Europa aprendió y no se mete con Bielorrusia
Por Ezequiel Naidich
Bielorrusia está atravesando, en estos momentos, tiempos turbulentos. La semana pasada tuvieron lugar las elecciones presidenciales donde el incumbente Alexander Lukashenko dice haber obtenido el 80% de los votos frente a la opositora Svetlana Tikhanovskaya, esposa del empresario que comenzó el movimiento democrático en mayo. Lukashenko ha dirigido el país autoritariamente desde 1994, siendo el líder que más ha gobernado un país del bloque del Este tras la disolución de la Unión Soviética.
Marcados por un abusivo fraude, ni la oposición, ni la Unión Europea, reconocieron sus resultados.
Desde entonces, decenas de miles de bielorrusos han protestado reclamando una transición hacia la democracia, llegando a juntarse más de 300000 personas en Minsk el 16 de agosto. Las protestas fueron reprimidas violentamente provocando, hasta el momento, 4 muertes y más de 7000 arrestos.
Ayer los líderes europeos se juntaron para discutir la respuesta europea a la crisis, acordando una postura bastante suave. Si bien afirmaron firmemente que las elecciones no fueron ni limpias ni libres, desconociendo sus resultados, el reclamo por rehacer las elecciones brilló por su ausencia. La Unión decidió imponer sanciones individuales a responsables por la violencia y represión en las protestas y a responsables por el fraude; y la redestinar los 53 millones de euros en programas de ayuda que Bruselas entrega al gobierno bielorruso a la sociedad civil de ese país.
¿Por qué Europa tomó una postura tan poco confrontativa?
Temprano en la crisis, Lukashenko pidió a Putin ayuda al mismo tiempo que denunciaba que las protestas eran motivadas por agentes extranjeros y la OTAN se preparaba para invadir su país. Rusia, el gran aliado de la Bielorrusia de Lukashenko, advirtió que asistiría al gobierno, pero descartó una intervención por el momento. No obstante, tanto los europeos como los rusos ven en la crisis la posibilidad de que se replique las manifestaciones de Euromaidán en Ucrania que precipitaron al país a la crisis ucraniana, la crisis de Crimea y la guerra en Este.
La Unión Europea teme que la escalada de violencia desemboque en una crisis de la magnitud que tuvo la ucraniana hace 6 años, y por lo tanto no desea inmiscuirse en las protestas bielorrusas. Por ahora, las protestas son prodemocráticas, no proeuropeas, por lo que considera que una transición pacífica puede tener lugar incluso bajo los auspicios rusos. Por esta razón, varios líderes europeos proponen que sea la OSCE, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, de la cual ambos Rusia y Bielorrusia son miembros, la que medie el diálogo entre gobierno y oposición.
Estas manifestaciones en Bielorrusia tienen una gran importancia. El cómo siguen, pero más importante, cómo Europa y Rusia logran manejar la tensión entre gobierno y oposición, tendrá un fuerte impacto en ambas partes. Estos países limítrofes del este son fundamentales para Rusia. En las últimas décadas, Occidente avanzó rápidamente sobre la esfera de influencia de Moscú, expandiendo la OTAN y la Unión Europea hacia el este y promocionando valores occidentales cómo la democracia en la región. John Mearsheimer, conocido teórico de las relaciones internacionales, sostuvo que esta expansión causó la crisis ucraniana y recomendó a Occidente no interferir en los países que representan intereses de seguridad sensibles para el Kremlin.
Al parecer, Europa aprendió y ahora entiende mejor la lógica que dirige la política exterior rusa. Para no enfurecer a su gran vecino, la Unión prefiere mantenerse al margen de las manifestaciones, apoyando el reclamo por una transición a la democracia, pero esperando que se construya una Bielorrusia democrática que no caiga en la división entre proeuropeos y prorrusos, evitando una escalada en la violencia.
Autorizada la reproducción por Radio Jai citando la fuente.
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio JaiAyuda a RadioJAI AHORA!
HAZ CLIC AQUÍ PARA HACER UNA DONACIÓN