Las dos caras del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán
Por Ezequiel Naidich
Este domingo hubo una nueva escalada en un conflicto de larga data. Armenia y Azerbaiyán volvieron a cruzar fuego en torno a la disputa por la región de Nagorno Karabaj, de mayoría armenia, pero ubicada dentro del territorio azerí.
Las dos ex repúblicas soviéticas del Caucaso ya se han enfrentado en una guerra inmediatamente después de la disolución de la Unión Soviética, tras años de hostilidades entre milicias de ambos bandos. Aunque en 1994 llegaron a un cese al fuego, con las fuerzas armenias y de la de facto independiente República de Artsaj controlando incluso parte del territorio azerí, las tensiones nunca desaparecieron, escalando en 2016 y, nuevamente, ahora.
Por supuesto, el conflicto entre estos dos países no puede ser visto aislado de su contexto internacional. En su comienzo, las tensiones entre azeríes y armenios existieron en el contexto de la disolución de la Unión Soviética y los muchos conflictos étnicos que surgieron en estas divisiones. Hoy el conflicto por Nagorno Karabaj se mezcla con las pretensiones neo-otomanas de Turquía, que viene aumentando su influencia y participación en la región del Medio Oriente y el norte de África.
Por un lado, Azerbaiyán encuentra su principal aliado en Turquía, primer país en reconocer su independencia y con quién comparten estrechos lazos culturales derivados de una etnia y religión común. El otro gran poder en el vecindario es Rusia que, si bien tiene un acercamiento cauteloso al conflicto, e importantes relaciones económicas con ambos países, apoya militarmente a Armenia.
La región del Cáucaso une al Medio Oriente con Europa del Este, envolviendo el conflicto de Nagorno Karabaj en dos tendencias. La más vieja, relacionada a la política exterior de los gobiernos de Vladimir Putin, es la expansión de Rusia y el apoyo a movimientos separatistas pro-rusos.
El ejemplo más claro es la anexión de la Península de Crimea, de mayoría rusa en Ucrania, pero también hay algunos otros casos, como el apoyo a movimientos separatistas en Georgia (Abjasia y Osetia del Sur) y Moldavia (Transnistria). Todos estos suelen ser considerados “conflictos post-sovieticos congelados”, es decir, conflictos generalmente territoriales y étnicos que han terminado en ceses al fuego o estancamiento, pero sin paz. Aunque Moscú no apoya formalmente a la de facto independiente República de Artsaj, esta se beneficia ampliamente de la alianza estratégica entre Armenia y Rusia.
Por otro lado, esta rueda de tensiones se produce dentro una tendencia en Medio Oriente, muy evidente en el último tiempo: las pretensiones neo-otomanas e intento de liderar el mundo musulmán por parte de Turquía.
Si bien ambas partes han utilizado mercenarios en los conflictos, especialmente durante la Guerra de Nagorno Karabaj, ahora se han convertido en una importante parte de esta escalada de tensiones.
Rusia, Francia, Armenia y Artsaj han denunciado la utilización por parte de Turquía, en apoyo a Azerbaiyán, de mercenarios sirios. Ankara ya ha utilizado estos mismos mercenarios en otros escenarios. Primeramente, han sido parte de la lucha contra las fuerzas kurdas en el norte de Siria, a quienes el gobierno turco considera terroristas, y contra el régimen de Bashir al Assad de ese país. También ha llevado estos soldados a Libia, en apoyo del Gobierno de Acuerdo Nacional, para hacer frente a las fuerzas de Haftar.
La cuestión de los mercenarios sirios no es anecdótica. Al ver el contexto regional, uno puede observar el patrón en los distintos conflictos en donde Turquía busca proyectar su influencia. A su vez, también podemos observar que estos enfrentamientos tienen a Rusia del otro lado. Moscú apoyaba al régimen de Assad en Siria, a las fuerzas de Haftar en Libia y, de forma menos obvia, a Armenia.
El nuevo involucramiento de Turquía, por ahora retórico pues no se ha probado que los mercenarios hayan sido desplegados en Azerbaiyán, preocupa a varios países. No solo por la expansión de la influencia turca, sino también porque el estancamiento existente podría romperse si alguna potencia regional llegase a intervenir directamente, llevando al conflicto de Nagorno Karabaj a mayor violencia.
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