En Legítima Defensa
Coco Glieberman es dueño de un pequeño laboratorio familiar. En tiempos de pandemia ha incrementado sus ventas, a tal punto que ha tenido que contratar empleados para poder cumplir con los pedidos de sus clientes, en especial, de alcohol en gel y lavandina.
En la vieja normalidad, a duras penas llegaba a pagar las cuentas.
En aquel tiempo, en el laboratorio trabajaba solamente su familia. Él ejercía por la mañana su rol de técnico químico, junto a su hijo Diego, y por la tarde ambos se subían a la vieja camioneta y distribuían los productos entre sus clientes.
Además, su esposa Frida, oficiaba de administrativa, y su hija Martina estaba a cargo de la parte legal.
Y como si fuera poco, su perro Hugo, un cocker de tres años, también trabajaba anunciando la llegada de los proveedores, ya que el timbre del hogar – laboratorio, no funcionaba desde hacía varios años.
Unos días antes de que el Presidente Alberto Fernández decretara la cuarentena, sus ventas aumentaron significativamente.
Pasaron de la idea de vender algunas de sus máquinas, a tener que contratar empleados de urgencia.
A partir de ese momento, la familia comenzó a trabajar incansablemente los siete días a la semana.
Sus primeras ganancias, tuvieron que ser invertidas en la compra de una camioneta más moderna, para incrementar la logística y distribución.
Sin embargo, la alegría les duró poco, ya que la adquisición de un nuevo vehículo, activó las alarmas de AFIP y a Coco empezaron a llegarle notificaciones para que se recategorice en el Monotributo y justifique sus ingresos.
El sentimiento de injusticia invadió a la familia Glieberman. Durante los últimos años padecieron la crisis económica en el país y tuvieron que vender su casa de vacaciones en Mar del Tuyu. Fue un duro golpe anímico para Coco, porque esa residencia de verano la habían construido junto a su abuelo y su padre. Sentía que los había defraudado.
A pesar de todo, pagaron sus impuestos todos los meses, y ahora que de forma fortuita empezaron a mejorar su economía, surge la presión del Estado que los apura nuevamente con más y más cargas tributarias, como si fueran grandes empresarios.
Con el transcurso de la cuarentena, la empresa familiar siguió creciendo y expandiendo sus horizontes por toda Argentina, a través de la venta online. Coco y Frida sintieron un gran alivio cuando lograron pagar todas sus deudas, en especial las interminables de tarjetas de crédito. Lloraban y reían de la emoción, se quitaron un gran peso y un tormento diario de vivir sólo para pagar deudas. Hasta volvieron a soñar como en la juventud y ahora proyectaban alquilar un local grande, para poder separar el hogar del trabajo, pues no tenían privacidad, sus empleados iban y venían por toda la casa. Tenían que compartir el baño con extraños y hasta la habitación matrimonial era utilizada como oficina. Además había cajas de productos e insumos por todas partes. Incluso la cucha de Hugo tuvo que ser trasladada, para ubicar las cajas alcohol en gel, listas para entregar.
Sucedió que un día, al mejor estilo de tiburones que perciben el olor de la sangre, los representantes del Gran Sindicato detectaron una incipiente pyme familiar en crecimiento, y no quisieron perderse la oportunidad de extender sus horizontes, y aumentar su recaudación mensual. Aunque los nuevos trabajadores del laboratorio ya estaban afiliados a su correspondiente gremio, los emisarios del Gran Sindicato, le exigieron a Coco que tenía que suscribir un convenio con ellos, porque consideraban que su actividad les pertenecía. Además le requirieron una determinada cantidad de alcohol en gel, lavandina, jabón líquido y diversos productos para “colaborar” con el Sindicato y “ayudar” a las familias de los compañeros más necesitados.
Mientras iba escuchando los pedidos que le hacían, comenzó a subirle la presión, de la bronca e indignación, ante tamaña extorsión. Logró juntar fuerzas de lo más profundo de su ser y los echó de su casa a los gritos -¡Fuera de acá, manga de delincuentes!
Uno de ellos de forma amenazante, se levantó sutilmente la remera, para hacerle ver que tenía un arma y que controlaba la situación. Y luego, le dio la orden a sus dos acompañantes que se llevaran las tres cajas que estaban en la puerta. Entre tanto, le hicieron saber que tenía veinticuatro horas para firmar el convenio, o iban a sufrir las consecuencias.
Una vez que se fueron, Coco no pudo mantenerse en pie y cayo desparramado sobre el umbral de la puerta de la casa. A duras penas logró sentarse, mientras una lluvia torrencial lo mojaba, sin que lo notará. Un sin fin de pensamientos le vinieron a su mente. En sus sesenta y tres años, jamás había vivido algo parecido en su vida de comerciante, ni siquiera con el rodrigazo de 1975, la hiperinflación de 1989, y la crisis del 2001. Se sintió vulnerado y desprotegido.
Se lamentaba por no haber emigrado a Israel, unos años atrás, cuando tuvieron la posibilidad concreta de hacerlo.
-¡Me quiero morir! Como me dormí… ¿Por qué no me la jugué? -gritaba Coco indignado-
Al escuchar esos gritos, dos de sus empleados lo entraron y asistieron en plena crisis de nervios. Él se rehusó a ir al hospital, temiendo que pudieran dañar a su familia en su ausencia.
A la semana siguiente, le llegaron, tres telegramas laborales de personas que no conocía reclamándole que los “ponga en blanco”, les pague salarios adeudados y les abone el salario que les correspondería según convenio colectivo de trabajo.
Mientras leía los telegramas, se descargaba con Diego: -“Estos mafiosos nos quieren fundir, ¿Cómo van a inventar que trabajaron acá? No tienen pruebas de nada. Los voy a denunciar”
Esa misma noche, la patota del Sindicato se presentó en su casa y bloqueó el garage, para evitar que las camionetas pudieran salir y distribuir los productos. También colgaron sobre la reja la bandera del Gran Sindicato.
Nuevamente, le advirtieron, utilizando un megáfono: -“¡Si no arreglas, no trabajas más y nos vamos a quedar con todo! ¡Con el Gran Sindicato no se jode!
La patota estaba compuesta de diez personas. Ninguno respetaba el distanciamiento social, no usaban tapabocas y seguramente ninguno tenía permiso para circular.
Los Glieberman se encontraban como rehenes en su casa, no podían salir. Frida llamó a la policía, pero cuando el patrullero se acercó hasta el lugar; los policías hablaron con el líder de la patota y en breves minutos se retiraron. Era todo tan grotesco que hasta hicieron un asado, mientras tomaban vino y fernet. Además, usaron como baño los árboles de la cuadra. Ya en horas de la madrugada, los muchachos pasados de copas, pusieron música, entonaron la marcha peronista, y disfrutaron como si el mundo se acabara esa misma noche. Ningún vecino podía dormir. Los llamados al 911 fueron infinitos, pero las fuerzas de seguridad brillaron por su ausencia.
Dos de los patoteros, en estado de ebriedad y aburrimiento, saltaron la reja e intentaron entrar a la vivienda rompiendo una persiana. Una vez que lo lograron fueron repelidos por Coco y su hijo, con gas pimienta. La desesperación de la familia fue muy grande. Frida estaba con ataques de pánico, y a su esposo le subió la presión. Por haber hecho lo correcto, estaban siendo hostigados por una mafia; y quienes debían cuidarlos, los abandonaron a su suerte.
En ese momento, Diego preparo aceite y agua hirviendo; emulando a los habitantes de Buenos Aires que en 1807, habían combatido a los invasores ingleses, arrojándoles eso mismo, desde los techos de las casas. Coco por su parte, había bajado del altillo, un viejo revólver Orbea, calibre 32, que su abuelo había comprado en la década del cuarenta; para defenderse de los nazis y nacionalistas antisemitas. El arma no funcionaba, ni siquiera tenía balas. Solo la quería usar para asustar a los delincuentes. Pero, Frida y Martina con gran sensatez, le pidieron por favor que la esconda, porque si lo llegaban a ver armado, le dispararían sin dudar.
Los matones heridos en su orgullo y en sus ojos por el gas pimienta, volvieron otra vez con la intención de ingresar por la fuerza. Esta vez no eran solamente dos, sino los diez. Algunos tambaleaban por la borrachera que tenían, pero de igual forma pudieron manipular la reja y entraron cómodamente. Solo los separaban cinco metros de la casa. El líder de la patota, con tono desafiante, seguía amenazando: -“Ruso, no lo quisiste entender por las buenas, ahora los vas a entender por las malas”.
Al advertir que era inminente que los malhechores entraran a la casa, la familia y su perro se habían encerrado en la habitación matrimonial que estaba en la planta alta. Y desde allí, arrojaron el aceite y agua hirviendo a la patota sindical. Los invasores respondieron al ataque con tiros y piedrazos, en todas las direcciones.Tras la balacera, de repente sobrevino un silencio sepulcral; había llegado un móvil de Crónica TV. Vaya a saber quién los llamó, pero fueron como ángeles en medio del infierno. Al ver las cámaras algunos de los maleantes huyeron, pero otros no pudieron evadir a la cronista y su camarógrafo, y se victimizaron diciendo: -“Vinimos a manifestarnos contra este empresario oligarca, que tiene precarizados a muchos compañeros, y mirá como dejó a los muchachos…. ¡Trató de matarnos con aceite caliente!”
Al amanecer, cuando llegó la policía, la patota ya había escapado. Luego de haber liberado la zona, montaron un operativo de rutina frente a las cámaras, y se llevaron detenido a Coco por las acusaciones por parte de los delincuentes, que habían visto por televisión. En su rol de abogada, Martina, se presentó en la fiscalía, para solicitar que liberaran a su papá. Temía por su salud, pues necesitaba atención médica después de todo lo padecido. Sin embargo el fiscal, lo imputó por los delitos de lesiones graves y tenencia ilegal de armas de fuego
Recién en horas de la tarde, por la presión mediática, el fiscal le otorgó la libertad, y finalmente pudo regresar a su casa. Únicamente deseaba abrazar a su familia y poder descansar. Al llegar, se encontró con una gran cantidad de personas esperándolo. Sus vecinos le brindaron todo su apoyo. Mientras muchos periodistas le preguntaban por los hechos sucedidos; y por recomendación de su hija, solo manifestó: -“Fue en legítima defensa”. Sin embargo, fue ella quien respondió las preguntas de la prensa: -“El Señor Glieberman, solamente intentó defenderse dentro las fronteras de su hogar del ataque de diez criminales que lo extorsionaron, le cortaron la libertad ambulatoria, lo amenazaron a él y a su familia. ¡Le tirotearon la casa! No cabe dudas que actuó en legítima defensa. Son ilógicas las imputaciones del fiscal por el delito de lesiones. Glieberman es la víctima, no los delincuentes. ¡La justicia está patas para arriba!
También lo aguardaban varios policías que fueron asignados como custodia en su vivienda, por si los malhechores regresaban en búsqueda de venganza.
Coco reunió a su familia y les hablo: -“Cuando todo esto pase, tenemos que evaluar seriamente la posibilidad de emigrar a Israel. No es sano vivir de esta forma, sin justicia y en constante incertidumbre.”
Historia ficcionada.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración: Sabrina Fauez
Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.
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