La Palabra
Por Raúl Woscoff
Reflexiones sobre Rafael Lemkin y la expresión “Genocidio”
Según dicen Borges aventuró que todo terminaría en una sola palabra, una que lo resumiría todo.
Con la palabra el hombre expresa amor, odio, y a veces necesita transformarla en instrumento para nominar crímenes atroces.
Cuando Rafael Lemkin conoció el juicio al joven armenio que ultimara a Taalat Pacha, el ejecutor de la masacre contra su pueblo, el 15 de marzo de 1921 en Berlín, entendió cuál era el anticipo del mal absoluto. Seguramente él y Hitler interpretaron el silencio de la humanidad ante esa masacre que pronto se olvidó, el genocidio Armenio, y hoy pretendemos su reivindicación histórica.
Dicho sea de paso Taalat Pasha había huído de Constantinopla luego de ser condenado en ausencia por los Tribunales militares por su participación en los crímenes horrendos en particular contra los armenios y cristianos otomanos.
Winston Churchill, en 1944, ya conociendo en toda su trágica dimensión los crímenes atroces del nazismo, se refirió a ellos como “ el crimen sin nombre”.
Otra vez la palabra.
Y Rafael Lemkin, que no en vano había iniciado sus estudios en lingüística, trocó esa búsqueda en las fuentes jurídicas abrazando la carrera de derecho. Seguramente al bagaje inicial, su tuteo con el lenguaje, le sumó, en forma desesperada, la necesidad de definir ese delito.
La palabra.
Lemkin hablaba nueve idiomas. Más de cuarenta miembros de su familia judía en Polonia, fueron asesinados en los campos de exterminio. Salvó su vida y asumió una misión: era necesario definir ese delito y lo debían hacer todas las naciones del mundo para juzgar a los criminales que en forma sistemática perpetran su crimen para hacer desaparecer a toda o una parte de un grupo étnico, nacional, religioso.
Y la palabra de Lemkin fue:” genocidio”.
Dicen que en uno de sus cuadernos de notas señaló con un círculo : “la palabra” y con otro “juicio moral”. En forma congruente sostuvo que .” la teoría de la raza superior debe sustituirse por la teoría de la moral superior”.
Cuando se entrevistó con el presidente americano Franklin D. Roosevelt, urgiendo su apoyo para tipificar el delito en el derecho internacional, la respuesta que recibió fue, una palabra:
“paciencia”.
Seguramente la adopción internacional del nuevo delito que Lemkin proclamaba a los cuatro vientos hubiera sido de gran ayuda en el juzgamiento posterior, en los Tribunales de Nuremberg, ya que los jerarcas nazis no fueron acusados de “genocidio”.
En la búsqueda desesperada, insomne, tomó en cuenta las conclusiones de George Eastman, cuando nominó “Kodak” a sus cámaras: tendría que ser una palabra corta, que no se pueda pronunciar mal, y que no se pareciera a nada que se vincule con el arte. Para no confundirla.
La palabra, fue “genocidio” –
Cuando literalmente acosaba a los representantes que votarían en las Naciones Unidas la resolución sobre genocidio, que fue el antecedente de la Convención Internacional sobre el tema, contó con el apoyo del representante de Arabia Saudita, quien evitó que sus colegas sustituyeran la palabra “ genocidio” por exterminio.
En la sede del organismo internacional Lemkin caminaba casi insomne, a veces se desvanecía de hambre, deambulaba por las calles de noche.
“La imaginación del legislador debía superar la del criminal”, sostenía casi proféticamente.
La adopción de la Convención Internacional sobre el delito de genocidio requirió de su empuje, viviendo su idea, y literalmente muriendo por ella.
La palabra.
Cuando la ONU aprobó en 1948 la Convenció sobre genocidio, Lemkin dijo, de esa decisión, que “era el epitafio para la muerte de su madre” asesinada en Auschwitz.
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