“Los dólares a la izquierda”
Buenos Aires, año 2033.
Durante las últimas décadas, las crisis económicas se sucedieron una tras otra en la Argentina.
El Estado Nacional, urgido de recursos económicos para hacer frente a sus compromisos sociales, el déficit fiscal y el pago de deuda externa, se encuentra al borde del colapso y a las puertas de una nueva hiperinflación.
El Presidente de la Nación, siguiendo los lineamientos de su partido, ha decidido estatizar las empresas, fábricas, comercios y estudios profesionales en todo el territorio argentino. Todo pasaría a manos del Estado; y sus antiguos dueños, tendrían la opción de seguir trabajando allí como empleados.
Además, desde el gobierno confiaban en que de esta forma, todos los argentinos y argentinas tendrían las mismas posibilidades. Por fin, se terminaría con la tan odiada meritocracia.
A los fines de cumplir la orden del primer mandatario, se efectuó un relevamiento de empresas y comercios, para proceder a su posterior posesión y control.
Pese a las protestas y los acciones judiciales de amparo colectivo que se efectuaron, la suerte estaba echada.
Los agentes estatales, llegaron hasta el restaurante de Amiel, en el barrio porteño de San Cristóbal. Luego del relevamiento, el jóven, se fue cabizbajo a su casa, sin poder creer todavía que el negocio familiar de tres generaciones, definitivamente se perdería en poco tiempo, por una injusticia tan burda.
Por un lado meditaba sobre la posibilidad de seguir como empleado, y por el otro trataba de imaginar alguna alternativa que le permitiese eludir el decreto presidencial. Disponía de tan solo un mes para entregar su negocio al Estado.
Las crisis social se profundizó, y el clima de depresión colectivo era insoportable. Algunas familias adineradas de Buenos Aires, lograron huir en sus embarcaciones al Uruguay, junto con sus bienes y los dólares que tenían escondidos debajo del colchón.
Otros tantos fueron detenidos por prefectura cuando intentaban cruzar el Río de la Plata.
Lo mismo sucedía en el interior del país. Se multiplicaban por miles quienes intentaban migrar clandestinamente.
Estos hechos, llevaron al Jefe de Estado a dictar un nuevo decreto y cerrar las fronteras por tiempo indefinido.
Sucedió que una noche, Amiel recibió la propuesta de su primo Leo, para cruzar el Río de la Plata en balsa. Así, como los cubanos escapaban del régimen castrista hacia Miami, muchos jóvenes lo realizaban con destino a la Banda Oriental.
Sin pensarlo, y con el entusiasmo de vivir una aventura, juntó algunas pocas pertenencias y cosas de valor.
No tenía nada que perder, sino más bien todo para ganar. Deseaba vivir en libertad.
Y sentía que desde el extranjero, podría ayudar a su familia a salir del país y vivir una mejor vida.
Amiel y Leo, emprendieron rumbo hacia una playa clandestina cerca de Punta Indio, en la Provincia de Buenos Aires, donde los esperarían dos amigos de su primo, con una balsa de madera y un pequeño motor improvisado, que habían logrado armar en las últimas semanas.
La travesía no sería sencilla, pues Prefectura Naval, patrullaba constantemente la zona para evitar los exilios, y nuevos naufragios.
Los jóvenes se lanzaron al agua, completamente a oscuras, utilizando remos y con celulares apagados, pues si prendían luces, motor y teléfonos, serían detectados en cuestión de minutos.
Estarían a salvo, una vez que llegaran a aguas uruguayas.
Tras dos horas de navegación, comenzó a soplar un fuerte viento. Las aguas se volvieron impetuosas y las olas sacudían una y otra vez la frágil embarcación.
A los lejos pudieron divisar un buque carguero, por lo que se ilusionaron con la posibilidad de ser auxiliados por aquel. Hicieron señales lumínicas y hasta lanzaron una bengala al aire, con el único resultado de ser ignorados.
Todos los tripulantes estaban exhaustos, remando y haciendo equilibrio para no caer al agua. Temían por sus vidas, y cada uno a su forma rezaba pidiendo la ayuda del Creador.
Unos minutos después, una fuerte ola sacudió la balsa, y la dió vuelta completamente. Como pudieron, fueron saliendo a la superficie y se aferraron a ella, su única salvación.
La oscuridad y el frio eran abrumadores. Apenas podían oírse entre ellos, por el furioso estruendo de las aguas, el viento y la tormenta que se había desatado.
Al ver que sus compañeros, habían empezado a resignarse y a sufrir de hipotermia, Amiel, los arengaba:
– ¡No sé rindan, carajo! Un rato más y la tormenta pasa de largo. ¡Vamos a sobrevivir!
De repente, en medio de tanta oscuridad, una gran luz los encandiló, dejándolos ciegos por varios segundos. Sin decirlo, pensaron que estaban muriendo y cercanos a su nuevo destino no planeado: el cielo. Sin embargo, seguían sintiendo frío y permanecían flotando en el agua, aferrados a la balsa.
Esa luz, se acercó cada vez más y al poder escuchar el ruido de motor, entendieron que era una lancha patrulla de Prefectura Naval que había venido a rescatarlos.
Pero al abordarla, se dieron cuenta que Leo no estaba. Amiel desesperado se lanzó al agua a buscar a su primo, pero su acto de valentía fue en vano, no pudieron hallarlo, y casi termina por ahogarse el también.
A pesar de la orden de arresto, que pesaba sobre todos aquellos que intentaran emigrar, los rescatistas hicieron caso omiso al decreto presidencial, y liberaron a los chicos en una playa de Quilmes.
Luego de varios días de recuperación, Amiel volvió a su trabajo y se encontró con los agentes que habían llegado a tomar posesión de su comercio. Al ingresar lo rodearon entre varios de ellos y le dijeron:
– El comercio es formalmente propiedad del Estado, entregue toda la documentación y claves bancarias. También le informamos que registramos el local, y encontramos trescientos dólares escondidos. Vamos a labrarle un acta, por tenencia ilegitima de moneda extranjera.
Es dólar ahorro que compre hace doce años ¿Cuál es el delito? La prohibición vino un tiempo después. No cometí ningún delito… – Mientras gritaba por la injusticia, se lo llevaban detenido-
Usted es un gorila, oligarca y vende patria, que acumula dólares. ¡Sáquenlo de mi vista! – entretanto el jefe del operativo se guardaba los dólares en el bolsillo izquierdo del pantalón-
Se lo llevaron encapuchado y luego de un largo viaje, llegó a destino. No podía ver nada, pero podía sentir una brisa de aire fresco y olor a eucalipto. De fondo no se escuchaban los ruidos de autos, sino un apacible silencio que se interrumpía con el ladrido de algún perro.
Amiel intuyó que estaría en algún lugar oculto del conurbano bonaerense. Sintió mucho miedo y desprotección.
Quienes lo detuvieron no eran policías, sino jóvenes de no más de veinte años, armados. Unos minutos después, le quitaron la capucha y dijeron: – Bienvenido a la cárcel del pueblo, aquí se encuentran detenidos los burgueses enemigos de la patria.
– Mira vos… Creo que esto lo leí en algún libro de historia. ¿Me secuestraron en nombre de la revolución? – Les respondía irónicamente-
– Está acusado de traición a la patria, por tenencia ilegal de dólares. Ya lo dijo nuestro líder, los dólares son para lo producción, no para ahorrar, ni guardar en el colchón. Sabemos que esconde más billetes estadounidenses, y la economía del país depende de que los encontremos – Le dijo vehemente el captor a Amiel, mientras otros dos lo golpeaban en el rostro-
– ¿Qué quieren, dólares? No tengo… pero les puedo ofrecer pesos cubanos o bolívares, seguramente les agraden más… – continuaba con sus ironías-
Una vez terminado el interrogatorio, lo encerraron en un calabozo dentro de la casa. En la misma celda, se encontraban detenidos otros ex comerciantes, por la misma causa.
A todos les habían pedido dólares a cambio de su libertad.
En la cárcel del pueblo, no tenían ningún tipo de esparcimiento, ni derecho a nada. Día tras día, los interrogaban acerca de “dónde tenían escondidos los dólares”.
Una tarde, mientras se iba retirando el último rayo de sol que iluminaba la celda a través de una pequeña hendija, a Amiel se le ocurrió una gran idea y se la comunico a los otros prisioneros:
Muchachos, no podemos seguir un minuto más acá. Estamos perdiendo el tiempo. Démosle los dólares a la izquierda y volvamos a casa – Dijo impostando la voz como si fuera un líder-
¿Le damos nuestros ahorros para que se compren una PlayStation? – respondió Julio, un empresario de la informática-
Sí, le damos algunos dólares y nos vamos. No le van a servir de nada, tenemos que unir fuerzas y lograr un boicot masivo contra todos los comercios, fábricas y empresas quitadas por el Estado.
Si durante un mes, logramos que por lo menos la clase media no trabaje, no compre nada, ni pague impuestos, el colapso financiero va a ser total.
¿Y si tu idea funciona, nos van a devolver las empresas? – Preguntó José de forma incrédula-
Exactamente… van a devolvernos nuestras empresas y comercios. Y hasta podremos exigir la quita de impuestos…
Luego de dos semanas detenido, su padre pagó el rescate con dos mil dólares que tenía ahorrados y escondidos desde antes de la prohibición compra y tenencia de moneda extranjera. Hacía años que los bancos habían dejado de ser un lugar seguro para los ahorristas y se habían prohibido las cuentas bancarias en dólares.
Los ex compañeros de la prisión popular, planificaron durante un mes el boicot y lograron extenderlo a todo el país. Pese a recibir amenazas y atentados, siguieron adelante.
En ese lapso, recordaron las enseñanzas de sus abuelos inmigrantes y se munieron de semillas, gallinas, conejos y otros animales para criar, y poder autosustentarse, por si el boicot se extendía en el tiempo, más de lo pensado.
La gente hasta plantaba semillas en las macetones dentro de sus departamentos, otros armaban su huerta en el balcón. Tal como sus ancestros, las nuevas generaciones podrían subsistir con sus propios recursos.
La situación empeoraba. La familia de Amiel, al igual que muchos judíos que habían decidido emigrar, fueron ayudados a salir del país, en medio de una operación clandestina y secreta, con rumbo a Israel.
Fueron dos meses durísimos en la Argentina, con marchas, persecuciones e incidentes constantes, y cada vez más sangrientos.
Cientos de miles pasaron hambre; pero, se mantuvieron firmes en busca de cumplir el objetivo de ser económicamente libres.
Con las fábricas y los comercios casi sin trabajadores, la producción se vino a pique, y el Estado entró en una crisis sin precedentes, ni salida. Al boicot, también se plegaron los beneficiarios de planes y asignaciones sociales, pidiendo la devolución de las empresas, fábricas y comercios a sus legítimos propietarios; reconociendo en ellos la única posibilidad para reactivar la economía.
Fue la huelga más masiva y contundente en toda la historia de la nación; ante la que, finalmente el Poder Ejecutivo tuvo que ceder. Así que por medio de un nuevo decreto devolvió empresas, fábricas, comercios, estudios jurídicos y contables, consultorios médicos, entre tantos otros rubros, a sus antiguos dueños.
En ese momento, Amiel emocionado, recordó a su primo Leo e imaginó lo feliz que hubiera estado de vivir ese momento, victorioso.
Después de tanta presión, muertes y persecución, reflexionó para sí: – ¿Qué hubiera pasado si diez años atrás, nos hubiéramos unido ante cada atropello del Estado?
Historia ficcionada.
Por Ruben Budzvicky
Ilustación: Sabrina Fauez
Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio JaiAyuda a RadioJAI AHORA!
HAZ CLIC AQUÍ PARA HACER UNA DONACIÓN