El rescate
¿Qué hacer, hacia dónde ir, cuándo las cosas no salen como uno quiere? Para Perchik ha sido un dilema fácil de resolver: le coloca la correa a su perro Tom y sale a caminar por un largo rato.
Su manera de buscar soluciones y respuestas, ha sido escabulléndose por las calles de la ciudad. Ante una situación negativa, siempre evadió, saliendo de dentro de las cuatro paredes que hábita.
La derrota de Argentina ante Qatar en el mundial de handball y su posterior eliminación, le arrebataron a Perchik la ilusión de ver a los “Gladiadores” por primera vez entre los ochos mejores del mundo. Con lágrimas en los ojos, maldiciendo ante la injusticia deportiva y el penal no cobrado en la última jugada; salió raudamente de su departamento, en el sexto piso de un edificio, ubicado en el barrio porteño de San Cristóbal.
En el pasillo en tanto esperaba el ascensor, y Tom tensaba la correa con desesperación para iniciar el paseo, se percató que había olvidado su barbijo. Volvió nuevamente y mientras revolvía la cajonera de la habitación y no lo encontraba, su esposa Agustina, le dijo: – Amor, hace mucho calor, te vas a derretir en la calle, mejor quedate… -Entre tanto ponía el aire acondicionado al máximo-
• Si me quedo, me deprimo peor, mirá esas paredes descascaradas y llenas de humedad que se ven a través de la ventana del living; y el hombre que se pasea en calzoncillos por el balcón de enfrente como si estuviera en una playa nudista…
El perro ansioso por salir, comenzó a rascar con sus patas la puerta de entrada, por lo que la charla llegó a su fin y partieron inmediatamente hacia una libertad sin rumbo.
La espera del ascensor se hacía interminable, y Tom ya daba señales de querer hacer pis en el pasillo. Perchik comenzó a transpirar al solo recordar aquella vez, en que su mascota orinó la puerta de su vecina, Hilda, y el mal momento vivido.
Por fin llegó y ambos se lanzaron desesperadamente a su interior. Al escuchar un ruido de llaves proveniente de la puerta de Hilda, rápidamente presionó el botón de cerrar.
Justo a tiempo la puerta del elevador se cerró y respiró aliviado. En su mente ya se había visualizado escuchando un largo monólogo de penurias y críticas al gobierno nacional. Ya conocía la perorata de memoria: que la corrupción, la inseguridad, la movilidad jubilatoria, la dilación constante de ANSES en pagar los juicios de reajuste, la inflación y la promesa electoral incumplida de llenar la heladera de los argentinos, entre tantas otras.
Tras haber evadido a su vecina, una sonrisa pícara se deslizó en su rostro, sin embargo se esfumó rápidamente cuando un sacudón detuvo la marcha del ascensor, y quedó a oscuras durante unos largos segundos, hasta que fatigosa y cansinamente se encendió la luz de emergencia.
Incrédulo de lo que pasaba, largó un insulto al aire que resonó en todo el edificio, mientras tanto Tom rasguñaba la puerta para que se abra y poder pasear de una vez por todas.
Enseguida se dió cuenta que se había cortado la luz y le mandó un mensaje a su amada en busca de ayuda; pero la señal era escasa. Seguidamente, dejando su orgullo de lado, pidió socorro al grupo de whatsapp del edificio.
Los minutos pasaban, los mensajes no se enviaban y la temperatura subía. Debía mantenerse tranquilo, sabía que si perdía la calma, el aire escasearía y su vida peligraría. Su principal objetivo era calmar a su mascota.
El can parecía no entender la situación, estaba apurado por salir y daba vueltas de un lado al otro. Sucedió que de pronto se calmó y defecó allí mismo. No pudo aguantar más.
Para su dueño era una pesadilla, anhelaba un lugar abierto para poder airearse y se encontraba atrapado en una pequeña cabina.
El olor era nauseabundo, pero con el correr del tiempo lo fue tolerando cada vez más. Al seguir sin señal, presionó la tecla roja de alarma. Ese ruido molesto lo aturdía y producía dolor de cabeza. Nadie venía en su rescate, nadie lo escuchaba. Se sentía olvidado e ignorado.
En esos momentos reflexionaba que, si hubiera sido más cortés con su vecina, no se encontraría en esa situación – ¿Acaso será un castigo divino por no haber dispuesto de unos minutos para el prójimo? – Le preguntaba a su perro, y éste le respondía con un tierno abrazo.
Tampoco se podía sacar la imagen de Paco, su vecino de la planta baja, que sabedor de sus horarios, lo esperaba todos los días en el palier, para hablar de fútbol; en especial de Independiente, sus copas de antaño y sus crisis actuales. Se sentía una mala persona, por todas las excusas que había inventado para esquivar sus charlas y poder regresar rápidamente a su hogar.
– ¿Qué me costaban unos minutos de conversación? – Se reprochaba asimismo.
El rescaste no llegaba, y el fastidió intentaba anidar en su mente. El encierro lo estaba agobiando y horadando sus emociones. Aunque pudo eludir los malos pensamientos, al subir a su memoria el recuerdo de sus familiares víctimas durante la Shoá; quienes murieron durante el incendio de la gran Sinagoga de Bialystok.
Ese pensamiento le hizo recobrar la calma y comprendió que su situación, en comparación, era la nada misma y tenía solución; solo debías ser paciente hasta que lo rescatasen. En honor a ellos, no podía sucumbir ante la desesperación e impaciencia, debía resistir y ser fuerte.
Con el ánimo renovado, se empeñó en encontrar señal y persistió haciendo sonar la alarma. Al cabo de unos minutos se sentó en el piso junto al pichicho, lo más lejos posible del excremento.
Cuando por fin pudo relajarse, una seguidilla de golpes de chapa retumbaron en las alturas. Y a los lejos una voz tenue que preguntaba si había alguien adentro. La emoción lo invadió, y de un salto se puso de pie. En el interin que gritaba para que lo oigan, el can aportaba sus ladridos.
– Soy Perchik del sexto piso, estoy con mi perro… ¡Ayudenme a salir! – Clamaba lo más fuerte que podía y se movía de aquí para allá buscando ser escuchado –
• No te escucho bien, apenas pude oír que me dijiste tu apellido. Te cuento que una cuadrilla de Edesur está trabajando en el hotel de al lado y cortaron la luz del edificio sin avisar, como de costumbre… Voy a hablar para que den electricidad y puedas salir.
• No es mi apellido, si te lo llego a decir vamos a estar hasta mañana… Perchik es mi nombre, me pusieron así en honor a un tatarabuelo rabino. Avisale a mi esposa Agustina que estoy acá, me debe estar llamando hace rato y no quiero que se preocupe…
Pasó el tiempo y no tenía respuesta. Tardó en darse cuenta que se había quedado hablando solo y en vano narró la historia de su ancestro rabino en Slonim.
En el afán de intentar ser escuchado, sin darse cuenta pisó la caca del perro y se ensució todo. Mientras iba tomando aire para largar un nuevo insulto a los cuatro vientos, comenzó a sonarle el celular con mensajes de whatsapp que le iban entrando. La bronca contenida se convirtió en alegría y algarabía En ese instante, pudo comprobar la veracidad del famoso dicho: “pisar caca de perro, trae suerte”.
Le llegaron los mensajes del grupo del edificio, en donde Hilda le contaba sobre la negligencia de Edesur de cortar el suministro eléctrico sin previo aviso; y algunos otros vecinos procuraban darle ánimo, al igual que Agustina que trataba de tranquilizarlo. Entre tanto mensajes, también recibió uno de su cuñado quien le rogaba que lo ayudara a darse de baja del monotributo, ante la presión impositiva de AFIP.
La luz de emergencia expiró y todo quedó a oscuras. Tom estaba aterrado y temblaba, se pegó inmediatamente a su dueño. Perchik estaba resignado, no podía hacer nada más que esperar.
Aprovecho el tiempo para reflexionar y ponerse a cuentas con el Creador, por las dudas, ante cualquier eventualidad.
En esa meditación, se dió cuenta de los pequeños grandes detalles que se estaba perdiendo. Tenía todo a la vista, pero no lo veía: vecinos que lo apreciaban, un hogar amplio, con ventanas, luminoso, cálido, aireado, bien decorado, y no lo estaba valorando por tener de vista unas paredes descascaradas; por lo que comprendió que él mismo tenía descascarados algunos valores fundamentales.
El cambio tenía que pasar por él y no por el lugar. Por primera vez en mucho tiempo lograba reflexionar en un lugar cerrado. Incluso ya más tranquilo, fue conciente del gran mundial que hizo Argentina, y que será la base para que el handball nacional siga creciendo. – ¿Y por qué no, ilusionarse en los juegos olímpicos? – Le preguntaba al perro, en busca de una respuesta que nunca llegaría.
Repentinamente se hizo la luz y se activó el ascensor. La puerta se abrió bruscamente y el can intentó salir, pero el joven rápido de reflejos, logró milagrosamente tomar la correa y evitó que cayera al vacío. A los pocos segundos la puerta se cerró y descendió hasta la planta baja.
Habiendo llegado a destino, Tom corrió velozmente y no pudiendo contenerse, orinó al jefe de cuadrilla de Edesur que se encontraba parado en la entrada del edificio, para constatar que la negligencia de la empresa, no terminara en tragedia.
Perchik, abandonó la cabina, observando todo como si transcurriera en cámara lenta, a su esposa y a gran cantidad de vecinos que lo estaban esperando. Sin embargo, a medida que se acercaba a ellos, se alejaban casi instintivamente a causa de su olor que traspasaba los barbijos y mascarillas.
Finalmente pudo advertir la situación, cuando la encargada del edificio llegó sin saber que había sucedido y comenzó a quejarse por el enchastre que había quedado en el ascensor y palier; ante la risa e indiferencia de los vecinos, que seguían comentando y festejando el orín del perro al empleado de la empresa de suministro de energía eléctrica.
Historia ficcionada basada en hechos reales.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración: Sabrina Fauez
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