ya sabemos a quienes debemos prioritariamente cuidar. Sabemos que el distanciamiento social y las normas higiénicas colaboran en disminuir la contagiosidad y que debemos evitar especialmente los espacios compartidos cerrados y masivos hasta que tengamos la esperada y mesiánica vacuna.
Deberíamos estudiar lo acontecido en algunos de los países del viejo continente que fueron los primeros en ser golpeados y sufrieron los enormes costos de no reactivar rápidamente el comercio y la producción. Incluso ahí con mucha más capacidad de recursos y solidez estructural y productiva los daños y muertes por razones colaterales serán mucho mayores que por el Coronavirus.
En toda guerra indefectiblemente hay víctimas y se debe intentar minimizar las mismas. El cierre compulsivo del comercio y producción lleva a millones de ciudadanos a una segura muerte en vida. Las quiebras de decenas de miles de empresas llevarán más tarde o temprano a una crisis sanitaria y social mayúscula que no puede estar ausente del análisis de los hechos y abordaje de la crisis.
En este torneo no hay ganadores, todos somos y seremos perdedores. No hay lugar para festejar nada. Solo la mediocridad puede hacer que el muerto se ría del degollado queriendo mostrar su absurda y supuesta sabiduría.
Latinoamérica tiene problemáticas propias que la diferencian del mundo desarrollado, es el continente con mayor desigualdad económica y las grandes masas no tienen espaldas para afrontar un tratamiento que requiere de tiempo y dinero. Los estados tampoco cuentan con la posibilidad de brindar una asistencia social digna que pueda sostenerse en el tiempo sin producir un descalabro que llevará décadas revertir. No se puede aplicar la misma vacuna a pacientes con patologías absolutamente distintas. Lo que sirve en China, India, Rusia, Israel, España, Italia, Alemania, Hungría, Suecia, no es lo mismo que pueda servir en Chile, Venezuela, Brasil, Estados Unidos o la Argentina. Las dosis son beneficiosas y toleradas por los cuerpos sociales de acuerdo a sus estructuras previas y la capacidad real de sostener la salud “del paciente”.
El pensamiento mágico, la negación de la realidad y esperar como explicó Einstein que haciendo lo mismo el resultado sea distinto, es una conducta infantil y suicida.
Economía y salud son un matrimonio indisoluble. Si la economía no se sostiene, no hay cuerpo ni salud que aguanten. La pobreza solo trae más muertos, es cosa de simplemente mirar alrededor. La cuarentena es un remedio para ricos. Los pobres se mueren diariamente de otros virus más urgentes y la clase media luego de 100 días está siendo guiada a sumarse a ellos.
No hay empresa o trabajador independiente que puedan estar de vacaciones forzadas 4 meses y no morir en el intento. Salvaremos algunos miles de morir de coronavirus y condenaremos a millones a morir por falta de futuro.
Miguel Steuermann
Director de Radio Jai 96.3
www.radiojai.com
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