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Esfuérzate y sé valiente

El 21 de septiembre es un día especial en Argentina, en el que miles de jóvenes suelen juntarse en espacios públicos, bares, casas y en donde sea, con tal de festejar la llegada de la primavera y el día del estudiante. Otros tantos con almas juveniles, acostumbran a sumarse a los festejos, y pueblan así las calles de cada ciudad.

Este día de la primavera fue la posibilidad y la excusa de muchos para reencontrarse con familiares, amigos y tantos otros que desde hace meses no se habían podido ver; siempre siguiendo los protocolos y respectivos cuidados.
Tal es el caso de Miguel que durante seis meses ha permanecido encerrado en su casa. Pese a sus 85 años, él siempre se ha sentido vital, joven y lúcido; sin embargo con tanto tiempo de encierro, siente que está envejeciendo de golpe.

En su infancia ya había permanecido mucho tiempo sin salir de un lugar; pues, en su Budapest natal, debió permanecer escondido junto a su familia. Su escondite fue en el altillo de la casa de unos amigos, durante la ocupación nazi en Hungría.

Sus hijos lo frenaron de salir en innumerables ocasiones y hasta contrataron una persona para que lo asistiera; más que por necesidad, fue para que le hiciera compañía, lo entretuviera y controlara para que no saliera.
Una mañana se miró al espejo y se notó demacrado y más arrugado. Esa imagen lo impresionó y desanimó al punto de asustarse de sí mismo. Se metió nuevamente en la cama. Sentía que la vida se le estaba yendo, y no se estaba esforzando por retenerla. Él era conciente que fuera de su refugio ya no estaban los nazis, sino un enemigo invisible que podría aparecer en cualquier momento; pero, estaba decidido a asumir el riesgo y enfrentarlo.

En las últimas semanas preparó un ingenioso plan para salir en el día de la primavera. Su paseo debía ser a lo grande. Además, anhelaba ver y sorprender a su nieto Rodrigo, en los bosques de Palermo, donde festejaría junto con sus amigos, como todos los años. Su nieto no era un joven estudiante; pero, como trabajaba en una droguería, podría festejar su día libre, ya que coincidía con el “Día de la Sanidad”.

No se veían desde antes que se decretara la cuarentena, y si bien hablaban por video llamada, no era lo mismo. Necesitaba verlo. Tenía una cuenta pendiente con él y deseaba repararla. Y este era el momento histórico oportuno para saldarla. Todavía le pesaba, lo acontecido diez años atrás. En ese entonces, Rodrigo transitaba su último año de colegio secundario, y en su escuela organizaron un festejo familiar del día de la primavera; en el que invitaron a las familias de los alumnos.
Sucedió que ese día, su nieto le presento a la novia, una compañera de colegio, pero al divisar en ella una cadenita con una cruz, de forma torpe e imprudente, le dijo:
– ¿Sos cristiana? – preguntó incrédulo de lo que veía-
 Si… soy cristiana evangélica – le respondió con inocencia la jovencita Yanina
 Rodrigo, te tenés que casar con una chica judía… ¿Qué te hablamos siempre con tu abuela? -sentenció, sin pelos en la lengua-
 No voy a seguir mandatos religiosos. Es mi vida y hago lo que quiero… -retrucó desafiante el adolescente-

Mientras retaba a su nieto, la novia le soltó la mano, y avergonzada se fue corriendo a los brazos de su mamá. Todo terminó en un escándalo. Los padres de la chica lo increparon, por haber lastimado a su hija. Los profesores trataron de calmar las aguas, hasta que al preceptor del curso, se le escapó un agravio antisemita contra Miguel, y éste lo noqueo de un puñetazo.
Lo que debía haber sido una fiesta familiar, fue un papelón. Finalmente irrumpió la policía y se llevó detenidos a los padres de la joven y al anciano boxeador. Tras ese bochorno, Yanina lo dejó.
Sus progenitores le prohibieron continuar ese noviazgo juvenil. Aunque se vieron un tiempo más a escondidas, ella terminó yéndose a estudiar a España y cada cual continuó camino por separado.

La imprudencia de aquel entonces, tuvo graves consecuencias. Al joven le costó el noviazgo de su juventud; y a él que su nieto no le hablara por más de un año. Esa indiferencia fue uno de los golpes más duros en la vida del nono. Fue tan grande el dolor, y su desesperación que tuvo que ir a terapia para resolver la cuestión.
Logró vencer su orgullo y cumplió al pie de la letra las indicaciones de su psicólogo. A partir de allí, se esforzó en mejorar, y fue valiente en pedir perdón y reconocer que se había equivocado. A pesar de que ya había pasado una década de aquel hecho, él sentía que esta era la oportunidad de reparar aquel error, dándole la sorpresa de ir a verlo, justamente en un día de la primavera.
Para concretarlo, debía asegurarse protección para salir al mundo exterior y al mismo tiempo eludir a Dorita, la chica que lo asistía, y le impedía salir de su propia casa. Para colmo, sus hijos habían instalado una cámara en el living. ¡Estaba vigilado!

Sin embargo, Miguel lo planeó todo: le hizo creer a su compañera de cuarentena que quería disfrazarse de astronauta para mandarle una foto a sus nietos más chicos, y de ese modo vieran que es un abuelito divertido. Y para no gastar mucho, le pidió que le comprara por internet un mameluco como el que usan los médicos para protegerse del Covid y las mascarillas.
Una vez que le llego el pedido, le coció una bandera de Israel, para simular ser un astronauta israelí.
Llego el día esperado y ni lento, ni perezoso; a la hora del almuerzo, mientras Dorita estaba en la cocina terminando de servirle el pollo en el plato, le puso una dosis de somnífero para que duerma plácidamente por largas horas. Unos minutos más tarde, el somnífero hizo efecto. Miguel lo corroboró al escuchar los ronquidos de la mujer, y comenzó a prepararse, previo a tapar la cámara, pegándole una hoja de diario en el lente.
Y tras haberse asegurado que Rodrigo ya se encontraba en los bosques de Palermo, se determinó a salir. Al asomarse a la calle, se sintió un poco inseguro y aturdido; pero, rápidamente tomó coraje y siguió adelante. La gente lo miraba como si fuera un bicho raro, vestido con mameluco blanco, y una máscara militar antigás; y como no tenía bolsillos, tuvo que llevar su viejo maletín para guardar la billetera, el teléfono celular, los pañuelos descartables, y el alcohol en gel. Algunos lo frenaban y le pedían para sacarse una selfie con él.
Después de que una decena de taxis no le pararan por la desconfianza del disfraz, finalmente pudo conseguir uno que no tuvo prejuicios y lo llevó a destino.

Luego, al divisar a su nieto y al grupo de amigos, comenzó a caminar rápidamente hacia él y por la emoción empezó a agitarse. Al llegar donde estaba sentado todo el grupo, nadie lo reconoció, todos lo miraron con curiosidad; no sabían si les querría hacer un hisopado, vender relojes o bijouterie, o tal vez robarles.
 Rodrigo, soy tu zeide… – atinó a decirle con la respiración agitada, mientras se quitaba la máscara antigás-
 ¿Zeide, qué haces acá? – respondió sorprendido-
 Hace mucho que no nos veíamos, tenía ganas de saludarte personalmente…
 Guauuu… ¡Qué sorpresa! Pareces Dart vader con esa máscara y respirando así… – expresó, desatando la risa de todos-

El anciano paso a ser el centro de atención de todos, por su extravagante traje y por el amor demostrado a su nieto mayor, exponiéndose al covid, con tal de verlo después de meses. El abuelo intentó disfrutar en silencio, para no incomodar a Rodrigo; pero, al escuchar hablar a todos sobre la meritocracia y el disvalor a los méritos personales, el esfuerzo y la superación personal que se busca pregonar desde algunos sectores…; los interrumpió abruptamente para contarles parte de su historia de vida:

“- Un tiempo después de finalizada la guerra, mis padres decidieron abandonar Hungría en busca de un futuro mejor. No estaban dispuestos a vivir en un régimen comunista, sin libertades, con una educación restringida, y sin la posibilidad de crecimiento.
Ustedes son jóvenes, tienen toda una vida por delante, no se pueden detener por la injusticia, ni por los absurdos que escuchan, más bien tienen que redoblar esfuerzos, concretar sus sueños e intentar cambiar las cosas.
Mi padre murió en mis brazos, al año de haber llegado al país, lo último que me dijo fue: “Esfuérzate y se valiente, no te intimides, ni desmayes porque Dios está contigo, donde quiera que vayas”. Sus palabras me marcaron para siempre.
Con quince años, tuve que hacerme cargo de mi madre y mis hermanos; trabajar duro, aprender un idioma nuevo y estudiar. Con el tiempo, terminé la universidad, me compré un auto, la casa, y hoy en mi vejez, nada me falta… Nunca viví del Estado como muchos políticos que hablan y hablan… ¿Quién puede decirme que mi esfuerzo no tuvo mérito?”.

Todos quedaron en silencio y reflexionando con las palabras de Miguel. Unos minutos, después, se tomó un tiempo para hablar a solas con Rodrigo:
– Estuve observando como mirás a esa chica rubia y como ella te mira a vos…
 Abuelo, nada que ver… no empecemos otra vez con lo mismo… -le respondió con preocupación-
 Tengo 85 años, algo de experiencia tengo y me doy cuenta de muchas cosas. Quédate tranquilo que no voy a preguntar de que origen es la señorita…
 Mira vos… No estás tan desacertado… – se sinceró el joven, mientras se sonrojaba-
 Jugátela que te va a ir bien…
 En un rato te contaré como me fue, y si me llega a ir bien queda arreglada la macana que te mandaste hace diez años – le dijo entre risas, mientras le hacía una seña a la dama para que lo acompañe a comprar una gaseosa –

Historia ficcionada.

Por Ruben Budzvicky

Ilustración: Sabrina Fauez

Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.

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