Turquía: desde Europa con amor
Si, en la primera semana de este mes, el caudillo islamista turco, Recep Tayyip Erdogan, pasó más noches en vela por las sanciones que la UE podría imponerle en la cumbre de los pasados días 10 y 11 que por las norteamericanas fue por el mayor impacto potencial de las primeras. Cuando la referida cumbre pasó, debió de dormir algo mejor.
Quizá pensó que había conseguido librarse de la gran bomba sancionadora europea, al menos hasta marzo. Sin embargo, quizá se precipite si decida respirar ya más tranquilo.
Después de que, en octubre, los líderes de la UE hicieran una nada ambigua advertencia a Turquía, Erdogan optó por la escalada de tensiones, llevando lo que de otra forma podría ser un asunto para abordar desde la diplomacia a una suerte de minichoque de civilizaciones. Erdogan pensó que podría ir de sultán hasta el último momento y que la UE jamás se atrevería a quemar los puentes con Turquía. Pues bien: estuvo en lo cierto y se equivocó. Así, compró tiempo y la UE no quemó los puentes, de modo que las sanciones de diciembre no fueron lo suficientemente poderosas como para lograr un cambio turco de rumbo; pero Erdogan tiene ahora ante sí otra fecha límite, en la que habrá de elegir entre ahondar en el choque de civilizaciones o, por el contrario, optar por una desescalada sostenible.
Poco antes de la cumbre de diciembre, Turquía mandó un buque para la prospección de hidrocarburos a unas aguas disputadas del Mediterráneo. Tras varios meses de desafío a las prospecciones respaldadas por la UE, el Oruç Reis fue llevado de vuelta a casa.
Adicionalmente, en una farsesca ofensiva del encanto, Ankara adoptó una retórica pluralista para con sus minorías no musulmanas. “Las minorías religiosas son la riqueza de nuestro país, que tiene por base el principio de igualdad ciudadana e historia compartida”, escribió en un tuit el portavoz presidencial, Ibrahim Kalin. «Discriminarlas debilitaría a Turquía”.
Por su parte, Erdogan dijo que ve el futuro de Turquía en Europa; esa misma Europa a la que acababa de acusar de ser un “remanente nazi y fascista”.
En la antecitada cumbre también se habló de un embargo europeo de armas contra Turquía, solicitado incesantemente por Grecia y Turquía. La canciller alemana, Angela Merkel, dijo que los dirigentes comunitarios debatirían el asunto con altos cargos norteamericanos y de la OTAN, en vez de optar por un embargo inmediato. “Dijimos que las cuestiones sobre las exportaciones de armamento han de debatirse en la OTAN, y que, en lo relacionado con Turquía, queremos coordinarnos con la nueva Administración de EEUU”, declaró Merkel en rueda de prensa.
Simplemente, el embargo de armas no era el quid de la cuestión. En 2018, las exportaciones europeas de armas a Turquía totalizaron unos nimios 54 millones de dólares. En 2019, varios países productores de armas de la UE (Alemania, Francia, Italia, España, Suecia, Finlandia y los Países Bajos) interrumpieron o restringieron sus ventas a Turquía. El quid de la cuestión era cuán firme podía ponerse la UE en un momento en que la economía turca se encuentra en caída libre. Finalmente, Bruselas decidió no ser excesivamente dura. Los líderes comunitarios acordaron imponer sanciones a un número no especificado de funcionarios y entidades turcos implicados en perforaciones gasísticas en aguas reclamadas por Chipre, pero postergaron las decisiones de mayor calado, como las relativas a las tarifas comerciales, hasta que evacúen consultas con la próxima Administración norteamericana.
El responsable de la política exterior de la UE, Josep Borrell, comunicará el nombre de los sancionados en las próximas semanas. Pero ese no será el final de la historia.
En la cumbre de hace un par de semanas, a Borrell se le encargó la elaboración, para el mes de marzo, de una serie de propuestas para un enfoque más amplio de la cuestión turca, lo que da a la UE tiempo para hablar con el equipo de seguridad nacional de Joe Biden.
Esto da un respiro a Erdogan. Para finales de febrero, el islamista tendrá que jugar sus cartas antes de que la UE endurezca las sanciones o retrase el endurecimiento otros tres meses. Tal postergación no es un triunfo para Erdogan, habida cuenta de que las sanciones norteamericanas y europeas amenazan con debilitar aún más la frágil economía turca.
El problema es que un político islamista inveteradamente antioccidental que ha hecho descansar su popularidad en el conflicto permanente con otras naciones no puede transformarse en un socio pacífico en sólo tres meses. Erdogan no está dispuesto siquiera a detener el atroz déficit democrático que está infligiendo a su país. “No esperen de mí que recompense a ese terrorista [liberándole]”, dijo sólo unos días antes de la cumbre de la UE a propósito de Selahattin Demirtas, el encarcelado líder de un partido prokurdo que consiguió el 10% de los votos en las últimas elecciones.
Junto con otros 12 diputados kurdos, Demirtas lleva desde 2016 a la espera de ser juzgado por terrorismo. Legalmente hablando, el hombre al que Erdogan llama “terrorista” no es más que un sospechoso sin condena. Pero esta es la ominosa concepción erdoganita de los derechos constitucionales: él es el líder electo, así que cree que puede tomarse la libertad de declarar culpables o inocentes a los sospechosos mientras los procesos judiciales siguen su curso.
Para comprar más tiempo en marzo, Erdogan tendrá que tragarse sus bravatas. Tendrá que detener las prospecciones en el Mediterráneo oriental y las tensiones con Grecia y Chipre, y emplear un lenguaje diplomático con Europa que no contenga epítetos como “nazis”, “fascistas” y “racistas islamófobos”.
El matón del colegio tiene una dura tarea por delante.
Por Burak Bekdil, uno de los periodistas turcos de referencia, fue recientemente despedido del diario más relevante del país, en el que publicaba desde hacía 29 años, por escribir para Gatestone sobre lo que está pasando en Turquía. Es asimismo miembro del Middle East Forum.
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