¿Por qué no les preguntan a niños de 5 años cómo resolverían el problema de las colas en los hospitales?
Los reportes diarios de colas en servicios públicos y en especial en hospitales en los que los que los más enfermos y vulnerables del país son los más sufridos resulta sumamente irritante, y genera una sensación de rabia e impotencia frente a gobernantes y funcionarios que atados a las formas convencionales de hacer las cosas, no son capaces o no se atreven a usar la imaginación creativa para buscar soluciones novedosas a los problemas.
Estuve evocando cómo en una situación de guerra (en la que estamos) se resuelve a quién atender entre los diversos heridos en el combate. ¿Cómo decide un médico casi a simple vista y con mucha intuición calificada en que orden atenderá a los pacientes de acuerdo a su gravedad y posibilidad de sobrevivencia? Eso me produjo una asociación con la película Bobby Fischer en la que se muestra a experimentados jugadores de ajedrez jugando 20 partidas simultáneas, ganando todas ellas con decisiones rápidas de jugadas luego de solo mirar cada tablero por unos segundos. Recordé también que en la introducción del libro “Range” de David Esptein que estoy leyendo sostiene que la inteligencia artificial sólo vence a los humanos en aquello que tiene patrones previos que puede aprender, pero que los humanos superan a las máquinas en la creación de patrones nunca antes vistos (creatividad).
En ese contexto de ideas casuales surgidas de asociaciones libres me preguntaba cómo era posible que en la era de la telemedicina no podamos atender “on line” de modo primario a buena parte de los pacientes, y derivar digitalmente sus recetas a las farmacias para que por delivery les hagan llegar los medicamentos a sus casas, sin tener que salir de ella. Vendrían al hospital solamente los que previo telechequeo del médico necesitan exámenes sofisticados, internamiento o intervenciones quirúrgicas. Me preguntaba también por qué frente a la escasez de médicos expertos no se genera una analogía con las partidas simultáneas de ajedrez, digamos atendiendo a cinco pacientes a la vez.
De ese modo, la detección rápida inicial del médico experto permite discriminar quién puede ser atendido por un médico junior o incluso por un enfermero, acompañados por secretarios que hagan el papeleo indicado por el médico experto, que haría pausas para un chequeo más profundo sólo en los pacientes más graves? (Disculpen los términos en masculino, vale igual para el femenino)
Eso me llevó a preguntarme por qué si los más creativos del planeta son los niños no les preguntan a éllos cómo resolverían esos problemas. Estaba pensando en algunos datos de investigaciones documentadas. En 1968 George Land usó pruebas de creatividad con niños de 5 años, que contenían los mismos elementos que los tests que la NASA había utilizado para seleccionar ingenieros innovadores.
Encontró que 98% de los niños de 5 años consiguieron en sus tests puntuaciones de creatividad que alcanzaba los niveles de los genios. El mismo test probado en personas de diferentes edades ya mostró que solo el 30% de los niños de 10 años tenían ese nivel de creatividad, así como el 12% en niños de 15 años, y solamente un 2% de los 280.000 adultos que se sometieron al test.
Roger von Oech en su clase en secundaria provoca a sus alumnos haciendo una marca con tiza en la pizarra y les pregunta ¿qué es esto?. Un estudiante suele romper el hielo diciendo “es una marca de tiza en el pizarrón” provocando la risa de los otros. A ello el maestro reacciona diciéndoles que cuando pregunta eso en una clase de Kínder (5 años) los niños producen más de 50 respuestas distintas, como los ojos de un búho, un insecto aplastado, una flor y así sucesivamente. En cambio, los estudiantes de secundaria apenas pueden dar una respuesta muy concreta (León Trahtemberg, “la escuela extingue la creatividad”, 2018)
¿Por qué no invitan a niños de 5-10 años a proponer soluciones a los problemas de las colas de los hospitales? Encontraremos muchos niños que aún no han sido “cuadriculados” por la escuela, capaces de pensar lo que otros no piensan a partir de unos cuantos datos, luego de lo cual los adultos “sabios” podrían usar como insumo para pensar lo que usualmente no se piensa. Quizá así encuentren mejores soluciones a los problemas como el de las colas, que maltratan generalmente a los más vulnerables.
Si esos adultos, autoridades y burócratas que desempeñan funciones públicas, solo son capaces de producir más de lo mismo o lo que es peor, enredar cada vez más las cosas bajo la premisa de que las están mejorando, ¿por qué no consultar con quienes tienen un pensamiento creativo, divergente, libre de patrones previos que repitan más de lo mismo?.
Los vulnerables del Perú no necesitan discursos. Necesitan soluciones y mucha empatía.
*León Trahtemberg es Conferencista y consultor en Educación. Miembro del Consejo Nacional de Educación.
Co-Promotor y Líder Pedagógico del colegio Áleph
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