Si lo desean, no será una leyenda…
En épocas en que el mundo está patas para arriba por la pandemia, y Argentina sigue chocando con sus propias contradicciones de antaño, los sueños de la niñez parecieran diluirse con la vorágine y las obligaciones de la adultez.
Desde que empezó la cuarentena, allá por el lejano mes de marzo, Don Abraham de forma tenaz e insistente hizo todo lo posible e imposible para conseguir turno con un dentista.
¡Que la edad, que no atienden, que no hay turnos, que colapsó el sistema, que la obra social no cubre el tratamiento,… Excusas y más excusas para negarle la atención.
Su boca era un caos: además de cráteres en sus muelas, tenía incisivos y caninos molares que yacían heridos en un vaso de agua en la mesita de luz, y a la espera de ser reflotados con urgencia. Por largos meses había padecido mucho dolor y los analgésicos ya no le hacían ningún efecto.
En sus noventa años de vida, siempre fue una persona muy alegre. Aunque, su alegría se diluía al ver su sonrisa deshilachada en el espejo; máxime con el sufrimiento por los dolores que se agudizaban día a día, a causa de meras cuestiones burocráticas.
Él entendía y conocía los tiempos y avatares de la humanidad, pues la guerra le robó su niñez en Varsovia, y el gueto lo convirtió en un adulto con diez años de edad.
Sabía que pese a los mil y un pretextos que recibía de su prepaga, disponía del derecho a la salud. Una mañana, harto de esperar, se decidió a mandar una carta documento intimando a su cobertura para que le den el turno que tanto necesitaba. En caso de no obtener una respuesta favorable, estaba decidido a iniciar el amparo judicial.
Sucedió que tras esperar dos semanas, por fin llegó el llamado, y la tan anhelada cita con el dentista.
Tras una larga espera, llegó el día de inicio de la batalla contra las caries y del alivio para su dolor.
Se preparó con su habitual elegancia, y fue acompañado por su amigo el barbijo, quien no solo lo protegía del covid, sino también le cubría las heridas y los espacios vacíos de su boca.
Fiel a su costumbre llegó con demasiada antelación al consultorio del dentista. Para su sorpresa y tras corroborar varias veces el papelucho donde anotó la dirección, se encontró tocando timbre en una canchita de fútbol de un modesto club de barrio.
Ocurrió que al ingresar, se topó con un barullo de decenas de personas. Todos esperaban ser atendidos en la improvisada sala de espera. Los que llegaron temprano, pudieron sentarse en unas pequeñas banquetas en la mitad de cancha; el resto no tuvo más remedio que sentarse en el piso.
Los niños se dejaron llevar por la tentación, e improvisaron una pelota con una botella de plástico vacía, y se pusieron a jugar en uno de los arcos. Era tanta la energía acumulada en este tiempo de cuarentena y las ganas de jugar al fútbol, que hicieron caso omiso a los retos de Mabel, la secretaria del dentista, que gritaba y agitaba sus brazos desde su escritorio, en el otro arco; pero al tener puesto el barbijo, nadie le entendía nada. Para colmo, uno de los pequeños comenzó a imitarla, desatando la risa de grandes y chicos.
El nerviosismo de la secretaria fue tan grande que salió disparada de su escritorio en busca del pequeño burlón. Abraham vio la situación y se interpuso en su camino, logrando contenerla de forma paternal y evitando que se desatara un escándalo en el lugar.
Una vez restablecida la calma, Abraham aguardaba de pie esperando su turno. Fue entonces que al verlo parado al costado de la línea de cal, un joven le cedió gentilmente su banqueta.
¡Venga abuelo! Tome asiento. – le hablaba entre dormido, mientras luchaba por apagar la alarma del celular que lo había despertado –
No gracias… estoy bien… siga descansando y soñando. Siempre es importante.
No tengo tiempo para descansar, ni soñar, lo importante es hacer plata antes que explote todo como en el 2001 – Respondió, un poco alterado, el joven-
Usted se lo pierde… Sin un sueño propio, siempre va a estar viviendo el sueño de otros y siendo funcional a ellos. – retrucó con mansedumbre Abraham –
Es mi turno, hasta luego… – saludo fríamente y se retiró enfadado con la respuesta recibida-
Luego de verse envuelto en una inesperada discusión, no tuvo más remedio que sentarse en la banqueta vacía. Mientras hacía equilibrio para no caerse, una chica que tenía al lado trató de consolarlo:
– No le haga caso abuelo… Hoy en día la gente está muy loca…
Cada época tuvo sus complejidades, sin embargo cada uno desde su lugar, puede marcar la diferencia creando soluciones ante cada dificultad.
Guau… ¡Que definición! – exclamó la muchacha con sorpresa, entre tanto anotaba la frase en sus apuntes de estudio –
Usted ya está creando soluciones al estar estudiando una carrera. -Dijo don Abraham, acompañando sus palabras con un guiño de ojo, luego de notar que la joven aprovechaba el tiempo de espera para estudiar.
Gracias por sus palabras, soy estudiante de medicina, y futura pediatra.
Como mi hermana… Ella estudió para médica… – al recordarla, se quebró en llanto-
El silencio y la preocupación llenaron aquel lugar. Como si fuera el último minuto de un partido, y éste se define mediante un penal; todos en la cancha, pusieron la atención en el anciano. Nadie entendía nada, minutos atrás con gracia y simpatía contuvo a la secretaria y ahora lloraba desconsoladamente. Los niños pararon su partido y con asombro se preguntaban
– ¿Por qué llora el viejito?
Pasados unos minutos, Abraham se quitó la mano de los ojos y para su sorpresa todos estaban pendientes de él. Lo miraban expectantes de su estado de salud.
Mientras bebía un vaso de agua, que alguien amablemente le había alcanzado, observó cómo los niños habían dejado de jugar y se sentaron a su alrededor.
Sabiéndose el centro de atención, y fiel a su estilo alegre, les dijo:
– Van a pensar que soy un viejito triste y llorón, pero cuando recuerdo a mi hermana, no puedo evitar ponerme así, por más que pasaron ochenta años desde la última vez que la vi. – Intentó salir de la situación con algo de humor –
¿No le puede mandar un Whatsapp a su hermana? – interrumpió un niño, entre tanto la madre lo retaba por su impertinencia-
¡No lo rete señora!… Me parece bien que pregunte y se interese en saber -y continuó: – Le cuento jovencito, mi hermana Gitta desapareció cuando iba a estudiar a la Universidad de medicina del Gueto de Varsovia. Los judíos teníamos prohibido la educación, sin embargo para combatir las enfermedades, en especial el tifus, muchos arriesgaban sus vidas para poder estudiar medicina y ayudar a salvar las de otros.
¿Qué es un gueto? – preguntó uno de los niños, mientras su madre filmaba la conversación con su celular –
Era una cárcel gigante donde nos encerraron a los judíos. No había rejas, sino que había un muro alrededor para que no podamos salir. Estábamos encerrados y aislados de todos. No teníamos derecho a nada.
¿En el gueto podían ir a la escuela o tenían las clases por zoom? – preguntó inocentemente uno de los más pequeños, y los demás lo corregían por su error –
¡Muy buena pregunta!, en esa época no existía internet, ni el wi-fi. Los nazis nos habían prohibido ir a la escuela. Pero nosotros, fuimos igual. Si nos descubrían nos mataban. Allí por un rato nos olvidábamos del hambre, el miedo, el dolor y las necesidades constantes. Para mí, aprender fue la posibilidad de tener un mejor futuro para cuando la guerra hubiera terminado. En el gueto muchos niños tuvimos que trabajar, y otros se arriesgaban a salir fuera por medio de un agujero en el muro, para buscar comida para su familia. Ustedes que viven en libertad, en tiempos de paz, y hasta muchos reciben ayuda de la escuela; tienen todo para ser buenos alumnos, terminar los estudios y cuando sean grandes cambiar la realidad del país. Por favor, algún día recuerden las palabras de este viejo…
¿De dónde sacó fuerzas para sobrevivir? – interrogó dubitativa Mabel, mientras llenaba unas planillas-
Mi padre, antes que lo deportaran, me hizo jurar que nunca olvidaría a mi familia, mi identidad, ni a la Tierra de Israel. En mi hogar teníamos el sueño de ir a vivir allí; pero la guerra nos cambió los planes. Me aferré a ese juramento y al día de hoy lo sigo honrando, contando todo lo que vivimos. Los sueños están para cumplirse. El sueño de mi familia, tardó dos mil años en concretarse. Esta pandemia va a pasar; pero no se enfoquen en el problema, ni en todo lo malo que escuchan en los medios de comunicación, sino trabajen en la solución. No se limiten a la realidad que ven, a las injusticias, ni se pierdan en las preocupaciones del día a día. Sueñen, proyecten y concreten. Como dijo Theodor Herzl: “Si lo desean, no será una leyenda…” y vaya si tuvo razón en soñar…
Karpovsky Abraham, Karposvsky Abraham, presentarse en consultorio número 3… llamaba el dentista a lo lejos, poniendole fin a la extensa charla que se dio de forma espontánea en la sala de espera. En el trayecto hacia el consultorio, la gente lo frenaba y se sacaba selfies con él…
Historia ficcionada.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración Sabrina Fauez
Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.
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