Yuval Noah Harari: “El covid puede originar el peor sistema totalitario que haya existido”
Yuval Noah Harari (Israel, 1976) parecía destinado a ser un eminente historiador de los ejércitos. Su primer éxito en el ámbito académico fue el artículo “Una valoración del papel militar de los turcopolos francos”, en el que afirmaba que los integrantes de los ejércitos de caballería que participaron en las cruzadas medievales llevaban armaduras mucho más ligeras de lo que se creía hasta entonces. Era un trabajo prometedor. Pero Harari abandonó rápidamente ese grado de especialización y pasó a hacer justo lo contrario. Mientras era profesor de un curso de Introducción a la Historia para jóvenes estudiantes en la Universidad Hebrea de Jerusalém, se le ocurrió convertir el temario de aquellas clases en un libro —las 20 sesiones se convirtieron en 20 capítulos— que abarcara absolutamente toda la historia de la humanidad. El libro, ‘Sapiens’, se convirtió en un gran éxito y vendió 12 millones de ejemplares en todo el mundo.
Su contenido no era particularmente original, pero era una excelente síntesis que hizo que sus lectores pensaran en el hecho de que nuestra especie es solo una de las muchas que podrían haber sobrevivido, en cómo la agricultura nos había vuelto sedentarios y esclavos de los cereales y cómo la tecnología dominaba por completo nuestra forma de vida. Ahora, su editorial en España, Debate, publica la versión en cómic de ‘Sápiens’, una manera entretenida y amable de adentrarse en esa larga historia.
Después de su gran éxito, Harari publicó otros dos libros que ya no hablaban del pasado, sino del futuro. Fue alabado por celebridades como Barack Obama, Bill Gates o Mark Zuckerberg, y entró en el circuito de conferencias internacionales que te convierten en un intelectual global y, aunque a él no le guste nada la etiqueta, en un gurú. Ahora, Harari habla sobre todo de sus miedos acerca de cómo la tecnología puede interactuar con nuestra democracia, cómo la pandemia puede aumentar la vigilancia a la que estamos sometidos y cómo la sensación de libre albedrío nos tiende trampas. Parece un tanto tímido, pero al mismo tiempo aparentemente se siente cómodo con su papel de especialista en generalidades y, desde hace poco, activista en defensa de la democracia. Su equipo se aseguró durante los días previos a la conversación de que todo estaba bien preparado. Y lo estuvo. Hablamos largamente por teléfono el pasado domingo.
PREGUNTA. Usted tiende a mirar las cosas a largo plazo. En ‘Sapiens’, habla de la revolución cognitiva, que tuvo lugar hace 70.000 años, de la revolución agrícola, que tuvo lugar hace 12.000, o de la revolución industrial, que tuvo lugar hace 400. En esa imagen a largo plazo, ¿qué lugar histórico cree que ocupará la pandemia?
RESPUESTA. Como ahora estamos en mitad de ella, nos parece que es lo más importante que ha sucedido jamás. Pero la peste negra fue mucho peor. También lo fue la gran epidemia de gripe de 1918 y 1919. Y el sida en la década de 1980, con una mortalidad de casi el 100%. Deberíamos tener una perspectiva histórica de lo que está pasando. Por lo que respecta al virus, la posición de la humanidad nunca ha sido más fuerte. Ahora contamos con el conocimiento científico para comprender y superar esta epidemia más fácilmente que cualquier gran pandemia anterior en la historia humana. Cuando la peste negra mató a tal vez la mitad de la población europea, nadie sabía siquiera lo que causaba esa mortalidad. El gran problema no es el virus, el gran problema son los demonios interiores de la humanidad. Tenemos el conocimiento científico para solucionar esta crisis, pero no la sabiduría política para hacerlo.
P. En sus libros, ha afirmado que, así como en el pasado lo divino era la autoridad absoluta, dentro de un tiempo podrían serlo los algoritmos. Y que estos acabarán por completo con el libre albedrío de los individuos. Pero la crisis del covid ¿no le hace pensar que el libre albedrío, las decisiones de la gente en general y de las autoridades en particular, es más relevante que nunca?
R. Creo que el problema principal de la creencia en el libre albedrío es que hace que seamos complacientes y no tengamos curiosidad sobre por qué tomamos las decisiones. Cuando crees en el libre albedrío, asumes que cualquier cosa que decides es tu libre albedrío. Que no hay nada que investigar ahí. Pero en realidad, a medida que la ciencia y la tecnología se han vuelto más sofisticadas, entendemos cada vez mejor los mecanismos biológicos, sociales y culturales que hay detrás de nuestras decisiones. Y también se está volviendo más fácil que nunca manipular las decisiones de los humanos. La gente más fácil de manipular es la que cree en el libre albedrío, porque ni siquiera sospecha que puede ser manipulada.
De modo que tenemos que andarnos con mucho cuidado con esto. Porque, de hecho, estamos viendo que la epidemia está acelerando, y magnificando, el problema al legitimar las tecnologías de vigilancia masiva. Y esta es la base para ‘hackear’ el ser humano, para poder entendernos a ti y a mí mejor de lo que nos entendemos nosotros mismos, y predecir y manipular nuestras decisiones como nunca antes se ha hecho. Es la primera vez en la historia de la humanidad que puedes seguir a todo el mundo todo el tiempo y reunir y analizar tantos datos de cada individuo que entiendes a esa persona mejor de lo que ella se comprende a sí misma. Con la epidemia, la excusa es la necesidad de interrumpir el contagio. Pero, si no vamos con cuidado, esto puede ser el origen del peor sistema totalitario que haya existido jamás. Nuestra libertad está seriamente amenazada. No creo que sea inevitable, no creo que sea demasiado tarde para detener las ramificaciones más peligrosas. Y no estoy en contra de las nuevas tecnologías, no estoy en contra de la vigilancia. Tenemos que utilizar la vigilancia para luchar contra la epidemia. Pero todos los datos que se recolecten deberían estar en manos de autoridades sanitarias especiales y no de la policía o de las grandes corporaciones.
P. Ahora, cuando hablamos de democracia, estamos casi condenados a hablar de polarización. Usted habla de cómo los debates basados en la tradición humanista, y no en el mandato divino, giran alrededor de los sentimientos humanos. Y que eso genera una susceptibilidad enorme y la tendencia a sentirse herido y a polarizar la discusión.
R. Creo que la polarización que vemos en muchos países es una estrategia política deliberada de ciertos partidos y políticos basada en una idea muy vieja: divide y vencerás. La creación de facciones en la sociedad que tienen miedo de otros grupos dentro del mismo país, o que los odian, hace que muchos piensen que nunca votarían a otro líder que no sea el que ven como salvador y protector. Los líderes que promueven esta división premeditada de la sociedad, que la vuelven contra sí misma, se presentan como nacionalistas y patriotas, pero son lo opuesto. El patriotismo no tiene que ver con odiar a los extranjeros o a las minorías, sino con amar a tus compatriotas y ser solidario con la otra gente de tu país. Esta clase de líderes como Trump, Bolsonaro o Netanyahu están destruyendo deliberadamente la solidaridad nacional para fortalecer su poder político. Creo que lo que vemos no es un auge del nacionalismo, sino la crisis del nacionalismo. En algunos países, como los de Oriente Medio, eso puede llevar a la guerra civil. En países como Estados Unidos, algunos ciudadanos parecen temer y odiar más a sus conciudadanos que a cualquier otra persona del mundo. Hace 50 años, demócratas y republicanos discutían, pero ambos temían a los rusos y el comunismo en Estados Unidos. Ahora, los demócratas temen que ganen los republicanos y que estos destruyan su forma de vida, y viceversa. A largo plazo, no puedes tener una democracia en la que crees que el otro partido es el enemigo.
P. En ‘Sapiens’, existe una idea clara: nada es permanente, cambian las especies, las religiones, la tecnología. Parece evidente que también cambiarán nuestras democracias. Pero al mismo tiempo, su mensaje es ambiguo. ¿Es un mensaje progresista, que dice que no debemos asirnos demasiado a ninguna costumbre, a ninguna forma de vida, porque todas pasan de manera inevitable? ¿O es un mensaje conservador, que debería llevarnos a proteger nuestra forma de vida para evitar que sea sustituida por otra ajena o peor?
R. Las dos cosas. Pero quizá lo más importante es que el significado mismo de la democracia cambia. La democracia no es una ley eterna de la naturaleza, depende de las condiciones económicas, políticas y tecnológicas existentes. Hasta hace 200 años, era imposible que en un país grande hubiera una democracia. Todos los ejemplos de democracias en el mundo antiguo o en la Edad Media se daban en ciudades-Estado, en pequeñas sociedades, porque tecnológicamente era imposible que existiera un debate público antes del auge de los medios de comunicación de masas, primero los periódicos, luego el telégrafo, la radio, la televisión y ahora internet. La democracia como la entendemos ahora solo puede existir cuando tienes medios tecnológicos y una educación masivos. Y de eso hace 200 años.
Ahora, las cosas están cambiando otra vez. La creencia de que la democracia tal como la hemos conocido en el siglo XX permanecerá siempre, independientemente de las nuevas tecnologías que se desarrollen, no se va a cumplir. La democracia puede adaptarse a nuevas formas.
Tendrá que cambiar para sobrevivir.
P. Es como quienes vivieron la Revolución Industrial en 1820. Sabían que el mundo estaba cambiando, que surgían nuevas tecnologías que transformaban la sociedad, pero no podían imaginar el mundo que resultaría de ellas. Estamos en un momento semejante.
R. Hay que darse cuenta de que la tecnología no es determinista. No hay que creer que porque inventas determinada tecnología es inevitable determinado desenlace político. Cualquier tecnología puede utilizarse de maneras distintas. Puedes utilizar tecnologías de la Revolución Industrial como los trenes, la electricidad o la radio para crear una dictadura fascista como la de la Alemania nazi o para crear una democracia liberal. A la radio le da igual si la usas para emitir un discurso de Hitler o para ofrecer numerosas emisoras y que el oyente seleccione la que prefiera. Lo mismo pasa con las nuevas tecnologías del siglo XXI: pueden utilizarse para construir sociedades buenas o sociedades horribles. La gran diferencia entre la Revolución Industrial y nosotros es que no podemos permitirnos el fracaso. Los efectos de la Revolución Industrial hicieron que la vida, con el tiempo, fuera mejor, pero eso requirió tiempo.
Y durante ese tiempo hubo sufrimiento: no solo debido al trabajo infantil en las fábricas, sino a inmensos experimentos fracasados para construir sociedades industriales, como en la Unión Soviética o la Alemania nazi. En el siglo XXI, contamos con una tecnología mucho más poderosa, por lo que no podemos permitirnos un experimento fallido. Eso podría provocar el fin de la humanidad. En el siglo XX, tuvieron lugar dos guerras mundiales. Si ahora hubiera una tercera, probablemente no sobreviviríamos a ella. Por eso, en esta revolución hay mucho más en juego que en la Revolución Industrial.
Fuente: El confidencial.
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