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El Justiciero Landzberg

Gustavo Landzberg, era una de las grandes promesas futbolísticas de la categoría 2001 de su club, y hasta se rumoreaba que lo iban a citar para la Selección Argentina Sub 20.

Era un lateral izquierdo, veloz, férreo en la marca, con buen manejo de pelota y una excelente proyección en ataque. Aquellos que lo vieron jugar, se animaban a decir que podría ser el nuevo “Juampi Sorín”.
Cuando estaba en quinta división y había sido convocado para entrenar con la reserva, el sueño del pibe quedó trunco por una gran injusticia.

El técnico de su categoría, a sabiendas que su padre era un próspero comerciante en el barrio de Once, le pidió plata para “ayudar” a que su hijo pueda jugar de titular en la reserva. Gastón, su padre, se negó a pagar el soborno. Y fiel a sus convicciones, denunció el hecho ante el Presidente y la Comisión Directiva de la Institución. La respuesta no fue la esperada, ya que le exigieron que su comercio sea sponsor del Club a cambio de asegurarle que su hijo llegaría a la primera división. Además debía acceder a que al joven lo representara un “agente” de futbolistas, amigo de la dirigencia.

Las consecuencias para Gustavo fueron las peores: le prohibieron volver a entrenar junto a sus compañeros y el club se negó a darle el pase libre para que pudiera ir a otro equipo. La desilusión caló en lo más profundo de su ser, y lo llevó a tomar la drástica decisión de dejar de jugar.

Los primeros meses no fueron fáciles, su vida era el fútbol. Los días de semana iba a entrenar, los sábados jugaba el partido y los domingos iba a la cancha a ver a la primera.

De repente, se quedó sin lo que más amaba, sin objetivos, y pasó a ser uno más del montón. Para colmo, empezó a engordar y ni siquiera tenía ropa para ponerse.

Del mundo del fútbol, los que en el pasado lo halagaban y estaban pendientes de él, no lo llamaron nunca más. Lo expulsaron de su sistema, y lo abandonaron en la oscuridad del ostracismo.
Desde que dejó de jugar, se redujo considerablemente su cantidad de seguidores en Instagram y Facebook.
Sus días eran monótonos y eternos, a duras penas pudo terminar el secundario, rindiendo como alumno libre y ya que no quería ir a la escuela. Ni cruzarse con ningún conocido, ni que le preguntaran por el fútbol, ni que lo vieran con unos kilos de más.

Sus padres estaban preocupados. A veces su hijo pasaba días sin bañarse, ni salir del hogar, pues estaba sumido en una depresión, la que se agudizó durante la cuarentena.
Intentaron convencerlo para que tenga una entrevista con un psicólogo, pero no quiso.

Sin embargo, comenzaron a notar que el chico leía un viejo Tanaj que le había regalado su abuelo.
Y a partir de allí, se dieron cuenta de algunos cambios: se bañaba más seguido, se afeitaba y hasta empezó a hacer algo de ejercicio en su habitación.

Un día se levantó más temprano de lo habitual y los sorprendió sumándose al almuerzo, tal como solía hacerlo cuando volvía de los entrenamientos. Les contó que luego de pensarlo mucho, mantenía su decisión de dejar el fútbol y pese a que le impidieron cumplir un sueño, tenía muchos otros por cumplir y por vivir. Además les habló sobre su experiencia de conectarse con la Torah y que también había leído la historia de Job. Y precisamente leyendo el sufrimiento padecido por Job, lo vivido por él, era nada en comparación. No podía permitirse que unos corruptos le arruinaran la vida.

Sus padres estaban contentos y aliviados, pues ya no tendrían que renegar con su depresión.
Al finalizar cada almuerzo, se turnaban un día cada uno, para intentar despertar a su hijo y que comiera.
No fue una tarea fácil, sino que más bien, fue dura, triste y desgastante.
Ahora volverían a disfrutar de cada mediodía. Podrían hacer la digestión y hasta tener una sobremesa, antes de retomar sus tareas laborales.

Eso sí, la sobremesa familiar en la actual era digital, ya no es lo que era antes. Ni bien el último comensal traga su último bocado, todos toman su teléfono celular y se reconectan con el mundo virtual. Ancianos, adultos, jóvenes y aún niños, han sucumbido ante la hiperconectividad y la necesidad permanente de estar actualizados y en contacto con terceros de forma virtual; perdiendo el interés y la atención por quienes tienen frente suyo.

Durante la sobremesa de los Landzberg, cada uno estaba con su teléfono celular, revisando las redes sociales y se etiquetaban unos a otros en fotos, sorteos y novedades. Pero, en un momento las notificaciones de Facebook, empezaron a llegarle por miles a los tres, pues Gastón había comentado una noticia en la página de un prestigioso diario, y los había etiquetado. Lo que nunca pensó fue que su comentario iba a generar cientos de mensajes de apoyo y otros tanto de repudio con insultos incluidos.

Daiana, le reprochó a su marido, diciéndole:
 No ganas nada, quejándote en las redes, te haces mala sangre y encima me suena el teléfono todo el tiempo con nuevas notificaciones. ¡Me sacan!

 ¿Qué querés haga? ¿Me quedo callado ante una injusticia? ¿Cómo puede ser que a Luis D´Elía, le otorgaron prisión domiciliaria por ser persona de riesgo, y se contagió del Covid en su casa? ¿Nadie del servicio penitenciario lo cuidó? ¿Si estaba en riesgo su salud, no hubiera sido lógico que sea trasladado a una institución médica con sus respectivos cuidados? Están haciendo todo al revés… – Le respondió enérgicamente el esposo-

 Hacé lo que quieras… solamente no me etiquetes nunca más…

 Y vos no me vuelvas a etiquetar en ningún sorteo de maquillajes, ni desayunos, ni nada…

Gustavo no lo podía creer, sus padres se peleaban entre sí, a causa de etiquetas y notificaciones en redes sociales. ¡Una locura!
Ante la absurda pelea, los interrumpió:
 ¿Ya está? ¿Terminaron? ¡Parecen dos nenes! Papá tiene razón en denunciar las injusticias, los profetas de Israel lo hacían en su tiempo, es bueno que se siga ese legado…

Al sentirse respaldado, Gastón no lo dejó terminar de hablar y retomó la discusión:

 ¡Te das cuenta, Daiana! Gustavito me dio la razón… Es imposible callar ante lo injusto. En estos últimos meses, ¿Cuántos presos soltaron y cuántos volvieron a delinquir? ¿Quién los controla? ¿Acaso cuándo termine la pandemia, volverán a prisión? ¿Por qué algunos presos tienen privilegio? La Justicia esta para proteger a los ciudadanos, no para ponerlos en peligro…

 ¡Basta! Me tenés cansada, no paras de hablar y justificarte. ¡No te soporto! – sentencio Daiana-
 ¡Paren de pelear! y déjenme terminar hablar… No se están escuchando… Pá, mamá no está en contra de tus planteos de justicia. Sólo quiere que no la etiquetes más en esos comentarios. Y vos má, no lo etiquetes más en sorteos y promociones. – Los hizo reflexionar el joven-
 Tenés razón hijo, estamos haciendo un papelón peleándonos por pavadas. Por mi parte, te pido perdón a vos y a tu papá. – Se sinceró Daiana-
 Con tu mamá, durante largos meses deseamos que pudieras superar la tristeza y en vez de disfrutar que lo lograste, lo echamos a perder por tercos y orgullosos. Me siento muy avergonzado. Les pido perdón a ambos – Reflexionó Gastón al borde de las lágrimas-
 La última vez que hablamos tanto en una sobremesa, habrá sido cuando tenía diez años… Me acuerdo que cuando sonaba el teléfono de línea, nunca atendíamos, y nos molestaba hasta su “ringtone”, porque nos interrumpía la charla. Hoy pareciera que cualquier llamado, mensaje, mail o notificación es más importante y urgente que un momento familiar. Podríamos intentar cambiar este mal hábito y disfrutar del tiempo en familia como antes…

Al día siguiente, Gustavo se despertó al rayar el alba, y se decidió a estudiar la carrera universitaria de Administración de Empresas; para poder contribuir en la administración de los negocios de su padre. Mientras buscaba universidad, y analizaba los programas educativos, su teléfono no paraba de sonar. Era de un número desconocido. Estaba harto que lo llamaran de diferentes compañías para ofrecerle un cambio de equipo, un mejor plan, o que se pase a otra empresa. En horas del mediodía, cuando a desgano miro nuevamente el celular, se encontró con un mensaje de audio de cinco minutos de alguien que no tenía agendado.

Lo invadió la curiosidad por develar de que se trataría el audio misterioso, pero cuando se dispuso a escucharlo, su madre lo llamo insistentemente para almorzar. La desesperación por escucharlo lo asedió y simulando una emergencia escatológica, se encerró en el baño. Tal como solía hacer, prendió la ducha, para que el ruido del agua tape los “otros ruidos”, ya que el baño estaba pegado al living.

Una vez cumplido el protocolo, puso play para escuchar el enigmático audio: “Hola Gustavo, soy Cacho Rosatti, el Coordinador de Fútbol Amateur del Club. El nuevo Presidente se enteró de la denuncia que había hecho tu papá y leyó los reclamos que dejó por escrito. Gracias a él, pudimos descubrir que tu ex técnico, Chiche Troquelli, le pedía plata a los padres de muchos chicos. El Presidente lo echó de la Institución. Y en nombre del Club te pedimos perdón por el maltrato que recibiste de la gestión anterior. Nos gustaría que te vuelvas a poner la camiseta número tres y te sumes a tus compañeros de la 2001. Por tu estado físico no te preocupes. Si estas gordito o no entrenaste en este tiempo, no hay problema. Están todos iguales y van a arrancar desde cero. Te esperamos, te necesitamos y te queremos de vuelta con nosotros. Espero tu respuesta. Un abrazo”

Mientras escuchaba el mensaje, la emoción se apoderaba del joven y el sueño de ser futbolista resucitaba. Por todo lo que había vivido, le brotaban lágrimas de rabia. Aunque rápidamente se desenmarañó de esos sentimientos, y se enfocó en la nueva oportunidad que se le daba para cumplir su sueño. En ese momento, también entendió la lucha de su padre, el justiciero Landzberg, como lo apodaban sus amigos, de luchar contra viento y marea, por lo que consideraba justo.

Historia ficcionada.

Por Ruben Budzvicky
Ilustración: Sabrina Fauez

Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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