La revancha de Don Alter
Tal como lo describe su nombre, Don Alter es un “viejo” de 93 años, pero con un espíritu joven y el deseo de formar nuevamente pareja. Eso sí, con cama afuera, porque según sus palabras: “el casamiento ya no se usa”.
Nació en 1927 en Kiev, en la Ucrania Soviética. Su llegada al mundo puso en vilo a sus padres Moshe y Bluma: lo hizo con el cordón umbilical enredado en su cuello y asfixiándolo.
El color de su piel era azul, y no respiraba.
Intentaron reanimarlo durante horas, pero no reaccionaba. Lo habían dado por muerto.
Sin embargo, su madre, en medio de una crisis de nervios, le arrebato el niño a la partera y lo puso en su pecho. En ese instante recordó una vieja tradición, y empezó a llamar al niño “Alter,” que en idish significa “viejo”.
Esta tradición refería a que cuando un niño nacía enfermo, se lo llamaba viejo, para confundir al ángel de la muerte, a fin de que buscará otra víctima. Y también como una bendición para que el niño pueda llegar a viejo.
Las lágrimas de Bluma goteaban sobre la frente del bebé, que se encontraba recostado sobre su pecho. Luego de varios minutos se quedó sin lágrimas, ni palabras. Sólo movía los labios.
De repente, el niño comenzó a despertar, su manito tocaba el labio inferior de su madre sin que ésta lo notara.
A la distancia, su padre observaba el milagro y daba gracias al Creador. Y mientras se secaba los ojos, corrió a toda prisa a abrazar a su esposa y al niño. El ángel de la muerte había sido ahuyentado y la felicidad volvió a su familia.
La cuarentena se ha vuelto monótona y aburrida para Alter, ya que en tiempos normales solía tener una vida social y familiar activa. Esto le ha generado que muchos de los recuerdos de su larga vida retornen a su presente.
Entre ellos volvió a su memoria, y a su corazón el recuerdo de Fruma, su antiguo amor en Rusia.
Se habían conocido en Moscú, en el año 1946. Ella era una ferviente comunista e integraba el Comité Judío Antifascista. Era tres años mayor que él, pero eso no impidió que se enamoraran perdidamente.
Tras un año de novios, Alter le propuso casamiento, pero ella no quiso. Le dijo que aún no era momento. No podía pensar en formar una familia, cuando el “Partido” la necesitaba más que nunca.
Ella lo amaba, pero no podía estar con él… a los ojos de sus camaradas era un pequeño burgués, y además, sionista… Entonces, no pudiendo aguantar más las presiones de su partido, y ponderando la ideología por sobre el amor, terminó la relación con Alter.
Para él, fue un golpe devastador, lo tomó por sorpresa. Nunca creyó que por cuestiones ideológicas y políticas, su novia lo dejaría.
La ruptura del noviazgo le sirvió para darse cuenta que en Moscú su vida tendría un límite emocional y político, ya que no podría progresar en el amor, ni en la vida más allá de lo que el Partido gobernante dispusiese. Con el corazón roto y el deseo de comenzar una nueva etapa, partió rumbo a la Argentina, donde lo aguardaban sus tíos paternos.
Sin embargo, a más de diez mil kilómetros de distancia, no podía olvidar a su amada, y le escribió cartas durante años. Pese a que no le gustaba, las escribió en ruso, porque ella se negaba a hablar y leer en idish, ya que repetía hasta el cansancio que el idioma de su patria era el ruso. Nunca recibió respuesta alguna.
Recién para mediados de la década del cincuenta, le llegó una carta desde Moscú. Era de Mendel, el hermano de Fruma: en la misiva le contaba que se su hermana había muerto en un accidente a finales de 1950. Además, que ella había conservado las cartas, fotos y regalos que él le había enviado.
Por largos días se sintió abrumado en su mente con imágenes, sonidos y sensaciones de su amorío juvenil. Eso lo llevo a desenterrar del jardín de su casa, un viejo cofre con los recuerdos que había conservado de ella. Lo había enterrado seis décadas atrás, para intentar olvidarla y cerrar para siempre esa herida en su corazón. Pero, en realidad, la herida del corazón volvió a abrirse y afloró el cargo de conciencia que lo persiguió por años, pensando que si hubiera peleado por su amor, tal vez ella no hubiera muerto.
Por su edad y al encontrarse dentro del grupo de riesgo, Alter cumple una cuarentena casi estricta. Sólo rompe el aislamiento, una vez al mes, para ir al banco a cobrar su jubilación. Lo hace de esta forma porque así lo desea, pues podría hacerlo a través de apoderado, o por cualquier cajero automático cercano. Tampoco quiere que lo acompañen. Tal capricho le ha costado más de un enojo con sus hijos y nietos. Su familia, sabiendo que no puede hacer nada para torcer su decisión, decidió que Mariana, su nieta menor, lo siguiera a distancia sin que lo note, para poder asistirlo ante cualquier emergencia.
Desde hace un tiempo, Alter se sintió atraído por una chica, algunos años menor que él. La conoció haciendo la fila en la puerta del banco, mientras esperaban que abriera. Ese día, se largó una lluvia torrencial y Alter enternecido con esa dama desconocida, la cubrió con su paraguas. La dama, de nombre Mabel, agradeció su gesto de caballerosidad. Entre risas y piropos, se retiró aquel día con renovadas sensaciones juveniles, las que ya creía haber olvidado.
En los meses siguientes, los encuentros volvieron a producirse, incluso durante la pandemia. Como dos jóvenes enamorados que no conocen de límites, desafían al coronavirus y se encuentran mes a mes en el banco con el pretexto de cobrar la jubilación. Sin embargo, los miedos a perder a un ser amado, le ponen un freno de temor a su incipiente amor y así se conforman con disfrutar de una ilusión y la expectativa de un próximo encuentro. Ni siquiera intercambiaron sus números de teléfono, para que cada cita sea casual, espontánea y única.
El día anterior a encontrarse con Mabel, Alter siempre se prepara planchando su camisa lisa de color blanco, su pantalón de vestir beige y su sweater azul. Además, deja listos los tiradores y su boina con orejeras, igual a la que usaba en Rusia.
Antes de acostarse, se afeita prolijamente, dejando reluciente su bigote. Y en la mesita de luz, deja su perfume de fragancia blue. Por último, se mira al espejo, se contempla, sonríe, y con la sensación de ser un “bon vivant”, se acuesta e imagina como será el reencuentro.
Alter fue hasta al banco caminando, sin utilizar su bastón para lucir más joven. De camino, pasó a retirar, modalidad take away, un ramo de rosas para sorprender a su amada.
Tenía una mezcla de ansiedad e incertidumbre por llegar cuanto antes, y que su chica este ahí, esperándolo. Su corazón palpitaba y sus manos transpiraban, los minutos previos eran interminables al igual que la cola del banco. Al lograr divisarla, un sudor frío recorrió su espalda y una sensación de dolor y traición lo invadieron al verla hablando con otro hombre. Sin embargo, esos celos se disiparon rápidamente. Se dio cuenta que Mabel se encontraba discutiendo con todos a su alrededor sobre política y las opiniones críticas de diversos periodistas contra el gobierno nacional.
Alter se acercó e intentó calmar las aguas, diciéndoles:
_ Es importante que los periodistas se puedan expresar libremente, ya vivimos mucho tiempo de censura. Mientras las opiniones sean con respeto, no debería haber ningún problema…
No seas un viejo tibio, acá están atacando al gobierno. Como dijo Alberto… hay que terminar con los odiadores seriales…. Tienen que dejar al presidente gobernar como quiera… – le respondió Mabel en forma efusiva-
Y sí… soy viejo.. me llamó así… las ideologías no hacen más que dividir… es imposible unir a todos detrás de un pensamiento único. Pero, si es posible unir a todos detrás de un proyecto común. Como hizo España en 1977, en Los Pactos de la Moncloa. Todos se unieron en un acuerdo político, económico y social, dejando de lado sus ideologías y priorizando el bienestar de la nación… Si se quiere, se puede…
Mire usted… resultó medio gorilón… Sin un gobierno nacional y popular es imposible salir adelante… – sentenció Mabel-
Mariana que se encontraba siguiendo a su abuelo a la distancia, interrumpió la discusión, y se arrimó inmediatamente a él, simulando un encuentro casual.
Rápido de reflejos, le pidió a su nieta que le fuera a comprar unos medicamentos, para recuperar su libertad y tratar de recomponer la relación con su enamorada.
En ese instante recordó a Fruma, y las discusiones políticas que habían tenido durante su noviazgo. Y se preguntó asimismo: ¿De qué habían servido? ¿Pudieron cambiar el mundo? Nuevamente lo azotó la culpa y el recuerdo de no haber hecho nada, cuando lo dejó.
Alter se sacudió de los fantasmas del pasado, y se decidió a tener una revancha, una segunda oportunidad.
No podía permitir que le pase lo mismo que setenta años atrás: perder un amor por pensar distinto y rendirse sin pelear.
Tomó coraje, se ajustó la dentadura superior y mientras Mabel seguía parloteando, le dio un beso sorpresivo; y se fundieron en un largo y tierno abrazo de amor.
Mariana había regresado con los medicamentos para su abuelo. Incrédula de lo que estaba viendo, transmitía la escena a través de un vivo de Instagram y relataba lo que sucedía: – amigos de Instagram no me van a poder creer… hace diez minutos mi abuelo estaba en la fila del banco, peleándose con una señora por política… y ahora se están besando…. es una locura… esto es un flash… en fin… les presento a mi nueva abuelastra…
Historia ficcionada basada en hechos históricos reales.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración Sabrina Fauez
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